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Arcadi Espada convierte en un ángel a la señorita Rottenmeier

Dos columnistas de El Mundo, Arcadi Espada y Jiménez Losantos, ofrecen visiones opuestas del discurso del Rey.

Arcadi Espada se leyó el discurso de proclamación de don Juan Carlos hace 40 años para poder comparar y, según su artículo en El Mundo, ganó al de don Felipe por una goleada que deja lo de España con Holanda en una pírrica derrota. Mientras que el de Juan Carlos tuvo "altura", "valor" y fue "conmovedor", el de su hijo, en opinión de Arcadi, fue una auténtica basura. Sin ninguna concesión.

"Don Felipe leyó una suerte de copypaste donde todo quedó por tratar. Cuando habló, textualmente, del papel de la mujer y del respeto al medio ambiente, creí que iba a desmayarme por tener la alucinación de que nuestro rey estaba inaugurando una depuradora del Ganges", dice despiadado. "La obligación de un rey en su primer discurso es que todas la palabras suenen nuevas. Fracasó. Como también lo hizo en el modo de decirlas. Demasiadas vacilaciones y titubeos. Sostienen, para disculparlo, que estaba nervioso. Lo que es intolerable, claro está. Entre otra muchas cosas se decide un rey y no un presidente de la república porque no se va a poner nervioso", dice en plan intransigente.

También le parece imperdonable el "error conceptual" de la mención a las lenguas. "Quiso ganarse a los nacionalistas por el lado de la adulación lingüística. Las lenguas españolas no pueden ser puentes de diálogo entre españoles. Seria una gran dificultad técnica que así sucediera. Por suerte una de las lenguas españolas, el castellano, es el puente. La koiné que permite ese diálogo". Especialmente "gracioso" le pareció que dijera "Girona" en lugar de "Gerona". "No sólo resulta inconveniente dejar sin traducir los topónimos cuando puede hacerse (que es siempre con los topónimos relevantes y no con las aldeíllas)", dice pedantillo. "Es, además, una muestra de afecto. Recíproca. Con la comunidad lingüística del topónimo original y con la del topónimo traducido", añade el maestro.

Nostálgico, dice Arcadi que en el discurso del padre "no se ve a un Rey que pida perdón a su pueblo. Se ve a un Rey que coge de la mano a los españoles, que parece tan personalmente atemorizado como ellos, y que les anima a recorrer juntos un camino incierto". Y el hijo sin embargo, ay el hijo, no le llega ni a la altura de los zapatos. "Un Rey que recoge su corona de manos de la democracia, pareció andar como por un lecho de huevos, pidiendo perdón a cualquier español con el que se cruzara. Sin motivo", concluye implacable convirtiendo a la señorita Rottenmeier en una adorable anciana.

En total desacuerdo y en el mismo periódico opina Federico Jiménez Losantos. Recuerda que él es "el decano de los abdicacionistas españoles", que luego hay mucho advenedizo que quiere ponerse los galones. Confiesa que "no esperaba un discurso tan extraordinario como el que ayer pronunció nuestro flamante Rey". "Casi nada de lo que dijo me disgustó y casi todo me gustó", dice. Especialmente le gustó que hablara en primera persona, "diciendo 'yo', no 'la Corona' (…) En un país enfermo de irresponsabilidad, que el primero de los españoles asuma las suyas es digno de admiración". La "descarga eléctrica" del discurso vino, en su opinión, cuando habló de "su compromiso de respeto absoluto a la independencia judicial, es decir, que, a diferencia de su padre, no utilizará la Fiscalía para salvar a los golfos de su familia", dice con un recuerdo de don Juan Carlos opuesto –y más reciente– al de Arcadi. "La apoteosis llegó al final, cuando se proclamó orgulloso de España y esperanzado en que algún día España se siente también orgullosa de él". "Un gran día para España, sí Señor", concluye emocionado.

Está claro que nunca llueve a gusto de todos, Felipe, qué le vamos a hacer.

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