Antonio Gómez y Aurelio Navío, guardias civiles, y Manuel García, policía nacional
El 13 de julio de 1980 la banda terrorista ETA asesinaba en Orio (Guipúzcoa) a los guardias civiles ANTONIO GÓMEZ RAMOS y AURELIO NAVÍO NAVÍO. Las víctimas formaban parte de un convoy de la Guardia Civil de tres vehículos, con ocho agentes a bordo, que en torno a las 14:00 horas descendían hacia el acuartelamiento desde el polvorín de Explosivos Río Tinto en Aya (Guipúzcoa), después de que otro grupo de guardias civiles les hubiesen relevado en el servicio de vigilancia en el que habían estado las veinticuatro horas anteriores.
Al llegar a las afueras de Orio, la patrulla fue sorprendida por varios miembros de la banda terrorista que, desde dos posiciones, abrieron fuego cruzado contra los vehículos. Antes de abrir fuego, los terroristas lanzaron tres granadas de fabricación casera, una de las cuales alcanzó al primero de los vehículos, que quedó detenido en la cuneta y provocó que todo el convoy se parase. Esta primera granada hirió de muerte de Antonio Gómez Ramos que, tambaleándose y herido, se desplomó en la carretera. Antes, disparó hasta morir hacia uno de los puntos de donde venían los disparos. Mientras, sus compañeros, Jesús Díaz Blanco y Aurelio Navío Navío, trataron de protegerse detrás del vehículo y de responder a los disparos de los terroristas.
El segundo vehículo fue también alcanzado por una granada, quedando parado unos veinte metros por delante del primero, a la izquierda de la calzada, y sus ocupantes se apearon para repeler el ataque, que llegaba desde los dos lados de la carretera. El tercer vehículo recibió fuego unos cincuenta metros antes del lugar donde atacaron al primer vehículo.
Los guardias civiles que les acababan de dar el relevo en el polvorín de Explosivos Río Tinto bajaron a apoyar a sus compañeros. Uno de ellos alcanzó con fuego de pistola al etarra Carlos Lucio Fernández, que cruzaba en ese momento la carretera armado con un Cetme. Después hirió a Ignacio Gabirondo Agote con un subfusil. Ambos terroristas fallecieron y los demás emprendieron la huida en un Seat 131 tipo ranchera. Entre ellos estaba Miguel Ángel Apalategui Ayerbe, alias Apala.
En el ataque resultaron gravemente heridos los guardias civiles Francisco Villoria Villoria, Ramiro Cerviño Pereiro y Jesús Díaz Blanco, que fueron trasladados al Hospital de la Cruz Roja en San Sebastián. Ramiro Cerviño narraba a El Correo (12/02/2007) que las secuelas del atentado las ha seguido arrastrando casi tres décadas después: "Tengo tres operaciones en la boca y durante veintipico años me fueron extrayendo metralla en La Coruña y en Madrid. Recientemente me encontraron metralla próxima al corazón y unas esquirlas en el pulmón derecho".
Los cuerpos sin vida de Antonio Gómez y Aurelio Navío y de los dos etarras -que llevaban chalecos antibalas- fueron trasladados a la residencia sanitaria Nuestra Señora de Aránzazu, de la capital donostiarra. Tras certificarse la muerte, los cadáveres de los etarras fueron trasladados al cementerio de Polloe, mientras que los de los guardias civiles fueron llevados al Hospital Militar, donde se instaló la capilla ardiente. Horas después del atentado llegaban a San Sebastián el general Sáenz de Santamaría y el director general de la Guardia Civil, general Aramburu Topete, que asistieron en compañía de otras autoridades civiles y militares a los funerales que se celebraron al día siguiente.
Durante toda la jornada del domingo, la Guardia Civil rastreó amplias zonas de Guipúzcoa en una operación en la que utilizaron varios helicópteros y perros policía. En el lugar del atentado se encontraron un fusil Cetme, una escopeta Remington y tres granadas de mano de potencia limitada fabricadas con métodos rudimentarios. Los terroristas utilizaron para cometer el atentado un Seat 131 que habían robado a punta de pistola a las diez de la mañana en la localidad de Lasarte-Oria a Claudio Rivero, al que amenazaron de muerte si denunciaba el hecho antes de las cuatro de la tarde. Más tarde, el propietario del vehículo fue detenido por la Policía, acusado de no haber prestado la colaboración necesaria que podría haber puesto en alerta a las Fuerzas de Seguridad.
El objetivo de esta emboscada era repetir la masacre de Ispáster del 1 de febrero de ese mismo año, en la que fallecieron seis guardias civiles. La heroica y eficaz reacción de los guardias civiles hizo que la operación no tuviera el resultado que los etarras perseguían, y que dos terroristas resultasen muertos. Uno de ellos, Gabirondo Agote, era uno de los más sádicos y despiadados criminales con los que contaba la banda asesina ETA, con un larguísimo historial de asesinatos a sus espaldas.
En marzo de 1989 la Audiencia Nacional condenó por dos delitos consumados y nueve frustrados de asesinato a dos penas de 9 años de prisión mayor y nueve penas de 3 años de prisión menor a Juan María Tapia Irujo, Jerónimo Azcue Arrizabalaga e Isidro Etxabe Urrestrilla como encubridores del atentado de Orio.
Antonio Gómez Ramos, natural de Vilardebós (Orense), tenía 22 años, estaba casado desde ocho meses antes de ser asesinado. Era el menor de ocho hermanos, todos ellos miembros de la Guardia Civil. Antonio era el conductor del primer vehículo del convoy atacado.
Aurelio Navío Navío, tenía 33 años y estaba soltero, aunque tenía previsto casarse el 10 de marzo. Su traslado forzoso al País Vasco desde Vic, donde estaba destinado desde 1973, hizo que tuviera que suspender la boda. Natural de Tordelloso (Guadalajara) sus restos mortales recibieron sepultura en Barcelona.
A las nueve menos cuarto de la mañana del 13 de julio de 1983, ETA asesinaba a tiros en las inmediaciones de la estación del ferrocarril de la localidad vizcaína de Sopelana al policía nacional MANUEL FRANCISCO GARCÍA SAN MIGUEL, cuando regresaba a su domicilio tras acabar su servicio como conductor de un coche celular del 091 en Guecho.
Manuel se vistió de paisano antes de salir de la comisaría de Guecho, y se dirigió a la estación para coger el tren con destino a Sopelana, donde vivía con su familia desde dos meses antes. Era un trayecto de apenas cinco kilómetros. Al llegar a Sopelana, el policía se apeó del tren y, cuando se disponía a dirigirse hacia su domicilio, en la calle Zubike, dos individuos se le acercaron por la espalda y le dispararon dos tiros en la cabeza, provocándole la muerte casi en el acto. Cuando estaba ya en el suelo, los terroristas lo remataron con un tercer disparo. En el lugar del atentado se recogieron posteriormente tres casquillos marca SF, calibre 9 milímetros parabellum. Manuel recibió los disparos en el cuello y el pecho y quedó tendido en el suelo, en mitad de un gran charco de sangre.
El gobernador civil de Vizcaya, Julián Sancristóbal, hizo por radio una petición pública de colaboración ciudadana, y advirtió a los autores del atentado "que no descansaremos hasta localizarlos, que vamos a ir por ellos y que lo van a pagar sin ninguna duda". Lo cierto es que, a día de hoy, no se sabe quiénes acabaron con la vida del policía nacional.
Manuel Francisco García San Miguel era natural de Guitiriz (Lugo). Poco menos de un año antes había sido destinado a la agrupación de conductores de Bilbao y estaba adscrito al parque móvil de la comisaría de Guecho. De 27 años, estaba casado con Milagros Fernández y tenía una hija que había nacido poco antes de ser asesinado. La capilla ardiente quedó instalada en el acuartelamiento de la Policía Nacional de Basauri, donde al día siguiente se celebró el funeral por su alma.