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John Stephen Akhwari, la determinación del maratoniano ante lo imposible

En los Juegos Olímpicos de México del 68 el maratoniano protagonizó uno de los momentos más inolvidables de la historia del deporte.

En los Juegos Olímpicos de México del 68 el maratoniano protagonizó uno de los momentos más inolvidables de la historia del deporte.
Imagen del video de YouTube en el que se ve a Akhwari correr lastimado por el tartán del Estadio Olímpico. | YouTube

Los Juego Olímpicos están repletos de momentos únicos que quedarán para siempre en el recuerdo. En la mayoría de los casos, protagonizados por grandes victorias. Qué duda cabe. Pero en muchos otros casos, estos provienen de deportistas que no consiguen medallas. Su actitud en la derrota, su compromiso con los valores del deporte, le confieren un estatus mayor que el que pueda otorgar un podio.

Es el caso del atleta tanzano Akhwari. Su sacrificio y determinación para terminar a toda costa el maratón de los Juegos de México del 68 siguen siendo recordados aún hoy día, más de medio siglo después de la prueba.

No era un atleta cualquiera

John Stephen Akhwari nacía en 1938 en la ciudad de Mbulu, entonces en la República de Tanganica, territorio ocupado por la colonia británica y que no alcanzaría su independencia hasta 1961 para, tres años más tarde, unirse a Zanzíbar y dar lugar a lo que conocemos hoy como República de Tanzania.

Pronto se convertiría en uno de los mayores talentos del continente africano en el atletismo de fondo. Unos años en los que comenzaba a explotar el dominio de los atletas del Gran Valle del Rift en el maratón, comandado cómo no por el irrepetible Abebe Bikila.

Akhwari compaginaba el maratón con los 10.000 metros, cosechando magníficos resultados en ambas distancias. Pero era en los 42km donde mejor podía explotar sus enormes cualidades. No en vano, en aquel mismo 1968 se proclamaría campeón continental en la distancia.

Por tanto, llegaba a la cita olímpica como uno de los aspirantes al podio. Evidentemente, se encontraba detrás de Bikila, que defendía su doble corona; y de otros atletas como el también etíope Mamo Wolde –a la postre vencedor de la prueba-; el australiano Derek Clayton, vigente recordman mundial; o el japonés Kenji Kimihara, vigente campeón asiático. Sin embargo, las posibilidades de Akhwari de lograr una presea eran reales.

Una de las pruebas más duras

Si ya de por sí la maratón está considerada la prueba más dura de todas cuantas se celebran en el calendario de atletismo, la de México 68 iba a añadir aún más dificultades.

La salida se produjo el 20 de octubre de 1968, a las tres de la tarde, a una altura de 2.240 metro sobre el nivel mar, y con temperaturas muy elevadas. La dureza era máxima. De los 83 atletas participantes, 26 de ellos tuvieron que abandonar la prueba. Entre ellos, el propio Abebe Bikila, que se detuvo en el kilómetro 17.

Cuando se rondaba el kilómetro 30 John Stephen Akhwari sufría una caída que le dejaba dañada la rodilla y el hombro. A pesar del dolor y de que los médicos que le atendieron de manera inmediata le instaran a abandonar, el atleta tanzano decidió continuar. Con dificultades, a su ritmo, siguió avanzando…

En cabeza, Wolde recogió brillantemente el testigo de su compatriota Bikila, logrando el oro con un tiempo de 2:20:26. Tras él, el japonés Kenji Kimihara, plata; y el sorprendente neozelandés Mike Ryan, bronce. Derek Clayton sólo pudo ser séptimo.

Se procedió a la entrega de medallas. El himno de Etiopía sonaba por tercera vez consecutiva en la maratón olímpica. Y mientras, Akhwari seguía corriendo. Lo hacía solo. Con la rodilla vendada y sangrante. Con el hombro lastimado, hasta el punto que no podía posicionar correctamente su cuerpo. Y con el sol terminando su día, dando lugar al crepúsculo.

En el Estadio Olímpico, cuando había llegado la hora del cierre de la jornada, comenzó a conocerse de la presencia de un maratoniano que seguía compitiendo. La prensa fue en su búsqueda. Y encontraron a un atleta que, escoltado por vehículos de la policía para iluminar su camino, combatía solo para alcanzar la meta.

Más de una hora después de concluir la prueba, Akhwari entró en el estadio. Los aficionados que ahí habían permanecido estallaron en aplausos y vítores. Y el atleta tanzano, que a duras penas podía mantener su zancada, aceleró el ritmo. Espoleado por los ánimos, afrontó la recta final con la mayor determinación. Aquella que le había permitido mantenerse en la carrera durante más de 12 kilómetros, a pesar de las adversidades.

Cruzó la meta con un tiempo de 3:25:27, y cayó al suelo. Todos los presentes le ovacionaron. Había sido el último, sí. Pero su ejemplo, su lucha, su valor, eran la viva encarnación del espíritu olímpico.

"Mi país no me ha enviado a diez mil kilómetros de distancia para empezar una carrera, me enviaron para terminarla", declararía al recuperarse, en una frase que ha quedado para la historia del deporte.

Aquella escena le granjeó a Akhwari una gran fama en todo el planeta. Y aunque el atleta tanzano siguió compitiendo –sería quinto en los Juegos de la Commonwealth de 1970-, hoy se le sigue recordando sin duda por la gesta protagonizada en México.

Retirado en 1980, en 1983 recibió la medalla al honor de su país. Continuó vinculado con el atletismo, como entrenador y mediante la Fundación de Atletismo John Stephen Akhwari, de gran importancia para aquellos deportistas tanzanos que sueñan con participar en unos Juegos Olímpicos.

Akhwari fue invitado a los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 como reconocimiento, y participó como embajador de buena voluntad en los Juegos de Pekín 2008, para los que sería además portador de la antorcha olímpica, justo cuando se cumplían cuarenta años de su gesta.

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