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La misteriosa vida y muerte del ex de la NBA John Brisker

En abril de 1978 John Brisker, con una complicada carrera en el baloncesto estadounidense, desapareció. Nunca más se supo de él. Ni si sigue vivo…

En abril de 1978 John Brisker, con una complicada carrera en el baloncesto estadounidense, desapareció. Nunca más se supo de él. Ni si sigue vivo…
John Brisker, durante un partido con los Pittsburgh Pippers. | Archivo

Durante su carrera en la ABA y en la NBA promedió más de 20 puntos por partido. Tenía una enorme facilidad para anotar, sólo comparable con su capacidad para meterse en líos. En la pista y fuera de ella. "Era un jugador fabuloso, pero como te enfrentaras a él tenías la sensación de que en cualquier momento sacaría una pistola y te dispararía", dijo de él su compañero de equipo Charlie Williams. Su vida se convertiría en todo un enigma tras su retirada. En abril de 1978 desapareció, y nunca más se supo de él. Qué sucedió fue -y sigue siendo- toda una incógnita.

Ganar o morir

El carácter de John Brisker se forjó ineludiblemente en su infancia y en su barrio. Nacido en uno de los suburbios más peligrosos de Detroit el 15 de junio de 1947, el principal y único objetivo durante su adolescencia fue sobrevivir.

Brisker se adaptó bien a esa necesidad, y la trasladó a la pista. Su carácter, su facilidad para anotar, y su altura –1,95 de estatura y 110 kilos para un jugador exterior- hicieron que destacara tempranamente. No sólo en el baloncesto. También en el fútbol americano y en el boxeo, llegando a ser considerado una de las mayores promesas jóvenes sobre el ring del país.

Pero durante su etapa en el instituto de Harmtrack vio que su futuro estaba en el baloncesto. Su buen hacer le valió la oportunidad de jugar para la Universidad de Toledo. El plan de Brisker era claro: pasar cuanto antes la etapa universitaria para terminar recalando en una liga profesional, que le permitiera ganarse la vida económicamente.

Sin embargo, en Ohio se daría de bruces con una realidad para entonces desconocida para él: el racismo de los años 60. Aquello, unido a su agresivo carácter, hizo que viviera no pocos altercados. Terminaría siendo expulsado del equipo.

Pese a todo, su fama como anotador continuaba intacta. Así que Brisker anhelaba recalar en la NBA. Anhelo que vio cómo no se cumplía en el Draft de 1969 –el de Lew Alcindor, después Kareem Abdul-Jabbar como número 1–. Su carácter hizo echar para atrás cualquier posible interés.

No obstante, en aquellos años la ABA trataba de competir de tú a tú con la NBA como la mejor liga de baloncesto del país. Y aunque duró poco –apenas nueve temporadas– durante un tiempo pudo hacerlo. Ahí encontraría Brisker su destino. Concretamente en los Pittsburgh Pippers.

No tardarían en conocer las dos caras de Brisker. Con un talento inmenso para el baloncesto, se destapó como la estrella anotadora del equipo, capaz de lograr victorias prácticamente él solo. En su primer año superaría los 20 puntos por partido de media, cifras que mantendría durante toda su carrera en la ABA.

Pero también desde el principio se ganó la enemistad de sus rivales y, sobre todo, de sus propios compañeros. Capaz de acudir a los entrenamientos con una pistola en la mochila, o de marcharse en mitad de un partido por el simple hecho de ser sustituido, uno de los capítulos más sonados lo protagonizó durante el descanso de un partido de liga. Los jugadores fueron regresando a la pista, excepto Brisker. Cuando fueron en su búsqueda, lo hallaron peleándose con un jugador de su equipo que no estaba convocado.

Otra de sus célebres peleas fue con Art Bekker, jugador de los Denver Rockets. Sin motivo aparente, y cuando se llevaban tan solo dos minutos de partido, le soltó un codazo que le supuso la expulsión. Aquello no le detuvo, y volvió a agredir a Bekker. Tras marcharse a los vestuarios escoltado, regresó para abalanzarse una tercera vez sobre Bekker, que se disponía a lanzar los tiros libres. La Policía tuvo que intervenir y llevarse al jugador detenido.

Aun con todo, se permitió a Brisker seguir compitiendo. La ABA sabía que necesitaba de todo aquello. No podía prescindir del espectáculo que aseguraba. Deportiva y extradeportivamente. De hecho, llegaría a ser citado en dos ocasiones en el All-Star de la competición.

En la segunda de ellas protagonizaría otro grave incidente. Brisker jugó sin ningún ánimo el partido. Como si la cosa no fuera con él. Pero claro, en aquellos años cada jugador recibía 300 dólares por participar en el All-Star. Ni corto ni perezoso, en cuanto acabó el duelo, sin pasar por vestuarios, se dirigió al palco en dirección a Jack Dolph, comisionado de la ABA. "Quiero mis 300 dólares por haber jugado. ¡Aquí y ahora!", le espetó. Dolph quedó atónito. Ante su inmovilidad Brisker le hizo sacar la cartera y le arrancó varios billetes. En cuanto consideró que ya tenía su botín, se marchó del pabellón como si nada hubiera ocurrido.

Desembarco en la NBA

En 1972 los Condors (el nuevo nombre que habían adoptado los Pippers) desaparecen, momento que aprovechará Brisker para, ahora sí, recalar en la NBA. Fue elegido por los Dallas Chaparrals, pero se negó a ir al conjunto tejano, fichando finalmente por los Seattle Supersonics.

Todos sabían del comportamiento de Brisker. Pero también que se trataba de un jugador que había promediado casi 30 puntos por partido en la ABA. Si eran capaces de domar su agresividad… Y lo cierto es que, por un tiempo, parecía que así iba a ser. Brisker realizaría una buena primera temporada, promediando 12,8 puntos y 4,6 rebotes por partido.

Pero fue sólo un espejismo. La carrera del jugador, que ya había comenzado su idilio con las drogas, iba irremediablemente cuesta abajo.

​Un enfrentamiento con el nuevo técnico de los Sonics, Bill Russell, hizo que terminara abandonando la NBA, y el baloncesto.

La incógnita de su paradero

Si hasta entonces su carrera ya había sido cuando menos llamativa, más sorprendería lo que sucedería tras su retirada.

En abril de 1978 comunicó a su pareja que se marchaba a Uganda para enrolarse como mercenario en las filas del ejército de Idi Amin, el dictador que había sumido en el terror al país africano. El carnicero de Uganda, como sería recordado.

Sin más noticias desde entonces, en 1985 el Tribunal Forense de Washington declararía oficialmente muerto a John Brisker. Lo más probable, efectivamente, es que el exjugador hubiera fallecido en Uganda, ya que poco después de su llegada se produjo la derrota en Tanzania y el consiguiente exilio de Idi Amin.

Sin embargo, su muerte nunca se ha podido demostrar. Varias teorías han apuntado a que en realidad nunca viajó a Uganda, sino a la Guyana, donde ingresó en la secta Templo del Pueblo. De ser así, es bastante probable su fallecimiento en el suicidio colectivo que llevó a cabo la secta, y que terminó con la vida de casi mil personas en la denominada masacre de Jonestown.

Otras teorías hablan de que, si bien Brisker sí se desplazó a África, no fue ni a Uganda ni a la Guyana, sino a algún otro país a reencontrarse con sus raíces africanas, y que allí se habría quedado para siempre, hallando la paz que nunca tuvo en casa.

Lo que queda claro es que hoy, 44 años después de su desaparición, nada se sabe de la vida y muerte de John Brisker. Ni siquiera si sigue vivo, como no pocos apuntan. Una vida y muerte misteriosa de uno de los jugadores más polémicos de cuantos han pasado por el baloncesto profesional estadounidense, y cuya leyenda, para lo bueno y para lo malo, no ha hecho más que agrandarse con el paso de los años. Y del misterio…

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