El culebrón de la crisis del gobierno catalán se ha trasladado este viernes al parlamento autonómico. El presidente de la Generalidad, Pere Aragonès, ha pedido la palabra en la reanudación del debate de política general para insistir en su autoridad, exigir lealtad a sus todavía socios y advertirles de que está dispuesto a gobernar en solitario. Aragonès prosigue con sus gestos de autoridad. "Yo siempre daré la cara en los momentos difíciles", ha proclamado de entrada. Y tras subrayar que hay que afrontar "los problemas urgentes y el conflicto con el Estado" y no los problemas internos de los partidos, ha fijado el marco: "Mi apuesta es que el gobierno pueda continuar, pero sobre todo un gobierno compactado y centrado en dar respuesta a los problemas".
Aragonès no se ha mostrado especialmente interesado en recomponer el pacto, tal como le pide Junts per Catalunya (JxCat). El portavoz de este partido, Albert Batet ha apelado al "espíritu del 1-O", ha dicho que "el 1-O es el camino" y que hay que respetar el "mandato" de la mayoría electoral de los partidos separatistas.
Ningún gesto por ninguna de las partes que sugiera una reconciliación. Los consejeros de JxCat no han aplaudido el discurso de Aragonès. Y la cara del presidente autonómico era un poema en el turno de Batet, quien ha dicho que su partido enviará hoy un documento a Aragonès con "concreciones, propuestas y calendarios" para renovar la confianza y cumplir con lo que ambos partidos firmaron en el pacto de investidura. Frialdad, cuando no desprecio, en el trato entre unos y otros, protagonistas de una especie de terapia de pareja pública con momentos entre ridículos y patéticos. Más de lo mismo.
Los portavoces del resto de grupos han tratado de meter cucharada en la disputa separatista. Salvador Illa ha citado a Tarradellas: "En política se puede hacer todo, menos el ridículo". Ignacio Garriga, de Vox, ha reprochado a los independentistas el espectáculo que están dando a pesar de los graves problemas de los ciudadanos. El popular Alejandro Fernández ha acentuado que el futuro del gobierno de Cataluña está ahora en manos de los tres mil afiliados de JxCat y le ha dicho a Illa que es más oposición el PP con tres diputados que el PSC con 33.
Reproches y más reproches
Prosigue el sainete. La pugna entre ERC y JxCat aumenta el deterioro institucional. Los dirigentes de ambas facciones se comunican a través de reproches. En JxCat recuerdan que en tiempos de Puigdemont como presidente de la Generalidad, Junqueras, a la sazón vicepresidente, visitó a Pedro Sánchez a escondidas y no le dijo nada al entonces president. En ERC insisten en que un socio de gobierno no puede pedir una cuestión de confianza, que eso es una "deslealtad" y que están hartos de la guerra de desgaste a la que les someten los "junteros".
Todas y cada una de las declaraciones y comparecencias parecen alejar una eventual reconciliación. Los consejeros de JxCat, con Jaume Giró ahora a la cabeza, quieren seguir en el Govern. Están en juego 250 empleos directos que suponen 23 millones en sueldos públicos. Eso sólo en el ejecutivo. Los alcaldes presionan también a favor de mantenerse en el gobierno. Puigdemont, en cambio, aboga por salir del gabinete de coalición.
El culebrón seguirá este sábado con la celebración por parte del independentismo del quinto aniversario del 1-O. Está previsto incluso un acto unitario por la tarde en el Arco del Triunfo, además de un evento "institucional". Todo ello en medio de una tensión que remite directamente a las broncas que tenían Puigdemont y Junqueras durante el golpe de Estado. Hay muchas heridas que no han cicatrizado entre las cúpulas de ambos partidos. Continúa la degradación política.