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Rafa Nadal gana su duodécimo Roland Garros ante Dominic Thiem

El español Rafa Nadal ha ganado su duodécimo Roland Garros al superar a Dominic Thiem por 3-6; 7-5; 1-6 y 1-6.

El español Rafa Nadal ha ganado su duodécimo Roland Garros al superar a Dominic Thiem por 3-6; 7-5; 1-6 y 1-6.
Rafa Nadal | Cordon Press

Cuando Rafa Nadal algún día cuelgue la raqueta, su gran legado será el recuerdo de haber convertido lo sideral en rutinario. Con su nueva victoria en Roland Garros ante el llamado a ser su sucesor en la arcilla, Dominic Thiem, el tenista español sumó su decimosegundo título en París, decimoctavo en torneos de Grand Slam a sólo dos de las dos decenas de Roger Federer. Peor aún, logró su victoria número 118 en los 120 partidos que ha jugado en su vida en tierra a 5 sets. Registros que probablemente nunca nadie iguale en la historia. O en todo caso, tardarán muchísimo en alcanzarse. Usted y yo, querido lector, probablemente no lo veamos jamás.

Y eso que el austriaco volvió a dar muestras de que cada año parece un poco más cerca de Nadal. Su descomunal potencia, con un brazo derecho que parece un martillo neumático, creó problemas al español desde el primer momento. Evitó que Nadal, que gusta de empezar marcando distancia siempre, se adelantara por 3-0 como había ocurrido en todos los partidos del torneo. La victoria del balear, 6-3, 5-7, 6-1 y 6-1 fue más elaborada que en la edición previa ante el mismo oponente (6-4, 6-3 y 6-2). Thiem ganó un set y Nadal tardó algo más de veinte minutos más en deshacerse de un rival que hace unas semanas en Barcelona ya le recordó su potencial (6-4, 6-4). Pero en París, en una Philippe Chatrier que conoce como la palma de su mano, Nadal parece poco menos que inabordable.

El español fue agresivo desde el primer momento, encontrando en Thiem la horma de su zapato, con esas defensas imposibles que sólo los especialistas sobre tierra pueden ejecutar. Pero pese a su indudable evolución, el austriaco aún está lejos del punto de madurez de un Rafa Nadal ya legendario en sí mismo. Poco queda en el zurdo manacorí de aquel adolescente que, melena al viento, desarboló en 2004 en Sevilla a Andy Roddick en la final de la Copa Davis, celebrando cada punto como si de un gol en la final de la Champions o un triple para ganar el anillo de la NBA se tratase. El actual Nadal es mucho más calmado y sus puños cerrados y sus gritos llegan con cuentagotas, como seleccionados para el momento oportuno. Pero pareciera que ningún escenario le inquieta. Ni el rápido break de Thiem en el primer set (3-2), que igualó por la vía rápida, ni siquiera que el austriaco se llevara la segunda manga (7-5), tras el 3-6 en la primera de Nadal. Eso sí, sin excesivas alharacas, sigue pareciendo el mismo jugador del que un día dijo Jimmy Connors que "juega siempre como si estuviera arruinado".

Sorprendentemente, con el segundo set en el zurrón de Thiem comenzó a acabar el partido. Hasta entonces se había visto una primera manga de puntos elaborados, con Nadal más agresivo buscando una y otra vez el revés de Thiem y evitando su hercúlea derecha, y el austriaco de 25 años limitando al máximo sus errores no forzados, bordando un tenis impecable en tierra si enfrente no estuviera quien estaba. En el segundo parcial la cosa fue distinta. Los puntos más cortos y los servicios dominando, después de que Nadal perdonara con 1-1 y 0-15 una volea que habría puesto a su rival ya con media estocada. Pero Nadal, sideral pero no perfecto, vio esa bola morir en la red y dio esperanzas al austriaco, que se encontró con 6-5 la primera bola de rotura en todo el segundo parcial y no la desaprovechó para cerrar el consabido 7-5.

Ahí volvió Nadal el imperturbable, como si nada hubiera ocurrido con el set perdido. Detectó un atisbo de humana relajación al otro lado de la pista y aceleró como evocando de nuevo la frase de Jimbo Connors para, en un abrir y cerrar de ojos, tener en bandeja ya el tercer set. Sumó 16 puntos de 17 y puso un increíble 4-0 casi sin darse cuenta Thiem. A partir de ahí todo pareció un día más en la central parisina, el despacho favorito de Nadal. El mallorquín, portentoso, acumuló derechas, reveses en ángulos imposible, restos ganadores y hasta voleas en la red para dejar en anécdota aquella del segundo set. En total, ganó 22 de sus 26 subidas, como muestra de su dominio de la situación.

Thiem deberá aprender la lección. Ya le ha ganado un set a Nadal en París, pero el siguiente deberá ser no bajar un ápice cuando lo logre, porque el castigo no pudo ser más severo. Los errores no forzados del de Wiener Neustadt se multiplicaron, y pese a que en los dos primeros sets eran casi un tercio de los del español, acabaron siendo 38 por 31 los de Nadal. Cuando física y mentalmente el austriaco bajó un poco, la historia sencillamente se acabó ante la canibalesca actitud de su rival, esa que ahora le tocará aprender a él, si es que ello es factible. En apenas un rato encajó un doble 6-1 que vislumbra más diferencia de la que realmente hay a día de hoy a nivel tenístico entre él y Nadal.

Pero lo mental es otra cosa, como quedó reflejado con una derecha de un Thiem desesperado que se fue dos metros fuera y que puso el 5-1 en el set definitivo, dejando en puente de plata una nueva Copa de los Mosqueteros para Nadal. Raramente en el español se ha visto algo así. Ese nivel de desesperación, de estar desarbolado, de, en definitiva, pagar un momento de despiste tras ganar un set y en lugar de aprovechar para complicarle al fin la vida al rey de la tierra parisina, abrir la puerta de par en par al huracán español. Esa es la lección que deberá aprender Dominic Thiem en su próxima visita a la capital francesa.

Allá, en París, Nadal ya ha levantado el título doce veces. Más que países visitará en su vida casi cualquier ciudadano medio. Muchas más de las ocasiones en que a uno le toca la lotería. Probablemente más de las veces que uno cambia de trabajo a lo largo en su recorrido vital. Y ahí seguirá él, maduro, imperturbable, como si nada pasara. Mientras colecciona Grand Slams y convierte en habitual lo que ya ha dejado de tener calificativos.

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