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Cleveland Cavaliers y Golden State Warriors disputan una final NBA repleta de alicientes

Cavaliers y Warriors afrontan una final apasionante. La quinta consecutiva de LeBron James, y la llegada a la elite del genial Stephen Curry.

Cavaliers y Warriors afrontan una final apasionante. La quinta consecutiva de LeBron James, y la llegada a la elite del genial Stephen Curry.
LeBron James penetra a canasta ante la defensa colectiva de los exteriores de los Warriors | Cordon Press

Nunca una final de la NBA puede estar falta de alicientes, y aunque, curiosamente, la de este año no incluya a dos franquicias de las más mediáticas de la competición, sobran los motivos para sentarse a ver (y escuchar en esRadio) el duelo entre los Golden State Warriors y los Cleveland Cavaliers. Los primeros hace 30 años que ni pisan estas alturas, desde que lograran el anillo en la 1974-75, y han sido siempre uno de los equipos más irregulares de la liga, alternando campañas para el desastre con otras en las que daban sorpresas enormes en playoff, pero nunca con la consistencia necesaria. Por su parte, los Cavs, buscarán el título por segunda vez en su historia, después de ser vapuleados en la 2006-07 por los Spurs por un doloroso 0-4. Eran los Cavaliers de Mike Brown en el banquillo… y un colosal pero algo inmaduro LeBron James sobre el parqué.

A un lado del ring, con calzón amarillo y azul, se situará el lobo de la sonrisa eterna. Los guerreros de la Bahía de Oakland, un grupo comandado por la que ya se puede considerar seguramente la mejor pareja de tiradores de la historia de la liga, con todo lo que eso implica. Stephen Curry, y Klay Thompson, que finalmente estará disponible pese al golpe recibido en la cabeza en la serie ante los Rockets. Los Splash Brothers. Una máquina de matar desde el perímetro que ya venía avisando de lo que era capaz en temporadas previas, pero que con Steve Kerr a los mandos ha alcanzado su cum laude, perfectamente escoltada por un equipo con los roles muy definidos, y en el que un All Star e internacional con Estados Unidos como Andre Iguodala ha sabido dar un paso a un lado para lucir menos en ataque, allá donde el huracán de Thompson y Curry todo lo eclipsa. Curry, MVP de la liga regular, ciudadano de Akron como LeBron James, en el estado de Ohio, a escasos 50 kilómetros de Cleveland.

Pero no, los Warriors ya no son sólo el equipo ye-ye. No son ya únicamente el equipo más vistoso de la competición, ese que te arranca una sonrisa cuando los ves jugar. No. Esta temporada, los californianos han logrado ser una de las mejores defensas del mundo, con una intensidad en pista propia nada usual en ejercicios previos. Un auténtico lobo de colmillos afilados. Ese ha sido el gran salto de calidad con Steve Kerr. Y, una vez más, se vuelve a demostrar, que los grandes equipos ofensivos del baloncesto moderno se cimentan en una intensidad defensiva atroz. ¿Les suena la historia del Real Madrid? Bien podría ser el mismo espejo en el que se miraran los Warriors y los de Laso.

Enfrente, con calzón rojo y amarillo, los Cleveland Cavaliers. O lo que es lo mismo, LeBron James y sus secuaces. Un equipo a rebufo del mayor portento sobre la faz de la tierra, que ha subido superar no pocas trabas durante la temporada para volver a plantarse en la final. La quinta consecutiva de LeBron, palabras muy mayores, al ser en dos equipos diferentes. Tras las dudas del comienzo, la lesión de Varejao, el pilar defensivo, pareció desmoronar la estructura, con David Blatt temiendo por su puesto a las pocas semanas de llegar a la liga. Sin embargo, ahí se produjo el momento en el que el entrenador ex del Maccabi demostró no ser un rookie cualquiera: el fichaje de Mozgov. Con la llegada del pívot ruso, las carencias defensivas pasaron a un lado, y el equipo no hizo más que crecer. Ni las dudas sobre el rendimiento de un Kevin Love tan lesionado como, en ocasiones, poco implicado, afectaron a una maquinaria a la que LeBron ponía a plena revolución. En los playoffs, tampoco ha sido un problema la lesión de Kyrie Irving, y James ha dado la sensación de que habría llegado a la final cualesquiera que hubieran sido los cuatro compañeros que le rodearan en la cancha en cada momento. Por eso es, sencillamente, el mejor jugador del mundo ahora mismo.

Precisamente en la defensa a LeBron podrá estar la clave para los Warriors, como lo estará en los Cavs el tapar a Curry. Lo veremos como escolta, alero, o ala pívot, en una partida de ajedrez que desde el salto inicial del primer partido dirimirán Kerr y Blatt. Harrison Barnes, Iguodala, o Draymond Green, más el repertorio de ayudas, serán los encargados de, no frenar, sino limitar en lo posible, al inescrutable James. Por los de Ohio, aunque Irving está recuperado, y su duelo con Curry será una delicia para los ojos entre seguramente los dos tipos con más calidad técnica del baloncesto moderno, veremos mucho al 'factor X' de los playoffs, el australiano Matthew Dellavedova, capaz de desquiciar hasta el momento a Derrick Rose y Jeff Teague, los bases estrella de Bulls y Hawks. Si consigue hacer lo mismo con Curry, los Cavaliers tendrán mucho camino andado.

El último gran reto se jugará en el banquillo, donde dos debutantes disfrazados alcanzaron la final. David Blatt, uno de los entrenadores más prestigiosos del baloncesto europeo, harto de dar sorpresas y de que sus jugadores le siguieran a tirarse por un barranco si él lo pedía, ha sabido adaptarse al estilo NBA, a que LeBron diga "este es mi equipo, y ese tiro es mío", para que las piezas encajen y todo salga rodado. Y se sacó el as de la manga con Mozgov. Y Steve Kerr, con experiencia sobrada en finales con los Bulls y los Spurs en su etapa de jugador, se convertiría en ejercicios previos en el más reputado analista televisivo de la NBA. El año de su estreno no era fácil, en una franquicia que exigía un paso más tras hacer sonreír, pero que quería morder también. Diez meses más tarde, han sido el mejor equipo sin discusión de la temporada. Ambos son novatos con piel de veterano, y no sería de extrañar que sigamos viéndoles en próximos años en finales, por lo demostrado cuando, teóricamente, empezaban a crecer.

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