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Ágora: Un mundo feliz

Alejandro Amenábar afronta en Ágora la mayor superproducción europea de la historia, presupuestada en 50 millones de euros. Un correcto drama histórico que mezcla peplum, romance, aventura...y polémica.

Alejandro Amenábar afronta en Ágora la mayor superproducción europea de la historia, presupuestada en 50 millones de euros. Un correcto drama histórico que mezcla peplum, romance, aventura...y polémica.

Lo que de verdad anuncia Ágora, aparte de esperadas reacciones viscerales a favor y en contra de su director y la ración de (calculada) polémica, es el sucesivo encadenamiento de opiniones causadas por el serio complejo de inferioridad de nuestro cine, poco habituado a estos excesos, y también la masiva y omnipresente campaña publicitaria de la cinta. Amenábar no es un autor, mal que le pese, pero sí un buen director con sólo cinco películas a sus espaldas y cierto exceso de pretensiones. Pero, a diferencia de muchos genios del cine español, tiene todavía bastante que ofrecer.

Y como dirían los Monty Phyton, ahora, la película. Un título en el que Amenábar escala otro peldaño en cuanto a intenciones se refiere, tanto a nivel de presupuesto como de ambiciones. De nuevo, utiliza un género perfectamente codificado como es el peplum para aportarle una visión más dramática, poética y actual, que es en parte ahogada por la impersonal y poco enérgica cámara de su director, cuyas ambiciones y habilidades como guionista superan, siempre, cierta planicie visual.

Porque Amenábar se sirve un guión propio que, pese a manipulador, está muy bien hecho y bien estructurado. Y aunque su plasmación evidencia esas limitaciones como realizador mencionadas (ya vistas en la galardonada Mar Adentro), todavía permite a Amenábar mostrar cada euro invertido en pantalla. No obstante, me sigue pareciendo un realizador un tanto incapaz de plasmar verdadero romance, violencia y pasión en una historia que clama a gritos por ello, algo que enriquecería su paleta artística significativamente. Todo aparece, además, revestido de cierto afán trascendente y de la habitual corrección formal de su autor, punto éste que en realidad ahoga parte de los méritos del magnífico diseño de producción. Hasta aquí lo frustrante en Ágora.

Porque donde de verdad destaca esta, finalmente y a pesar de los pesares, digna película, es en su retrato de Alejandría como verdadera olla a presión de un conflicto humano que se antoja irresoluble. Creencias y moral aparte, el director de Los otros no muestra una mentalidad reduccionista a la hora a pesar de las evidentes y reconocidas manipulaciones históricas y argumentales, de las que otros darán cuenta mejor que yo –salvo en su crítica a cierto sector de la Iglesia, como ha sido anunciado con complacencia en la publicidad del film-. Amenábar se revela aquí cineasta antes que otra cosa, guste o no guste: por Agora pululan disputas entre pobres y ricos, esclavos y hombres libres, paganos y cristianos, hombres y mujeres, y en último término entre razón y sentimiento, ciencia y fe. Y ciertamente consigue que semejante paliza no resulte para nada pesada, y tenga en último término alcance afectivo, que no sensiblero.

El guión impregna de aliento mítico e histórico una historia de amoríos imposibles y traiciones anunciadas, poniendo el acento adecuado en determinadas escenas –tales como la piedra impactando en la cabeza del prefecto- , y narrando la historia personal de Hipatia con nobleza y claridad de cara a un desenlace no por anunciado, menos conmovedor. En Ágora hay momentos visuales de gran belleza, instantes intimistas con fuerza, y sobre todo, el mérito de hacer de la astronomía y la obsesión de su protagonista un motivo cinematográfico dinámico, justificado y bello.

Apoyándose en una Rachel Weisz que aporta humanidad al retrato de Hipatia, Amenábar chapotea satisfecho en la ambigüedad de un período que actuó como conflictiva bisagra histórica. Aún a costa de convertir a cierto sector de la Iglesia en la villana de la función –al fin y al cabo, todo film necesita un villano, de los que pasan por taquilla además-, por el camino aporta su habitual sentido del suspense y de la tragedia en un guión muy bien construído. Ágora cumple, es un buen y poético entretenimiento, no una lección de historia o moral. De todas formas, ahora es el turno de ustedes...

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