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Pizarro recuerda la "sonrisa templada" de Ana Cristina Placer, la esposa de Alierta

Manuel Pizarro dedica un emotivo obituario en ABC a la esposa de César Alierta, Ana Cristina Placer, fallecida el pasado domingo.

Este domingo fallecía en Madrid Ana Cristina Placer, esposa del empresario César Alierta. Este lunes representantes del mundo de la política y de la empresa, entre ellos la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, daban en Zaragoza su último adiós a Ana Cristina Placer. La esposa de César Alierta falleció el domingo en la Clínica Quirón de Madrid, donde permanecía ingresada por una enfermedad pulmonar.

La presidenta del Gobierno de Aragón, Luisa Fernanda Rudi, que acompañaba a Saenz de Santamaría, entre otros; la presidenta de Navarra, Yolanda Barcina, que ha asistido junto al expresidente de Endesa Manuel Pizarro; el presidente de la CEOE, Juan Rosell; así como el presidente de Caixabank, Isidro Fainé, han sido algunos de los asistentes al funeral. Además, han estado presentes el presidente del Grupo Inditex, Pablo Isla; los exministros Rodrigo Rato y Cristina Garmendia; así como el empresario Florentino Pérez y el periodista José María García. El expresidente de Endesa, Manuel Pizarro, le dedica este martes un emotivo obituario en el diario ABC.

Titulado "Sonrisa templada, abrazo dispuesto", Pizarro recuerda las extraordinarias cualidades humanas de Ana Cristina Placer, la "compañera de vida" del presidente de Telefónica. Aquí reproducimos el obituario al completo.

Sonrisa templada, abrazo dispuesto

El domingo fallecía en Madrid Ana Placer, una verdadera amiga; un ser bueno que derrochaba atenciones a todos los que hemos tenido el privilegio de compartir con ella momentos de una vida. Ana era, es y siempre será, esa sonrisa templada y ese abrazo dispuesto.

Sé que su esposo, César Alierta, al que me unen muchos sentimientos y vivencias, no permitirá que nadie desvíe la atención sobre quien ha sido y será su alma gemela. Pero es difícil hablar de Ana sin recordar a César, como es imposible entender a César sin haber conocido a Ana.

Son dos en uno. Así lo fueron siempre y así lo eran en todo. No había meta que se les resistiese si estaban juntos, y siempre lo estuvieron. Él reía si ella sonreía; él se preocupaba si notaba que Ana estaba triste. Porque Ana no sabía lo que era una queja.

Ana se ha ido luchando a brazo partido contra su destino, contra una enfermedad que la debilitó pero que no consiguió abatirla. Recuerdo a Ana en muchos momentos de nuestra existencia, pero la recuerdo aún más la última vez que me invitó a su casa de Madrid. Fue el pasado mes de enero. Juntos con Ana, disfrutamos de su serenidad, su generosidad con sus amigos y su talante discreto y cercano a la manera de Aragón.

Tenía sangre vasca en sus venas pero no podía disimular su amor a la tierra, a sus raíces, a los suyos. Sus padres, que tanto la marcaron, sus hermanos, sus sobrinos, y por encima, él; su compañero de vida, su amor de juventud y madurez; su pasión y su energía. Él, César, al que siempre apoyó por difíciles que fueran las circunstancias.

Admiro a Ana desde lo más profundo de mi corazón y siento hoy el privilegio de poder rendirle este homenaje discreto. Ana no hubiese aceptado palabras opulentas o desproporcionadas.

Ana era sinceridad. Nos devolvía a la realidad cuando caíamos presos en la ensoñación. Pero lo hacía con encanto, con la fortaleza del que sólo quiere el bien de sus amigos. Porque para Ana sólo importaba la palabra confianza.

Todos sus amigos nos sentimos hoy lacerados por su fallecimiento. Desorientados en nuestros recuerdos. A su lado y al lado de César, porque ellos nos han dado algo que es difícil de alcanzar; nos han dado su aliento y su generosidad, sin pedir nada a cambio. Nos han ofrecido todo lo que tenían. Han vivido un poco nuestra vida y ahora vamos a vivir para Ana.

Que nos sigas ayudando, querida Ana, con esa paz interior que siempre desprendías.

Sit tibi terra levis.

Manuel Pizarro Moreno

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