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Jordi Évole divide al país... entre listos y tontos

El falso documental de Jordi Évole ha provocado un terremoto de opiniones que se refleja hoy en la prensa.

El falso documental de Jordi Évole ha provocado un terremoto de opiniones que se refleja hoy en la prensa.

Évole divide a los que se rinden emocionados ante tamaño ingenio y los que le mandarían a la hoguera, pero en el debate subyace una profunda brecha entre los que se lo creyeron y los que no.

El Mundo se pronuncia hasta en un editorial que aplaude con entusiasmo el "exitoso falso documental" que "ha suscitado alabanzas sin parangón y críticas furibundas". Casimiro García Abadillo opina que "33 años después de la intentona, una democracia madura puede permitirse el lujo de hacer espectáculo sobre aquel episodio". Antonio Lucas también se lo pasó de lo lindo, con el "Cuéntame chanante", del "descojone" que Évole se montó "con una coña audaz sacada de quicio". No tiene palabras para describir su desbordante admiración ante Évole. "Sabe que la inteligencia y el humor no pueden generar ya ningún daño". Arcadi Espada, sin embargo, tiene un mosqueo sordo que hace pensar que lo tragó. "La base del éxito de audiencia de estas patrañas es sencilla (…) la credulidad del público se ocupa de llegar a donde no llega el talento", dice a modo de patada en el bajo vientre al Follonero. También se llevan lo suyo los que contribuyeron a la chanza, "Anson, Ónega, Leguina, Mayayo, Verstriynge, Gabilondo y Mayor Zaragoza, a los que cabe preguntarles qué propósito estético o moral sostenía su contribución a que la ocurrencia , el bulo y la falsedad siguieran aleteando sobre la historia del 23-F". Se salvan unos "tipos honrados", los espías y un militar que eran personajes ficticios. "Es un dato interesante. Permite distinguir a la gente poco seria" de la que "decididamente, no te puedes fiar".

Víctor de la Serna se suma a las bofetadas. "El programa de Évole supone un cúmulo de despropósitos y deshonestidades" y los que participaron, "de forma bochornosa (…) no han hecho sino dar municiones a quienes afirman que lo que hacemos en esta profesión es vestir patrañas de noticias". Évole, es un "cómico que se fue creyendo su personaje de periodista" y su programa una "mofa y una befa" en el que "no pasa nada porque al final se reconoce el engaño" y "los más listos ya se habían dado cuenta", "y los demás se caerían del guindo entonces". Otro al que le engañaron como a un chino.

El País lleva el debate a su portada, nada más y nada menos. Javier Cruz, que es del grupo de los listos, se queja de la falta de sentido del humor de los tontos. "¿A quién ofendieron Jordi Évole y sus guionistas? A los que no se dieron cuenta de la broma" y "a los que se toman muy en serio", a sí mismos, no como él, que está encantado de haberse conocido. "Si al cabo de unos minutos el telespectador no se dio cuenta de que iba de coña es que algo no funciona entre nosotros", dice esta mente privilegiada. Joaquín Prieto, sospecho que del grupo de los tontos, se acuerda de la madre de su compañero en la columna de al lado. "No hay que escandalizarse de que alguien se tome a chanza el golpe de Estado a condición de advertir que se trata de eso. Confesarlo una vez logrado el pelotazo de audiencia es pujar en el mercado de las sensaciones, un acto impropio de las personas que participaron en la fábula". "Que el público se lo tragó lo evidencia el tráfico generado en las redes sociales, los golpes de pecho de los engañados y el borrado presuroso de mensajes tras enterarse de la falsedad". Nada, Joaquín, desiste, dicen que la huella digital es imborrable.

En La Razón, Cecilia García se confiesa sin tapujos. Se la colaron total. "Dolor de mandíbula de mantener tanto tiempo la boca abierta y ojiplática perdida. Así me mantuve mientras veía el falso documental". Eso sí, estuvo más espabilada que Joaquín Prieto. "Suerte que no me lancé a tuitear". "Lo que le quedó a los que sí lo hicieron fue demonizar a Jordi Évole cuando minutos antes lo estaban subiendo a los altares del periodismo. Ni tanto ni tan poco. Toda una lección de humildad... para algunos".

Juan Carlos Girauta se apunta a los que están negros con Évole. Fue "abominable" y "sobre las majaderías con que se ha acompañado después la estafa televisiva, mejor no extenderse", dice en su columna de ABC. "Operación Palace tiene un mérito que nadie le va a negar: alcanzó altísimas cuotas de audiencia, colapsó las redes sociales y ha ocupado las conversaciones durante más de veinticuatro horas". También tiene unas palabritas para los que se prestaron al documental falso. "Ayer tuve ocasión de decirle al maestro José Luis Garci que, de todos los intervinientes en la farsa, solo él tenía perdón de Dios, pues su profesión es la ficción". "Fusionar realidad y ficción no sólo es incompatible con el periodismo, y no solo es inmoral: es el principal problema de nuestra democracia".

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