
Agua y galletas, eso es lo que daban a Mario Josué Prieto para que se despertara cuando se desmayaba. Ni agua de beber ni galletas para comer. Agua y galletas de las que se propinan, dejándolo medio muerto. A continuación ahondaremos en ésta y otras torturas que el preso español ha visto y recibido desde su detención -y posterior encarcelamiento-, por participar en las manifestaciones masivas del 11 de julio de 2021 en Cuba, hace más de 14 meses.
"Desde que lo entraron para prisión de instrucción penal todo fue a base de golpe, a base de maltrato", asevera Niurka Ricardo, madre del joven de 27 años. De esa fase (la de instrucción), el reo recuerda con pavor los constantes interrogatorios, siempre a horas insospechadas. "Le obligaban a quitarse la ropa a cualquier hora, no tenían un horario para interrogarlos. Lo mismo los sacaban a las doce de la noche que a las tres de la mañana, o a la una de la tarde", explica.
Oscuridad, golpes y sangre
Formaba parte de la tortura, en este caso psicológica. "Querían tenerlos desorientados", apunta la madre del joven, "cuando preguntaban la hora, les decían: orientarse por el sol". Cruel ironía. En la prisión de instrucción penal, les tenían encerrados en pequeñas celdas oscuras. Unos cubículos en los que no tenían manera de ver la luz del día.
Eso sí, en ocasiones les ponían luz artificial para que pudieran ver las tétricas huellas rojas que adornaban la minúscula estancia. El rastro del dolor que los guardias habían infligido a los manifestantes que ya habían pasado por allí. "Podía ver las manchas de sangre que había en las paredes y en el piso (suelo) de la celda, de lo que les daban a los muchachos", señala Niurka.
Era una de las estrategias que utilizaban para hacerles hablar. "Él veía a los compañeros como salían con la nariz rota o la cabeza ensangrentada", añade la madre de Mario Josué. También "sentían a los muchachos cómo gritaban, de lo que les hacían allí" y "eso mismo le pasó a él". Mil y una historias —de terror— que empiezan el mismo día de su detención, hace ya 14 meses.
Chantaje, mentiras e incomunicación
Uno de los objetivos de los agentes de la instrucción penal es desmoralizar a los detenidos por el 11-J, para así conseguir una confesión que ya les tenía preparada. Lista para ser rubricada. "A Mario Josué le decían que su mamá estaba allá afuera dando gritos, que le había dado una cosa, que se la habían tenido que llevar al hospital... Para que él hablara y dijera, para que firmara lo que ellos le estaban pidiendo que firmara", indica Niurka.
En otra ocasión, le dijeron "que ya su mamá estaba esperándolo, que firmara y que entonces lo dejarían salir". "Él le dijo que no, que él no firmaba nada, porque nada tenía que firmar y nada tenía que decir más de lo que ya había dicho", dice la madre del joven con cierto orgullo. Ellos intentaban aprovechar la incertidumbre que le producía el hecho de estar incomunicado para lograr que confesara algo que no había hecho.
No le dejaron hacer ni una sola llamada en los 20 días que pasó en la prisión de instrucción penal. Era muy habitual que los agentes chantajearan a los reos con las comunicaciones con sus seres queridos. Niurka cuenta que a Mario Josué, un día que reclamó poder hablar con su familia, "le dijeron que él no tenía derecho a llamada alguna, que -si él quería llamar o saber algo más de nosotros- él tenía que hablar y decir con quiénes se juntaba aquí, qué él hacía, con quién había ido a manifestación... Decir todo lo que sabía". De no hacerlo -amenazaron- "no nos iba a poder llamar nunca y se iba a quedar allí todo el tiempo".
Sin medicamentos, ni comida
Lo mismo ocurría cuando Mario Josué les solicitaba que le facilitaran los medicamentos que tiene prescritos y que "nunca le quisieron dar". "Desde el primer día los tenían. Yo se los llevé, con un resumen de su historia clínica y con la dosis que el médico le mandaba", asevera Niurka. "Él lo pedía y que le decían no", explica, "para ustedes no hay medicamentos, y para ti menos qué eres tan cerrado". "Le decían eso porque ellos querían presionarlo para que él hablara y delatara a los muchachos del 11-J", añade. "Pero dijo que no, que no tenía que decirles nada, que no les iba a hacer el trabajo de ellos".
"Fíjate hasta dónde son malvados", advierte Niurka, "le enseñaban un poquito de comida y se la retiraban". "Al rato venían, le enseñaban otra bandeja, que la comida era un poquito mejor, y también se la llevaban", añade. Como no conseguían lo que querían de Mario Josué, "solo le daban un poquito de agua o un pedacito de un pan agrio, descompuesto" y así hasta que creían conveniente. No es de extrañar que, como asegura su familia, sea "piel y hueso". "Ha adelgazado más de 20 kg desde su detención".
Agua y galletas
La policía política del régimen comunista no tiene piedad con los que considera "contrarrevolucionarios". No les deja en paz ni cuando están enfermos. "Cuando Mario Josué cogió la covid en la cárcel se desmayaba, de la falta de aire y la debilidad", relata la madre del preso político. "Cuando volvía en sí, él estaba entripado (dolor en las tripas) y empapado de agua".
A veces ni siquiera recordaba bien lo que había pasado y eran los compañeros de las celdas más próximas a la suya los que le contaban lo que había sucedido. Parece ser que los guardias creían que él fingía. "Cada vez que él se desmayaba, le decían: te lo estás haciendo", según escucharon los reos. El caso es que, cuando se lo encontraban en aquel estado —en lugar de ayudarle o llamar a un médico, como cabría esperar—, se cebaban con él.
"Le entraban a galletas (golpes). Lo levantaban por la ropa, lo soltaban, lo dejaban caer, y le tiraban cubos de agua encima... Y ahí lo dejaban", relata Niurka. Ella lo supo incluso antes de que él tuviera la oportunidad de decírselo. "Lo contaban muchos muchachos que estaban en el hospitalito de campaña, cuando ya los sacaron de la prisión de instrucción penal" y comentaban que no sabían "cómo Mario Josué no se había muerto allí".
Repetidas vejaciones y torturas
Otro día, una madrugada en realidad, Mario Josué vivió una de las experiencias más surrealistas desde que entró en la cárcel. De hecho, ni siquiera sus recuerdos son del todo nítidos. Según relata su madre, Mario Josué llevaba días pidiendo que le viera un médico o al menos le dieran una pastilla. Se sentía "muy mal, muy mareado". Y aquella noche accedieron a dársela. Eso sí, no sabe qué le administraron.
El caso es que le dieron el fármaco y que un tiempo después, que él calcula como una aproximadamente, volvieron a por él. "Lo cogieron, lo sacaron, le quitaron la ropa, lo amarraron en una silla y le amenazaron con unos perros", explica. Fue la primera de muchas veces, en las que esa situación de vejaciones y tortura se repitió.
"Se lo hicieron varias veces. Ahí le preguntaban, le insistían y encima de eso le daban con las botas que se ponen ellos. Le daban duro por los pies y le decían: habla, habla. Quién estuvo en las manifestaciones, quién te mando a ti hacer esto, sé que eres un contrarrevolucionario... Presionándolo", relata Niurka.
Ella se viene abajo cuando recuerda ciertos pasajes del encarcelamiento de su "niño bello", como ella le llama. No le es fácil asumir que él esté en esta situación después de perder a su otra hija de cáncer, hace relativamente poco tiempo. Y que además fuese ese el motivo por el que a Mario Josué le pilló la manifestación del 11J en Cuba. Él vivía en EEUU, no tenía por qué estar allí. Pero con el cierre de fronteras, por la pandemia, tuvo que prolongar su estancia en la isla.
Más allá de los golpes
Aun cuando no hay golpes, el propio día a día en la cárcel es una tortura. Ahora, en la prisión provincial de Holguín, donde se encuentra desde que es firme su condena a 12 años de prisión por sedición, la celda -aunque común- es un poco mejor. Más grande (58 reos que duermen en literal de hierro) y con algo más de luz, pero las condiciones son igual de infrahumanas: comida putrefacta, agua sucia e insuficiente, y chinches que les fríen a picaduras en los colchones.
La propia Niurka tuvo "una fuerte discusión con el jefe de la prisión" porque "le habían dado un pedacito de colchón" para dormir. "Lo único que podía poner en aquel colchón era un pedacito de la espalda", explica la madre del joven. "Y encima todo aquello lleno de chinches", añade. "Más de 15 días tuve que ir, vez tras vez a la prisión, y volver a tener fuertes discusiones con ellos, para que le pudieran cambiar el colchón", relata. "No mejoró mucho, pero por lo menos era un poquito más larguito que el que le habían dado".
Ella sufre mucho con el asunto de las chinches. Ve la sangre de su hijo, que tiene el cuerpo lleno de picaduras, cada vez que se lleva las sábanas de la prisión para lavarlas (en la visita familiar mensual). "Cuando yo cojo esas sábanas para lavarlas, se me parte el alma de ver todas las manchas de sangre que tiene", dice compungida. Incluso se ha ofrecido a llevar veneno para que fumiguen la prisión, pero le dicen que "no sirve, que ya lo habían hecho". Lo han asumido "como algo normal", sentencia, "no les interesa nada".
La última vez que pudo ver a su hijo, en la visita que tuvieron el 13 de septiembre, Mario Josué le confirmó que sigue todo igual. La comida es escasa y en mal estado. "Le dan una gota, pero una gota, en una arrocera (vaso para medir el arroz)", señala. "Es una comida agria, con mal olor, y llena de gorgojo", añade, "mi hijo dice que no hay quien se la coma". Ella (como el padre y la novia del joven) salieron muy preocupados de aquel encuentro. Le vieron muy delgado y decaído.
Mario Josué les trasladó que "ya no puede más" y sólo le queda "esperar la muerte, a menos que el Gobierno español haga algo". Su familia ha enviado una nueva carta al Ministerio de Exteriores para suplicarle su ayuda. Pero tampoco ha recibido respuesta. Desde el 10 de agosto, que remitieron la primera misiva (tras varios intentos fallidos a través de la Embajada en La Habana y el Consulado en Miami), nadie se ha puesto en contacto con ellos.