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Green Zone: Distrito Protegido. Acción a toda mecha en Irak

En Green Zone, Matt Damon es un soldado que sospecha que sus superiores ocultan la verdad sobre  las armas de destrucción masiva. Un thriller de acción casi ejemplar ambientado en la reconstrucción de Irak, que destaca por su ritmo avasallador y la presencia de un carismático Matt Damon.

En Green Zone, Matt Damon es un soldado que sospecha que sus superiores ocultan la verdad sobre  las armas de destrucción masiva. Un thriller de acción casi ejemplar ambientado en la reconstrucción de Irak, que destaca por su ritmo avasallador y la presencia de un carismático Matt Damon.

El desembarco de Paul Greengass en Norteamérica para dirigir la secuela El mito de Bourne (2004) se saldó con inesperados resultados. El británico hizo de todo menos elaborar un producto servil y propulsó la franquicia protagonizada por Matt Damon hacia cotas inesperadas, gracias a una puesta en escena que adoptaba manierismos documentales y periodísticos, una trama compleja y un montaje deslumbrante y sincopado. La jugada se repitió en la no menos espectacular El ultimátum de Bourne (tras el aterrador paréntesis de la espléndida United 93), configurando el último punto y aparte en el cine de acción de Hollywood y dos de los thrillers más interesantes de los últimos años.


Situada en un intermedio entre la saga Bourne y la realidad del campo de batalla irakí, Green Zone consigue llevarse lo anterior y navegar de nuevo entre dos corrientes, combinando la espectacularidad de un film de acción de última hornada y una trama de suspense que bebe tanto de la realidad como de la tradición rompedora del thriller de los setenta, presentando a un protagonista luchando solo contra diversas fuerzas incluyendo aquellas de las que, presumiblemente, forma parte. El guión de Brian Helgeland conserva esos ecos de thriller desquiciado y oscuro, aunque en este punto surgen los únicos puntos negros del film, ya que la trasposición de la fórmula actioner de Bourne a la compleja e inmediata realidad irakí provoca algún que otro chirrido.

Pero lo cierto es que la sangre no llega al río. Green Zone es un verdadero obús, un film de acción compacto (poco más de cien minutos), absorbente y repleto de grises morales, un trallazo visual extremo que incendia el celuloide, que ni siquiera pierde el tiempo presentando personajes y que se hace perdonar cualquiera de sus defectos. Aunque Greengrass no se deleita lo suficiente en explicaciones, lo hace a cambio de obsequiar al espectador con una narrativa poderosa y extrema que, pese a pecar de inocente en algunos puntos de la compleja trama, no dice al espectador qué opinar del conflicto irakí, sabiendo compaginar cierto componente de denuncia y a la vez contentar a todos. El director de ese prodigio llamado United 93 se centra en la pura y dura anatomía de un film de acción que no da un segundo de respiro, utilizando la realidad a modo de puro y duro mcguffin cinematográfico.

En esta tesitura y con estas armas de destrucción masiva, poco importa casi el escaso brillo que se le saca a excelentes secundarios como Greg Kinnear, Jason Isaacs o Brendan Gleeson, o que el voluntarioso guión de Helgeland peque de simplista al abordar algunos retazos políticos o sociales de la trama. Greengrass lo compensa con elementos puramente cinematográficos como la prodigiosa música de John Powell (autor también de las partituras de Bourne), el montaje acelerado  y escenas como esa escaramuza final, en la que confluyen todas las fuerzas opuestas del film en una persecución de más de quince minutos avasalladora, extenuante y física.

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