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Marqués de Portago: lujo, amor y tragedia en el automovilismo español

Jockey, esquiador, piloto de avión, piloto de Fórmula 1... la tremenda vida de un atrevido pionero que se fue demasiado pronto.

Jockey, esquiador, piloto de avión, piloto de Fórmula 1... la tremenda vida de un atrevido pionero que se fue demasiado pronto.
Alfonso de Portago, con su Ferrari en 1956. | Archivo

La historia del marqués de Portago es la de una vida frenética, llena de éxitos y glorias, pero que terminó de manera trágica. Justo hoy se cumplen ya 62 años de su desaparición, pero sus hazañas, su leyenda, sigue presente. Quizá, como suele suceder en estos casos, incluso se ha ido agrandando con el paso del tiempo, pero con la característica especial de que todo lo que se cuenta sobre su vida, por increíble que parezca, es real.

Un futuro resuelto

Alfonso Antonio Vicente Eduardo Ángel Blas Francisco de Borja Cabeza de Vaca y Leighton, más conocido como Alfonso, el marqués de Portago, nacía en Londres el 11 de octubre de 1928.

Procedía de una de las familias más prestigiosas de España. No en vano, es descendiente de Núñez Cabeza de Vaca, descubridor de Florida en el siglo XVI. Su abuelo, Vicente Cabeza de Vaca, fue alcalde de Madrid. Y su padre, Antonio Cabeza de Vaca, fue un héroe de la Guerra Civil española, teniendo como principal hazaña una travesía a nado para poner una bomba en un submarino republicano.

Por si todo esto fuera poco, su madre era Olga Leighton, una riquísima heredera americana. Así que como Alfonso Cabeza de Vaca, el marqués de Portago no tuvo nunca ninguna necesidad de trabajar, dedicó su vida al deporte, y a las inquietudes de cualquier joven con dinero y sin preocupaciones.

Como deportista, practicó muchos y muy diferentes deportes. Tenis, golf, polo… A principios de los 50 comenzó a destacar en la hípica especializada en las carreras de obstáculos, siendo el mejor jockey amateur en Francia entre 1950 y 1952, y logrando ser el primer español que participaba en el mítico Grand National de Aintree.

Al poco tiempo abandonó la práctica, al necesitar de dietas continuas para regular su peso. Y es que, como él mismo confesaba, "solía montar a caballo todo el tiempo. No hacía otra cosa. Pero me fui un par de semanas de vacaciones, y cuando volví había engordado unos 14 kilos. Se me ocurren muchas maneras de adelgazar… pero estoy casado".

Así que tuvo que cambiar de deporte. Y como a Alfonso (o Fon, como le conocían sus amigos) le encantaba la nieve –pasaba largas temporadas en Suiza–, decidió formar un equipo de bobsleigh. Sí, de bobsleigh. Un deporte totalmente desconocido en España, pero eso no evitó que se clasificara para los JJOO de Invierno de Cortina d’Ampezzo en 1956, obteniendo además un sorprendente cuarto puesto en la categoría de bobsleigh a dos. España jamás ha vuelto a participar en esta disciplina olímpica.

Portago, una estrella

El marqués de Portago era un hombre atractivo, joven y rico. Su imagen no pasaba desapercibida en los más exclusivos clubs y restaurantes de Madrid, París, Londres o Nueva York, convirtiéndose en todo un fenómeno mediático.

Su relación más sonada fue con Dorian Leigh, considerada como la primera supermodelo de la historia, y figura en la que se inspiró la creación del personaje Holly Golightly interpretado por Audrey Hepburn en la película Breakfast at Tiffany's.

De carácter rebelde, alocado, apasionado, impulsivo, alimentado a base de adrenalina, fue también un excelente piloto de avión. De hecho, ganó una apuesta tras sobrevolar el Támesis y pasar por debajo del Puente de Londres con su avioneta.

Los coches, su gran pasión

Su relación con el automovilismo comenzó de la mano de su amigo Luigi Chinetti, quien lo llevó de copiloto a la Carrera Panamericana de México de 1953. Al regresar a España se compró un Ferrari, y empezó a inscribirse en pruebas de velocidad junto a su gran amigo Nano da Silva, el primer piloto brasileño de la historia.

Era un mundo que le fascinaba: velocidad, glamour, mujeres… No hay que olvidar que era la época de los gentleman drivers.

Fue en 1956 cuando Enzo Ferrari, el supremo de la empresa automovilística italiana, lo incluyó en su equipo de Fórmula 1, donde compartiría escudería nada menos que con Juan Manuel Fangio.

Se ha comentado mucho que su fichaje por Ferrari fue en buena parte por el hecho de ser marqués; y razón no falta. Pero sobre todo su fichaje se debió a que era un piloto habilidoso y rápido, espectacular, y eso era lo que le encantaba a Enzo Ferrari. Un tipo que, como señalaba su biógrafo Ed McDonough, arriesgase y atrajese mucha atención sobre la escudería.

En total disputaría cinco Grandes Premios: cuatro en 1956, siendo el segundo puesto en Reino Unido su mejor resultado; y uno más en 1957. Es, junto a Fernando Alonso y Pedro de la Rosa, uno de los tres pilotos españoles que han logrado un podio en el Mundial de Fórmula 1. Además, ganó seis carreras de Sport, tres de Gran Turismo, así como el Tour de Francia.

Una muerte anunciada

Tras los resultados cosechados y el espectáculo ofrecido, a nadie sorprendió que en 1957 fuera inscrito en la Mille Miglia, uno de los rallys más prestigiosos, y más peligrosos, del planeta. Nada menos que 1.600 km. por las carreteras italianas que van desde el norte del país hasta Roma. Pero que no era para nada del agrado de los pilotos.

El propio marqués le confesaría a un amigo pocos días antes de la prueba que no era su intención la de participar, pero que había sido forzado a ello. A pesar de que, no obstante, se tratara de una indudable oportunidad para consolidar su gran fama.

Portago inició la carrera con su Ferrari 335 S, y el dorsal número 531. El piloto español, con Edmund Nelson como copiloto, va avanzando en el recorrido en una magnífica cuarta posición, algo insólito en un piloto que debuta en tan complicada prueba.

En la última parada, en Bolonia, a apenas dos horas del final de la prueba los mecánicos de la escudería le comunican que la barra que sujeta la rueda delantera izquierda está rota, provocando que el neumático roce contra el chasis. Pero con el poco tramo que queda por recorrer, y tras superar el trazado más complicado, deciden continuar.

Cuando llega a Guidizzollo, donde se encuentra la pancarta de los últimos 50 kilómetros, Portago ya ocupa la tercera posición. Pero, de repente, la rueda izquierda de su Ferrari revienta cuando iba a 240 Kilómetros/hora, y tras varios bandazos y vuelcos impresionantes de un lado a otro de la carretera el vehículo cae encima del público que llenaba las cunetas.

El marqués de Portago, con tan solo 28 años, fallecería en el acto. Su copiloto, unas horas después. Y con ellos, también perderían la vida diez espectadores, cinco de ellos niños, mientras que otras 30 personas resultaron heridas. Un fatal desenlace que pasaría a la historia como la Tragedia de Guidizzolo.

Al día siguiente, Il corriere d'informazione titulaba: "La Mille Miglia cementerio de niños y de deportistas. ¡Ya basta!". Nunca más volvería a disputarse la carrera.

De este modo terminaba demasiado pronto una vida gloriosa que el marqués de Portago había vivido muy deprisa. Sin un reproche, sin perder un instante. Ya fuera a caballo, sobre la nieve, o al volante de un Ferrari, siempre rodeado de mujeres, de amigos, y de glamour. Se marchaba un símbolo, un aventurero, una leyenda del deporte español que, como él mismo relató en una entrevista poco antes de fallecer, disfrutó de una vida maravillosa, aprovechando cada instante.

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