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Olga Fikotova y Harold Connolly, una historia de amor prohibido en los Juegos Olímpicos

En Melbourne ‘56 la checoslovaca Olga Fikotova y el estadounidense Harold Connolly se enamoraron. Serían castigados por ello. Pero su amor sobrevivió.

En Melbourne ‘56 la checoslovaca Olga Fikotova y el estadounidense Harold Connolly se enamoraron. Serían castigados por ello. Pero su amor sobrevivió.
Imagen de Olga Fikotova y Hal Connolly en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960 | Wikimedia

El amor también tiene su hueco dentro del deporte. Dentro de los Juegos Olímpicos. Aunque todos estén en contra. Aunque los países a los que representan los atletas sean antagónicos. Esta es la historia que protagonizaron en los Juegos de Melbourne de 1956 la checoslovaca Olga Fikotova y el estadounidense Harold Connolly.

Olga Fikotova nacía en Praga el 13 de noviembre de 1932. En su infancia practicó diversos deportes, como el baloncesto o el balonmano, hasta que en 1954 conoció el lanzamiento de disco. Ahí iba a centrar su vida.

La práctica previa de todos aquellos deportes le ayudó a adaptarse y a brillar de manera muy rápida en la nueva disciplina. Sólo dos años después de comenzar sus entrenamientos de lanzamiento de disco, ya conseguía clasificarse para los Juegos Olímpicos.

Y ahí, en Melbourne, Olga Fikotova ganó el oro. Nadie podía esperarlo. Quizá ni ella misma. Pero lo cierto es que con un lanzamiento de 53 metros y 69 centímetros, récord olímpico, se hizo con la victoria. Fue la única medalla de oro de Checoslovaquia en aquellos Juegos.

Por su parte, Harold Vincent Hal Connolly, nacido en Somerville, Massachusetts, Estados Unidos, el 1 de agosto de 1931, llegaba a los Juegos con aspiraciones a todo, después de conseguir el récord mundial de lanzamiento de martillo sólo unos meses antes.

En Melbourne cumpliría con los pronósticos, haciéndose con el oro con un lanzamiento de 63 metros y 19 centímetros. Era el primer estadounidense que superaba los 63 metros en la historia. A lo largo de su carrera conseguiría cinco récords del mundo más, manteniendo su hegemonía durante toda una década.

Un romance imposible

A pesar de ser de mundos tan distintos, de lugares tan lejanos, de dos sistemas políticos completamente diferentes e incompatibles, la vida quiso que Olga Fikotova y Harold Connolly se conocieran. O la Villa Olímpica, mejor dicho.

"Comprendimos que a pesar de todo, éramos realmente muy similares", relata Fikotova en una entrevista en la Radio Internacional de Praga. Y así, entre los dos surgió una amistad, primero, y el amor, después. "Estábamos enamorados".

El problema es que en 1956 el mundo estaba divido en dos bandos. El que dividía el Telón de Acero. El capitalista, y el comunista. La Guerra Fría.

Tal era la situación que los Juegos estuvieron a punto de no celebrarse, tras diversas amenazas de boicot. De hecho, hubo varios países que decidieron no acudir a la cita, a modo de protesta. Entre ellos España. Y aunque finalmente se celebraron, el clima durante la competición fue muy áspero. Como ejemplo, el que ha sido considerado el partido más violento de la historia del deporte, que enfrentó a las selecciones de Hungría y la URSS en una piscina que terminó teñida de sangre.

Y ahí estaban Olga Fikotova y Herald Connolly. La primera, checoslovaca; del bloque comunista. El segundo, estadounidense; del bloque capitalista. Y estaban enamorados.

‘Traidora’ a su país

En cuanto se conoció el romance, la prensa internacional se volcó en aquella "gran historia de amor desgarrada por el telón de acero". Para algunos, era como un rayo de esperanza en uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría. Para otros, muchos, era algo inconcebible. Sobre todo para el gobierno checoslovaco, que exigió la vuelta inmediata de Fikotova a su país "ofreciendo a Checoslovaquia un 50% de honor -por su oro- y otro 50% de vergüenza por relacionarse con un fascista americano".

Olga volvió a casa. Sin Harold. Mantuvieron una relación a distancia durante meses, que les hizo más fuertes. Y antes de un año, se estaban casando.

No fue sencillo. Sin duda, la ayuda de Emil Zatopek, toda una institución en el país y con quien Olga Fikotova mantenía una buena relación de amistad desde que comenzara a practicar atletismo, fue clave.

También, claro, la aceptación por parte del entonces presidente de Checoslovaquia, Antonin Zápotocký. Además de la insistencia de Zatopek, una misiva enviada por parte tanto de Fikotova como de Connolly hicieron ceder al presidente, aunque muchos miembros de su gobierno se oponían. "Tenéis mi bendición", se limitó a decir. Y con eso era suficiente.

Una boda inolvidable…

Así que la boda se celebró. Tuvo que ser un poco a escondidas, claro. Todos sabían que aun teniendo la bendición del Presidente y contando con Zatopek como padrino, una gran celebración no sería del agrado de las autoridades. Así que se casaron en miércoles, sin prácticamente anunciar el enlace a nadie.

Pero fue inevitable. Más de 20.000 personas se congregaron en la Plaza donde se celebraba el enlace. Personas que habían asistido a ver la ceremonia. Personas que habían asistido al conocer que estaría Emil Zatopek. Personas que habían asistido por la curiosidad de ver a un gran campeón estadounidense, algo impensable en aquellos años en Praga. "Y también muchas personas que, conocedoras de todo, querían mostrarme su apoyo", recuerda Olga.

Pero ahí terminó el cuento de hadas.

Olga Fikotova recibió un permiso tras la boda para viajar a Estados Unidos junto a su reciente marido. Pero no se le entregó ningún pasaporte. No le iban a permitir volver a Checoslovaquia. Mucho menos seguir compitiendo para su país, que era su intención. Lo comprobaría cuando, al solicitar de nuevo el permiso para poder disputar los campeonatos nacionales clasificatorios para el Europeo de Estocolmo de 1958, la respuesta del Comité Olímpico Checoslovaco fue que ya no era una ciudadana del país.

Así que se quedó a vivir en Estados Unidos. En California. Junto a su marido. Y se nacionalizó estadounidense. Y comenzó a competir para su nuevo país. ¿Qué otra cosa podía hacer?

En Estados Unidos se ganó una gran reputación. Como deportista, y también como una persona que luchaba por los derechos de los más desfavorecidos, así como por la defensa del medio ambiente.

Acudió a cuatro citas olímpicas con su nueva nacionalidad: Roma 1960, Tokio 1964, México 1968 y Munich 1972. No volvería a conquistar ninguna medalla. Aunque sí se ganó el respeto y la admiración del deporte estadounidense. Fueron sus propios compañeros de expedición quienes la eligieron a ella para ser la abanderada de Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Munich.

Olga Fikotova y Harold Connolly se divorciaron de manera amistosa a mediados de los 70. Tienen cuatro hijos, que continuaron con la tradición deportiva de la familia. Olga sigue viviendo en California, junto a una de sus hijas. Harold falleció el 18 de agosto de 2010. Ambos dejaron para siempre una bonita historia de amor prohibido que nació en unos Juegos Olímpicos. En una villa olímpica. Contra todo. Contra el mundo.

Este artículo forma parte del libro 'HEROÍNAS a través del deporte', del mismo autor. Una colección de 25 historias de mujeres deportistas que iniciaron nuevos caminos, rompieron barreras, y trascendieron en las generaciones venideras, en la línea del artículo que acaban de leer.

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