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Samia Yusuf Omar, 10 años de la tragedia de la atleta olímpica ahogada en patera

La deportista somalí, que compitió en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, fallecía en abril de 2012 al intentar llegar a Italia en patera.

La deportista somalí, que compitió en los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008, fallecía en abril de 2012 al intentar llegar a Italia en patera.
Samia Yusuf Omar, durante los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. | EFE

La pequeña Samia Yusuf Omar tenía un sueño: participar en unos Juegos Olímpicos. Y lo cumplió, en Pekín 2008. Pero Samia comprendió que lo que realmente quería era ser libre. Una mujer libre. Algo que en su país, Somalia, no podía lograr. No podía ser. Por eso arriesgó su vida, como tantos otros compatriotas, cruzando el Mar Mediterráneo. En busca de una nueva vida. Una vida libre. Pero el riesgo deparó su muerte.

La atleta que no pudo ser

Samia Yusuf Omar nacía en Mogadiscio, Somalia, el 25 de marzo de 1991. Siguiendo los pasos de su madre, que había sido una atleta de cierto nivel en el país africano, comenzó a practicar atletismo desde la infancia.

No era Somalia un lugar cómodo para hacerlo. Sólo unas semanas antes del nacimiento de Samia se había iniciado una guerra civil en el país entre los defensores y los detractores del régimen de Siad Barre. Un conflicto que, lejos de resolverse, se fue alargando y recrudeciendo con el paso del tiempo. Y que hoy, con sus escaladas y moderaciones, sigue vigente.

En esa tesitura creció la joven Samia. Viendo cómo su padre y su tío eran asesinados durante un ataque en el Mercado de Bakara, donde trabajaba.

Se centró en el atletismo para evadirse de todo lo que le rodeaba. Aunque tampoco era sencillo. Generalmente debía entrenar por las calles de Mogadiscio. Con el peligro que aquello conllevaba. "En muchas ocasiones me cruzaba con barricadas instaladas por tropas del gobierno junto con etíopes o milicias armadas", como se recoge en el libro Non dire che hai paura, de Giuseppe Catozzella.

A ello se sumaban los continuos reproches y amenazas por parte de los musulmanes más radicales, que veían tremendamente inapropiado que una mujer practicara deporte. "Los somalíes tradicionales creen que las mujeres que practican deporte o a las que les gusta la música están corruptas".

Pero para ella y para su familia era la única manera de escapar de la pobreza y de la violencia. El atletismo le ofrecía futuro a Samia. Algo que nada más en su entorno podía ofrecerle.

El sueño de Pekín

Casi sin esperarlo, con apenas 17 años a Samia Yusuf Omar le llegó la oportunidad con la que soñaba de pequeña. Fue citada por el equipo nacional de Somalia para los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. Sería la única mujer.

Flanqueada por mujeres en pantalón corto y sin mangas, Samia compitió con unos largos leggings negros y una camiseta blanca de gran tamaño. Una ropa, por cierto, que le había prestado la expedición de Sudán, ya que su país no le había podido preparar la ropa adecuada.

Participó en la primera seria de la prueba de los 200 metros. Serie en la que se impuso la que a la postre se proclamaría vencedora de la medalla de oro, la jamaicana Veronica Campbell-Brown. Samia llegaría casi 10 segundos más tarde, para un tiempo de 32,16 segundos. Pero suya fue la mayor ovación del público. Una imagen que ha quedado para la posteridad del olimpismo.

Atrás quedaba su país en guerra. Atrás quedaban las amenazas por el simple hecho de ser una mujer practicando deporte.

Pero pronto debería enfrentarse de nuevo a ello.

Al regresar a Somalia, se encontró un país sumido en el caos tras el crecimiento del grupo islamista al-Shabaab en Mogadiscio. En su zona controlada se había prohibido a todas las mujeres practicar deporte. Ni siquiera verlo. Amenazaron a Samia Yusuf de muerte si seguía entrenando. Debía salir de ahí si quería continuar con su carrera.

Más aún cuando, unos meses más tarde, era obligada junto a su familia a vivir en un campo de desplazados en las afueras de la ciudad. Debía huir cuanto antes. Ya no se trataba de su carrera como atleta. Se trataba de su vida.

Llegó, sola, a Addis Abeba, donde recibiría la aprobación del Comité Olímpico Etíope para entrenar con el equipo nacional de atletismo.

Pero aquello tampoco era un lugar seguro para Samia, que decidió emprender un nuevo camino, en este caso hacia Europa. A pesar de que apenas tenía contactos en el Continente, necesitaba escapar de ahí y llegar a un lugar en el que pudiera vivir en libertad y seguir entrenando con el objetivo puesto en los Juegos Olímpicos de Londres 2012. Recordemos que tan solo tenía 18 años…

Salió de Etiopía rumbo a Sudán, y de ahí a Libia. Pero nada más llegar, fue encarcelada. Sólo le quedaba una opción. Opción que se concretó previo pago a unos traficantes. Debería cruzar el Mediterráneo, rumbo a Italia, en patera. Una historia muy similar a la que viviría unos años más tarde Yusra Mardini, también deportista olímpica.

Nada más se supo de ella, hasta que en plena disputa de los Juegos Olímpicos de 2012 su compatriota Abdi Bile relató que Samia Yusuf estaba desaparecida.

Fue entonces cuando se conoció la dramática noticia, que el Corriere della Sera confirmaría el 19 de agosto. En el mes de abril de ese 2012 la atleta se embarcó junto a otras 70 personas en una patera que trataba de llegar a Lampedusa. Pronto se quedaron sin gasolina, a la deriva. Un barco italiano de la Marina Militare llegó en su rescate, pero fueron pocos los que se pudieron salvar. La mayoría de ellos murieron ahogados. Entre ellos, Samia Yussuf Omar.

Tenía 21 años, y un único sueño: huir de la guerra, de la pobreza, y poder entrenar para, algún día, volver a disputar los Juegos Olímpicos. "Quiero que me aplaudan por ganar. No sólo que lo hagan por que vean que necesito apoyo", había declarado tras su experiencia en Pekín. Un sueño, un anhelo, una salvación, que la vida se encargó de arrebatarle. De la manera más trágica posible.

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