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José Antonio Ferreiro, policía, y Lorenzo González-Vallés, gobernador militar de Guipúzcoa

A las tres de la tarde del sábado 23 de septiembre de 1978, la banda terrorista ETA asesinaba al agente de la Policía Armada JOSÉ ANTONIO FERREIRO GONZÁLEZ mediante una bomba trampa colocada en las proximidades del puerto de Vitoria.

La explosión hirió de gravedad a otros cuatro agentes: Javier Arranz Freire, Amancio Gutiérrez Álvarez, Valeriano Arroyo Bernal y el capitán que mandaba el destacamento, Luis Más Pérez. El agente Arranz Freire, de 31 años, y el agente Gutiérrez Álvarez, de 22, perdieron la visión de un ojo cada uno de ellos a causa de la explosión. El inspector Arroyo Bernal, de 26 años, sufrió heridas de carácter grave en la cara y el pecho.

Ese día se había recibido en torno a la una de la tarde en la comisaría de Vitoria una llamada anónima que informaba de que un hombre estaba maniatado en las proximidades del puerto de Vitoria, a ocho kilómetros de la capital en dirección a Logroño. El anónimo comunicante facilitó la situación exacta donde se encontraba el hombre, en un camino que arranca del kilómetro 7,800 de la carretera comarcal 132 Vitoria-Logroño y junto a un poste telefónico a cien metros de la carretera.

Ese tipo de llamadas eran habituales desde hacía meses, pues numerosas personas habían sido dejadas abandonas en lugares apartados después de que miembros de la banda terrorista les hubiesen robado sus vehículos a punta de pistola. Por lo tanto, el capitán Luis Más organizó un destacamento para dirigirse a la zona, e inmediatamente se desplazaron al lugar miembros de la Policía Armada y del Cuerpo General de Policía.

Al parecer, según algunas versiones, el comunicante anónimo habría añadido que al presunto secuestrado se le había adherido una bomba en el pecho. Este sería el motivo por el que en el destacamento enviado hubiese un equipo de desactivación de explosivos

Al llegar al lugar indicado, el artificiero de la Policía Armada José Antonio Ferreiro vio una cadena con un candado y otros objetos al pie de un árbol. Tras una primera inspección ocular, Luis Más dio la orden de retirada, dando por sentado que la persona que buscaban había logrado escapar. En ese momento, Ferreiro se agachó y fue entonces cuando se produjo la explosión. "Salimos por los aires y cuando recobré el conocimiento, vi a dos hombres a mi lado, uno de ellos muerto", contó el capitán Más Pérez (La Vanguardia, 24/09/1978). En el lugar de la explosión se abrió un cráter de dos metros de diámetro y uno de profundidad y los restos del buzo del policía fallecido quedaron esparcidos por los arbustos próximos.

Inmediatamente se personaron en el lugar altos mandos de la Policía Armada y la Guardia Civil, mientras las ambulancias evacuaban a los heridos al Hospital Civil de Santiago, en Vitoria, donde también fue llevado el cadáver del agente asesinado.

Al día siguiente, domingo 24 de septiembre, a las once de la mañana, se celebró sin ningún incidente el funeral por el alma de José Antonio en una de las salas del antiguo acuartelamiento del A.M.E., ocupado entonces por la Policía Armada. Junto a la viuda y familiares que habían llegado desde Lugo, estaban presentes los gobernadores civil y militar, el jefe superior de la Policía de Bilbao y altos mandos de la Guardia Civil y Policía Armada. Asimismo asistieron al funeral los diputados José Antonio Aguiriano, del PSOE, y Jesús María Viana, de UCD, y el senador socialista Luis Alberto Aguiriano. Antes de comenzar el funeral fueron impuestas a José  Antonio Ferreiro, a título póstumo, la Cruz de la Guardia Civil con distintivo rojo y la Medalla de Oro al Mérito Policial, entre los aplausos de las aproximadamente ciento cincuenta personas que pudieron acceder a la sala.

Terminado el funeral los compañeros del policía asesinado sacaron el féretro a hombros para introducirlo en un furgón que lo llevó hasta su localidad natal donde fue inhumado. Inmediatamente detrás del furgón partieron la viuda, hijos y demás familiares. La comitiva fue despedida con nuevos aplausos, mientras algunas voces aisladas daban vivas a la Policía Armada y a la Guardia Civil, así como contra el Gobierno, sin que tuviesen eco entre la mayoría de los presentes.

Los restos mortales de José Antonio llegaron a Lugo en la madrugada del lunes 26 de septiembre. El féretro fue trasladado a las dependencias de la Policía Armada de la Comisaría del Cuerpo Superior de Policía de la capital lucense, en cuya sala de armas quedó instalada la capilla ardiente.

La banda terrorista ETA asumió la autoría del atentado el 26 de septiembre mediante un comunicado enviado a varios medios de comunicación del País Vasco.

José Antonio Ferreiro González tenía 26 años. Natural de Valle de Oro (Lugo), donde una calle lleva su nombre, estaba casado con Julia Flores Gil. Tenían dos hijos, un niño, de tres años y medio, y una niña, Pilar, de uno. Ese día José Antonio no estaba de servicio, pero se ofreció voluntario por ser el artificiero más veterano, aunque sólo hacía nueve meses que había terminado el curso de desactivación de explosivos. A su mujer no le gustaba lo de que fuese artificiero, "me parecía muy peligroso, pero en aquella época había más disparos que bombas y él me decía que sí, que peligroso era, pero que si te preparabas bien no tenía por qué ocurrirte nada" (El Correo, 12 de febrero de 2007). Tras el asesinato de su marido, a Julia le quedó una pensión ridícula, por lo que tuvo que regresar a Lugo para poder salir adelante con la ayuda de su familia. Estuvo cobrando la pensión mínima durante 22 años. "Cuando reaccioné y quise ponerme a trabajar, nadie me apoyó. Hice administrativo, FP2, el primer módulo 3, y no encontraba trabajo por ningún lado". Mucho más tarde consiguió trabajo como ordenanza en la comisaría de Policía de Lugo. Y de esa forma logró salir adelante. "El niño lo pasó peor que la niña, pero lo superaron. Son grandes chicos y ya tengo una nietecita, pero, bueno, hasta en los momentos más felices te acuerdas de lo bien que estaríamos todos juntos" (El Diario Vasco, 12/02/2007).

Un año después, a las doce menos cuarto del mediodía del domingo 23 de septiembre de 1979, la banda terrorista ETA asesinaba en el paseo de La Concha de San Sebastián de un tiro en la sien al gobernador militar de Guipúzcoa, el general LORENZO GONZÁLEZ-VALLÉS SÁNCHEZ.

El atentado tuvo lugar cuando el general González-Vallés salió de su vivienda en el Gobierno Militar con intención de acudir a misa dando un paseo, aproximadamente media hora antes del atentado. Acompañado de su esposa, Josefina Seco, y de uno de sus hijos, se encaminó hacia el paseo de La Concha, que bordea la playa del mismo nombre. Cuando había recorrido unos seiscientos metros y se encontraba aproximadamente en mitad del mismo, Lorenzo se detuvo junto a la barandilla. Eran las 11:45 horas. En ese momento un terrorista, al que acompañaba otro miembro de la banda ETA, se acercó al matrimonio y, sin mediar palabra, hizo disparó a bocajarro en la sien a Lorenzo González-Vallés, que cayó fulminado al suelo. El proyectil le había salido por la frente y murió en el acto. En ese momento había muchas personas que paseaban por La Concha, pero la rapidez con la que se cometió el atentado hizo que casi nadie pudiese percatarse de qué ocurrió.

Aprovechando la primera reacción de sorpresa y la confusión, los dos asesinos de la banda huyeron corriendo hasta la calle Urbieta, que va a desembocar en la plaza de Zaragoza -frente al hotel Orly-, donde les esperaba un tercer terrorista a bordo de un coche Seat 131 de color rojo. El coche sería encontrado hora y cuarto después abandonado en la calle Marina, a poco más de dos manzanas de distancia del lugar del atentado. El vehículo había sido sustraído a punta de pistola a las nueve de la mañana en la calle Secundino Esnaola, en el barrio de Gros. El propietario se encontraba limpiando el coche cuando dos etarras le intimidaron con sus armas, recomendándole que no denunciara el robo hasta pasadas las dos y media de la tarde.

El cadáver del gobernador militar de Guipúzcoa quedó tendido junto a la barandilla. La esposa de la víctima permaneció un rato abrazada al cadáver hasta que llegó el hijo que les acompañaba en el paseo y que se había distanciado un poco de sus padres justo antes del atentado. "Hace pocos días hablamos en familia del tema del terrorismo. Mi padre comentó que ni la pena de muerte ni las venganzas o represalias contra los terroristas resuelven nada", dijo a los medios en el lugar de los hechos (El País, 24/09/1979).

El cadáver de González-Vallés permaneció en el paseo de La Concha hasta que, a la una y media, el juez de guardia ordenó su levantamiento. Fue trasladado primero al Hospital Militar y posteriormente al Gobierno Militar, donde quedó instalada la capilla ardiente en el Salón del Trono. Allí se celebró al día siguiente, lunes 24 de septiembre, una misa de carácter estrictamente privado, oficiada por un capellán castrense, a la que asistieron solamente la familia y los más allegados a la misma.

A partir de esa hora llegaron al Gobierno Militar de San Sebastián distintas autoridades militares, como el teniente general Coloma Gallegos, el capitán general de la VI Región Militar, el general jefe del Estado Mayor de la región y el coronel de la Guardia Civil de la zona, en representación del director general de la Guardia Civil. Todos ellos se reunieron con el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún.

Al mediodía, el féretro con los restos mortales del gobernador militar de Guipuzcoa, que iba cubierto con una bandera española, fue sacado a hombros por sus compañeros de armas al exterior del Gobierno Militar, donde le rindió honores militares una compañía con banda de música que interpretó el himno nacional y el de infantería. El féretro fue introducido en un furgón, tras el cual se formó la comitiva fúnebre, encabezada por dos hijos de la víctima -uno de ellos teniente de Ingenieros-, el ministro de Defensa, el capitán general de la VI Región Militar y el gobernador civil, jefes, oficiales y suboficiales de los tres Ejércitos, Policía Nacional y Guardia Civil, y la compañía y banda que le rindió honores. Dos hijas de la víctima, periodistas, se situaron junto a la cabeza de la comitiva, aunque sin integrarse en ella. El cortejo fúnebre iba precedido por policías de Tráfico en moto y en todas las calles, paralelas y transversales a la calle Mayor, se había montado un importante dispositivo policial que impedía el acceso del público.

La Basílica de Santa María, donde se celebró el funeral oficial, estaba abarrotada de gente, en su mayor parte personal militar. La misa funeral fue concelebrada por siete sacerdotes y oficiada por el capellán castrense del batallón Colón de Irún, que en su homilía pidió a los asistentes que rezaran por España, porque "está enferma y ojalá no sea de muerte. A los males hay que buscarles remedio y hemos de pedir que los gobernantes tengan fuerza para poner el medicamento, el remedio adecuado, porque si no será precisa una operación quirúrgica. Debemos pedir que nuestros gobernantes tengan las manos firmes para extirpar el tumor que padecemos".

Concluida la ceremonia religiosa, el féretro fue conducido fuera de la basílica a hombros de compañeros de la víctima. Tras recibir honores militares, los restos mortales del general González-Vallés fueron conducidos al aeropuerto de Fuenterrabía para ser trasladados a La Coruña a bordo de un avión del Ejército del Aire, en el que también viajaban su viuda y familiares.

Cuando Rodríguez Sahagún iba a introducirse en el coche para abandonar la basílica, una señora salió de entre los jefes militares y le increpó llamándole cobarde y rogándole que se marchara. Posteriormente, cuando los asistentes al acto, la mayor parte militares, regresaban a pie hasta el Gobierno Militar, fueron recibidos con gritos de "Ejército al poder", "ETA, asesina" y "Gobierno traidor" por un centenar de personas que eran contenidas por cordones policiales. Este mismo grupo de personas inició luego una manifestación por la calle Hernani hasta llegar al lugar donde había sido asesinado el gobernador militar en el paseo de La Concha. Allí se vieron sorprendidos por un joven que gritó "Gora Euskadi Askatuta", sin que se produjese ninguna reacción por parte de los manifestantes, que sí lo hicieron cuanto otro joven profirió gritos de "Gora Euskadi Askatuta" y "Gora ETA militar".

El atentado fue interpretado por la clase política como una provocación a las Fuerzas Armadas para que interfirieran en el proceso de democratización en el que estaba inmerso el país. Cuatro días antes habían sido asesinados en Bilbao el comandante de Infantería Julián Ezquerro Serrano y el coronel de Caballería Aurelio Pérez-Zamora Cámara.

Lorenzo González-Vallés Sánchez tenía 59 años. Había nacido en Ceuta, estaba casado con Josefina Seco y tenía cinco hijos. Uno de ellos era teniente de Ingenieros y estaba destinado también en San Sebastián. Otros dos eran periodistas y los dos pequeños estaban aún estudiando. González-Vallés había ingresado como voluntario en la Marina, prestando sus servicios en el buque Almirante Cervera. Después hizo los cursos de alférez provisional y, al terminar la Guerra Civil, ingresó en la Academia de Transformación de Infantería. Formó parte de la División Azul y su vida militar transcurrió en las guarniciones de Melilla, La Coruña, Lanzarote, Cáceres, Barcelona y Lérida. En abril de 1979, pocos meses antes de su asesinato, fue destinado a San Sebastián como gobernador militar. El general González-Vallés había tenido una estrecha amistad con el comandante de Artillería José Espinosa Viscarret, que sería asesinado por ETA pocos meses después, el 8 de mayo de 1980.

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