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PREMIADA EN SAN SEBASTIÁN

Ciudad de vida y muerte: El genocidio de Nanking en un film salvaje y crudo

China, 1937. El Ejército de Japón entra a la fuerza en Nanking y asesina y veja cruelmente a toda la población civil y militar que quedaba a su alcance. El film, ganador de la Concha de Oro en San Sebastián, retrata los abusos y la muerte de sus habitantes sin concesiones a la galería.

China, 1937. El Ejército de Japón entra a la fuerza en Nanking y asesina y veja cruelmente a toda la población civil y militar que quedaba a su alcance. El film, ganador de la Concha de Oro en San Sebastián, retrata los abusos y la muerte de sus habitantes sin concesiones a la galería.

Ciudad de vida y muerte se apunta al carro Spielgberiano a la hora de describir la masacre en la ciudad china de Nanking, perpetrado por Japón en 1937. De La lista de Schindler (1993) toma la ausencia de sutilezas o fueras de campo para presentarnos la masacre de seres humanos, y de Salvar al soldado Ryan (1998), hereda la impagable y realista potencia de las imágenes de combate, no muy abundantes, pero rodadas con soltura y talento.  

Sin llegar a chapotear en el salvajismo gratuito, lo que le interesa al director Lu Chuan todavía más que a Spielberg es la exposición documental del exterminio de civiles y militares chinos, sin apenas conceder un respiro al espectador. En el film se suceden asesinatos, violaciones y abusos de todo tipo. El resultado es tan directo y crudo que dan ganas de desconectar, pero la habilidad cinematográfica de Chuan consigue sortear gran parte de los obstáculos de un film coral, que rehúye los componentes psicológicos, centrado en la pura y dura descripción del horror. En las antípodas de la celebrada La cinta blanca.

La película de Lu Chuan genera así una impotencia brutal en el espectador, que asiste atónito a una sucesión de atrocidades en blanco y negro retratadas con distancia e indignación por una cámara nerviosa, pero diáfana en su exposición. El guión, mero instrumento para exponer la masacre, es menos importante que la inaguantable plasticidad de las imágenes de una película que renuncia a tomarse licencias.

Con todo esto, poco importan los defectos que le podríamos atribuir. La prolija galería de personajes que comparten el protagonismo (que va pasando de uno a otro sin contemplaciones) y la carencia de una verdadera presentación, nudo y desenlace que podríamos considerar clásicos, no restan ni un ápice de poder a una cinta extenuante, oscura, y pesimista, que no da pábulo a dramas íntimos o personales. Son, de hecho, decisiones deliberadas para acentuar la sensación de deriva e inseguridad que Ciudad de vida y muerte es capaz de causar al personal.

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