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El desafío: Frost contra Nixon. Apasionante relato sobre la moral del poder y los medios

Oscurecido por otros títulos "oscarizables" más mediáticos, la película de Ron Howard es una apasionante dramatización del poder de los medios, una excelente reflexión de la naturaleza del poder, y sobre todo, un palpitante y magistral retrato de dos caracteres opuestos.

Oscurecido por otros títulos "oscarizables" más mediáticos, la película de Ron Howard es una apasionante dramatización del poder de los medios, una excelente reflexión de la naturaleza del poder, y sobre todo, un palpitante y magistral retrato de dos caracteres opuestos.

L D(Juanma González) Howard, realizador masacrado por los sectores críticos más redichos por su éxito de público y su clasicismo formal, lleva años tratando de reivindicar cierta posición autoral en una serie de correctos dramas que le han valido el reconocimiento de la Academia. Grave error: su Oscar por Una mente maravillosa –y su éxito por la mediocre El código Da Vinci- no han hecho sino multiplicar por infinito el rechazo, en ocasiones injusto, que genera.

Pero ahora presenta El desafío: Frost contra Nixon, simplemente una de las grandes películas del año, y la mejor de su dispar carrera. El film adapta al cine la obra teatral de Peter Morgan, y supone la ficcionalización de los preparativos y la entrevista post-Watergate que realizó un showman inglés al personaje más odiado del momento, el entonces recientemente dimitido Richard Nixon. El evento, considerado finalmente uno de los hitos de la historia de la televisión, tenía como finalidad sonsacar la primera confesión del ex presidente acerca del escándalo de corrupción política que sacudió los cimientos del país.

Captando a la perfección la difícil nebulosa de toda búsqueda de la verdad y el espíritu aventurero, de pura guerrilla, de los periodistas que se jugaron su prestigio en el combate, Howard consigue un relato vivo que combina ironía y cercanía a partes iguales. Con una claridad y simplicidad expositiva encomiables, el film consigue sumergirse en las inteligencias de sus dos personajes principales, embarcados en un duelo televisivo retratado por Howard como si de un combate de boxeo se tratase. Durante el mismo, todos los oscuros recovecos del personaje de Nixon, y el inquebrantable ánimo (y afán de triunfo) del showman David Frost son captados por dos intérpretes en estado de gracia.

Michael Sheen hace maravillas con David Frost, retratando el irresistible carisma, la animosidad y gusto por el riesgo del presentador de variedades en su búsqueda del respeto profesional (esa la escena en el aeropuerto, donde confiesa a su productor su frustración por no triunfar en América...). Y qué decir de Frank Langella, construyendo el mejor Nixon jamás visto en pantalla: su vulnerabilidad y brillantez quedan patentes en la memorable escena de la llamada telefónica previa al enfrentamiento final. Langella presenta al personaje como un anciano cuyo patetismo (y superior inteligencia) es producto de otro tiempo y otra moral.

Carente de culteranismos destructivos, la película adopta maneras de falso documental para situar al espectador en el contexto. Es en este punto donde la película de Howard flojea un tanto: mediante declaraciones a cámara de los intérpretes comentando los preparativos y el desarrollo de la entrevista, Howard no consigue explotar esta faceta durante toda la obra, y da la impresión de que sólo sirven para elaborar apuntes durante la primera mitad de la misma (por cierto, la mejor).

El film, pues, huye de intereses espurios y ofrece mucho más que una fría lectura de un hecho político o mediático, cuyas ramificaciones ideológicas con debates actuales son innegables. Se trata de un épico y humano enfrentamiento personal acerca de la moralidad del poder y la ambigüedad de la verdad, que además se presenta despojada de pretensiones “snobs” y entregada al puro entretenimiento. Magistral.

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