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El retrato de Dorian Gray: Oscar Wilde descafeinado, estupendo Colin Firth

La película de Oliver Parker quiere convertir en un film de terror el material original de Oscar Wilde, para así capturar a las nuevas generaciones y elaborar un film actual. Que conste que no hay nada de malo en ello. Lo que perjudica a la película es que lo hace tímidamente y sin soltar amarras.

La película de Oliver Parker quiere convertir en un  film de terror el material original de Oscar Wilde, para así capturar a  las nuevas generaciones y elaborar un film actual. Que conste  que no hay nada de malo en ello. Lo que perjudica a la  película es que lo hace tímidamente y sin soltar amarras.
El retrato de Dorian Gray es una de esas películas que recurren a los efectos de sonido y a algún susto gratuito para presentarse a sí mismas como terroríficas, pero el horror nunca llega y el desfile de atrocidades que presenta se queda muy corto. Lo que resulta es un thriller psicológico vulgar y corriente, demasiado blando y tímido como para escandalizar o sorprender. El desfile de inmoralidades de Dorian Gray hubiera dado para mucho más de lo que muestra Parker, temeroso de desenfrenarse y caer en las maneras de un psycho-thriller al uso. Henry Wotton (Colin Firth) satisface todos los instintos de Gray, pero el espectador nunca llega a saber de ello. Al final resulta que las eruditas reflexiones de Wilde sobre la belleza, la juventud y el placer eran hace más de un siglo mucho más atrevidas, descocadas y socarronas que la película que nos ocupa.

Pero no todo es malo en El retrato de Dorian Gray, un film lo bastante visible como para funcionar con dignidad a un nivel básico. Oliver Parker nunca llega a perder del todo la esencia del relato, su dirección no es mala en absoluto, y se sirve de una banda sonora de Charlie Mole siempre juguetona y acertada. Y dejo para lo último la excelente presencia de Colin Firth, que vuelve a destilar presencia y sentido del humor hasta el punto de robarle la película en cada una de sus apariciones al sosísimo Ben Barnes, cuyo estoicismo podría beneficiar a Dorian Gray en sus compases iniciales, pero no cuando la película le pide un mínimo de emoción. Es Firth quien mantiene el interés de la historia, y de hecho su presencia se revela fundamental en el desenlace. El retrato de Dorian Gray es un film que se ve con cierto interés y moderado agrado, gracias a un buen empaque técnico y una narración suelta.

Pero llegamos al final, en el que el castillo de naipes se derrumba cuanto toca mostrar (precipitadamente) la forzada redención final de Gray, conviertiendo la película en una más de terror y posesiones de final ciertamente apresurado. El personaje de Rebecca Hall acusa esta pérdida de modales (el film hasta ese momento los había mantenido) y se revela como meramente utilitario para poder rescatar a Gray de su condena, pese a los esfuerzos de la actriz. A pesar de esto, El retrato de Dorian Gray puede funcionar para acercar a los más jóvenes a la historia, pese a las indefiniciones que lastran la película.

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