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Quince años de la batalla de Nayaf, heroísmo español a 5.000 kilómetros de casa

Los militares españoles combatieron durante casi siete horas en la ciudad santa del chiísmo. Bono sólo concedió tres medallas rojas al Mérito Militar.

Los militares españoles combatieron durante casi siete horas en la ciudad santa del chiísmo. Bono sólo concedió tres medallas rojas al Mérito Militar.
Uno de los VEC disparando en la puerta de la base Al Andalus. | Imagen de vídeo

El 4 de abril de 2004 es una fecha marcada a sangre y fuego para las Fuerzas Armadas. Amaneció como un día más, pero acabó con varios centenares de militares habiendo sido protagonistas de la mayor batalla urbana en la que han participado tropas españolas en décadas. En muchas décadas. Es lo que se conoce en ambientes militares como la batalla del 4 del 4 del 4. Y todo ello, a más de 5.000 kilómetros de casa.

Una coalición internacional liderada por Estados Unidos y Reino Unido había derrocado al dictador iraquí Sadam Hussein un año antes, en abril de 2003. Poco después, las Naciones Unidas aprobaron la resolución 1483, que permitía que fuerzas militares extranjeras contribuyeran "a la estabilidad y seguridad de Irak" bajo la autoridad de los dos países anglosajones antes mencionados. El Gobierno español desplegó entonces un contingente de 1.300 efectivos en el país asiático.

El destino de este contingente fueron dos ciudades: Diwaniya y Najaf. Ésta última no es una ciudad cualquiera. En ella se encuentra el santuario más importante del islam chií: la tumba del imán Alí. Es la tercera ciudad del planeta que más peregrinos musulmanes recibe, solo por detrás de La Meca y Medina. También alberga el mayor cementerio musulmán del mundo. Y cuenta en sus calles con uno de los mayores centros de estudios islámicos. Entre los alumnos del mismo figuran nombres como el del ayatolá Ruhollah Jomeini.

En noviembre de 2003 la situación en la comunidad chií de la ciudad era casi insostenible. Los dos principales clérigos estaban enfrentados por si debían colaborar o no con las tropas extranjeras. La disputa se resolvió por la armas. El Ejército del Mahdi, bajo las órdenes del clérigo Muqtada al-Sadr (el mismo que en mayo de 2018 fue el más votado en las primeras elecciones presidenciales iraquíes post-Estado Islámico), asesinó al clérigo Abdul Majid Al Joei.

Empezaron entonces a organizar una administración paralela en la ciudad. Se aprovecharon de que las tropas internacionales no podían entrar en lugares sagrados para utilizar la mezquita de Kufa como centro neurálgico, en la que guardaban armas y hacían entrenamiento militar. En la mezquita de Alí montaron tribunales religiosos para hacer cumplir la sharía (ley islámica) y calabozos. Empezaron también los primeros ataques y emboscadas a las tropas internacionales en la ciudad.

Una detención no comunicada

La madrugada del sábado 2 de abril sucedió un hito que precipitaría los acontecimientos. Tropas de Estados Unidos detuvieron en una operación que no es comunicada a ningún aliado a Mustafá Al Yacubi, lugarteniente de Al Sadr. Su mujer acudió esa mañana a la base española de Al Andalus (España tenía el control de toda la provincia de Najaf y dieron por hecho que estaría allí) para llevarle ropa y comida. También se convocaron las primeras manifestaciones de protesta. Todo ante la sorpresa de los militares españoles, que no tenían conocimiento de la operación estadounidense.

El domingo 3 continuaron las protestas frente a la base. El día siguiente, el 4 del 4 del 4, la situación dio un giro importante. Sobre las 11.30 hora local, centenares de seguidores de Al Sadr se arremolinaron en la puerta principal de la base Al Andalus para volver a exigir la excarcelación. Aparecieron entonces decenas y decenas de hombres vestidos de negro que empezaron a disparar contra la base. Al principio solo con fusiles AK-47, después también con lanzagranadas RPG.

Las tropas españoles y el resto de militares tomaron posiciones en las zonas estratégicas de la base. El coronel Alberto Asarta (se retiró en 2013 como general de división), al mando de la base, mandó a los VEC (Vehículo de Exploración de Caballería) del Regimiento de Caballería Farnesio a la puerta principal. Junto a ellos fueron varios vehículos BMR del Regimiento de Infantería Saboya, tres de los cuatro con su arma más potente, la ametralladora de 12,70 mm, inoperativa.

La Fuerza de Protección de la base se desplegó en sus puntos específicos para repeler el fuego enemigo y un equipo de francotiradores del Mando de Operaciones Especiales (MOE) del Ejército de Tierra se posicionó en la azotea del edificio de los representantes civiles de la coalición, ubicado en el interior de la Al Andalus. Junto a ellos, en esa azotea, estuvieron marines estadounidenses, militares salvadoreños y un puñado de contratistas privados de Blackwater (actualmente, Academi).

Lo que parecía un simple ataque se convirtió con el paso de los minutos en un intento de asaltar la base y de tomar el control. Disparaban desde diferentes sectores, incluso desde la azotea del hospital, el edificio más alto de la ciudad, situado a escasos centenares de metros de la base. El primer herido de la coalición lo provocaron precisamente desde esa azotea. Un francotirador insurgente alcanzó al capitán estadounidense Matthew Eddy, que terminó falleciendo.

Una ciudad en armas

Las noticias que llegaban por radio empezaron a desvelar que el levantamiento de los seguidores de Al Sadr no era solo contra la base Al Andalus, sino que también se estaba intentando asaltar la comisaría de la ciudad, anexa a la prisión. Ambas formaban un complejo donde se instruía a la nueva policía iraquí. La situación se puso tan complicada -los salvadoreños llegaron a usar sus cuchillos en combate cuerpo a cuerpo- que pidieron apoyo a sus compañeros de armas.

Mientras los mandos de la coalición en la zona deciden cómo apoyar a los salvadoreños que están en la comisaría al tiempo que hacen frente al intento de asalto a la base Al Andalus, un pelotón de salvadoreños decidió salir por su cuenta y riesgo, a pie, y en medio de los combates, en apoyo a sus compañeros asediados en la comisaría. Se propusieron la misión de recorrer los casi dos kilómetros en línea recta que separaban ambas instalaciones pese a que la ciudad estaba levantada en armas.

En la puerta principal, un frente amplio de 300 metros, los VEC mandados por el sargento primero Jorge González Vergara (en activo con el empleo de brigada) exprimían al máximo los cañones de 25mm de sus vehículos para eliminar insurgentes, eso sí, evitando hacer blanco sobre los civiles que quedaban en la zona o los niños que los insurgentes usaban para abastecerse. Destrozaron varias furgonetas que llegaban con insurgentes de refuerzo y eliminaron a sus ocupantes.

Mientras tanto, la sección de BMR mandados por el alférez Jacinto Guisando (en activo con el rango de capitán) se retiraba de la puerta y se preparaba para salir. Asarta les había ordenado ir a la comisaría en apoyo de los salvadoreños. Lo hicieron por la parte de detrás de la base, para salir a la ciudad desde Camp Baker (la base anexa de estadounidenses, salvadoreños y blackwaters) y evitar el enfrentamiento de la puerta principal, aunque suponía doblar la distancia a recorrer.

Un convoy para valientes

El convoy salió a toda velocidad pero en cuanto entraron de lleno en la ciudad todo se complicó. Recibieron fuego desde azoteas, ventanas y cruces de calles. Tuvieron que esquivar pequeñas barricadas e, incluso, quitarse de en medio a un vehículo de la policía iraquí (muchos de los agentes eran simpatizantes de Al Sadr), que trataba de ralentizar su marcha para que fueran pasto de los disparos. Y todo ello, como hemos comentado, con solo una de las cuatro 12.70 mm operativa.

Entre disparos de fusilería y algo de RPG llegaron hasta la posición del pelotón salvadoreño que había salido en apoyo de sus compatriotras de la comisaría. Los disparos desde un edificio les había obligado a protegerse a medio camino. Quedaron fijados al terreno. Los españoles abrieron fuego con todo lo que tenían para permitir a los salvadoreños recuperar la posición. Después se emprendió la marcha hacia la comisaría con los salvadoreños a pie utilizando los BMR como parapetos.

A unos cientos de metros de la comisaría, en línea recta, el alférez Guisado comprobó como la instalación estaba cercada, lo que hacía imposible llegar con los salvadoreños caminando al lado. Les ordenaron quedarse atrincherados junto a una zona con chatarra almacenada con la que podían protegerse y emprendieron rumbo hacia la comisaría, donde ya sabían por la radio que había varios heridos graves a los que había que evacuar y dos muertos.

El convoy español rompió el cerco de los insurgentes y entró en el complejo que conformaban la comisaría y la cárcel. Fueron puestos en situación por el capitán salvadoreño y Guisado decidió que la medida a tomar era evacuar a los heridos en los BMR para que no perdiesen la vida y volver a buscar a los que allí quedaban en un segundo viaje. Sí se llevaron a una patrulla hondureña a la que el levantamiento había cogido cerca de la cárcel con sus humvees y se habían resguardado allí.

Emprendieron el camino de vuelta a la base y al poco se encontraron con el pelotón de salvadoreños que habían dejado protegidos en una zona de chatarra. Los insurgentes había vuelto a atacarles y habían perdido algo la posición, así que Guisado mandó a sus hombres abrir fuego con intensidad contra los edificios desde los que se atacaba a los salvadoreños y permitirles así retomar el aliento hasta que volviesen a por ellos en el segundo viaje.

Continuaron el camino hasta la base de Camp Baker, donde dejaron a los salvadoreños heridos y siguieron hasta Al Andalus para volver a recoger más munición y dar novedades a Asarta. En la puerta de la base los VEC de González Vergara seguían abriendo fuego con intensidad contra los apostaderos insurgentes y la humareda que provocaban algunos vehículos en llamas no impedían sus acertados barridos con los cañones de 25mm de las azoteas desde las que recibían fuego.

Regreso al infierno

El alférez Guisado y su convoy salieron de nuevo de la base rumbo a la comisaría utilizando el mismo camino que la primera vez. De nuevo, en cuanto entran de lleno en la ciudad, reciben fuego insurgente, aunque consiguen llegar con relativa rapidez a la zona donde se encontraba atrincherado el pelotón salvadoreño, que estaba volviendo a pasar por momentos difíciles. Los españoles barrieron las azoteas desde las que atacan a sus compañeros y continuaron hacia la comisaría.

Consiguieron llegar al complejo de la comisaría entre algo de fuego de fusilería y tras neutralizar dos vehículos insurgentes. Una vez dentro, empezó el rescate de los salvadoreños e iraquíes allí acantonados, casi un centenar. Se organizó un convoy con los vehículos que había en la prisión, que no estaban blindados, y a los que se dispuso entre los BMR españoles.

También un camión con techo de tela y las ruedas enganchadas en alambres de espino que los salvadoreños se empeñaron en llevar para no dejar material abandonado en el complejo. Del mismo modo, se avisó por radio al pelotón salvadoreño atrincherado entre la chatarra que los BMR irían con las plataformas de acceso bajadas y a ritmo lento (el camión tampoco permitía ir muy rápido) para que se subieran a los vehículos sobre la marcha.

El convoy inició su camino al tiempo que llegaron refuerzos a la zona. Dos helicópteros de ataque Apache estadounidenses empiezaron a batir las azoteas del recorrido que debía seguir el convoy. El fuego fue intenso y las bainas ardiendo de los proyectiles cayeron sobre las cabezas de los españoles, salvadoreños e iraquíes. Llegaron así con facilidad hasta la zona donde se estaban los salvadoreños emboscados, que tenían un herido por granada de mano.

Para sorpresa de los militares españoles, el salvadoreño al mando de ese pelotón se negó a montar de inmediato en los BMR, pues el herido por granada de mano había perdido su radio y no querían dejarla abandonada. Esto provocó que los españoles y los helicópteros se tuviesen que quedar en la zona parados abatiendo insurgentes mientras un pequeño equipo de salvadoreños recuperaba la radio aprovechando la superioridad armamentística del momento.

Puestos de nuevo en marcha el convoy llegó a la base sobre las 18.30 horas por su ruta entre el habitual fuego de fusilería y de lanzagranadas RPG, con los helicópteros estadounidense desviados ya a limpiar otras zonas de Najaf. En la base los combates habían cesado poco minutos antes, tras casi siete horas, gracias a la actuación de los VEC de Vergara, la fuerza de protección de la base y el equipo multinacional apostado en la azotea de la autoridad civil.

Antes de ese final hubo tiempo para algún momento de tensión entre los mandos españoles y estadounidenses. Y es que el coronel Asarta se negó a que cazas F-16 norteamericanos atacaran el hospital desde cuya azotea atacaban los insurgentes porque en su interior había civiles que podrían perder la vida en el ataque.

Pocas medallas

La heróica actuación de las tropas españoles se saldó con tres cruces rojas al Mérito Militar, la máxima distinción que puede obtener un militar. Fueron para el coronel Asarta, el alférez Guisado y el sargento primero González Vergara. Aunque la verdad es que muchos de los militares españoles que participaron aquel día en la batalla de Najaf merecieron esa recompensa, que no fueron concedidas por el Ministerio de Defensa de José Bono porque estaban en "misión de paz".

Poco después del 4 del 4 del 4, el recién elegido presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ordenó la retirada de las tropas españolas de Irak. Ese último mes y medio no fue fácil para las tropas españolas, que siguieron sufriendo los ataques de los insurgentes iraquíes. No en vano, otros cuatro militares españoles desplegados en Najaf recibieron cruces rojas al Mérito Militar por sus acciones en combate antes del final de la misión.

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