Las tres convocatorias de huelga general que hemos vivido en poco más de un año han tenido varios puntos en común pero sobre todo dos: la escasa incidencia de la huelga en sí y la violencia con la que, en múltiples ocasiones, se han empleado los piquetes "informativos".
Violencia de los piquetes que podría ser interpretada como la acción de unos incontrolados pero que en realidad es parte del mecanismo esencial de la huelga general.
Además, los sindicatos jamás han criticado estas acciones, bien al contrario siempre se han preocupado de respaldar explícitamente a los piquetes. Sin ir más lejos, el pasado miércoles 14 en una rueda de prensa ofrecida en Cibeles por los líderes regionales de CCOO, UGT y USO, el ugetista José Ricardo Martinez empezó su intervención "felicitando y reconociendo el trabajo de los piquetes".
El "trabajo" de los piquetes
Con huelgas generales que tienen seguimientos alrededor o por debajo del 20% la única posibilidad de dar cierta impresión de movilización social es a través de la presencia de piquetes en las calles y con sus coacciones.
Estos funcionan con gran eficacia en lugares como los grandes centros de trabajo muy sindicalizados -la industria automovilística es un buen ejemplo de esto- donde los piquetes intentan coaccionar a sus compañeros con su mera presencia a la entrada del centro de trabajo... y con no pocos insultos
Además de en estos puntos y en otros clave como los grandes mercados de abasto, en las grandes ciudades los primeros piquetes de los días de huelga se centran en intentar paralizar los transportes.
En la huelga del 29 de septiembre de 2011 pude ver este esfuerzo en las cocheras de la EMT en el barrio de La Elipa, en Madrid. Decenas de huelguistas gritaban, insultaban e intentaban impedir que los autobuses de los servicios mínimos saliesen a la calle.
Los enfrentamientos con la policía fueron numerosos pero lo peor fue el ataque brutal a una pequeña furgoneta en la que varios trabajadores salían del centro de trabajo: zarandeos, pintadas, patadas, rotura de todo lo fácilmente rompible... y todo contra sus propios compañeros.
Contra el comercio
El comercio y la hostelería son otro de los objetivos de los piquetes violentos: obviamente una ciudad llena de tiendas y bares abiertos no da la impresión de haber parado, así que hay que forzar a la inmensa mayoría que no ha querido cerrar a echar la persiana.
En las tres últimas huelgas los piquetes madrileños han concentrado esfuerzos en el centro de la capital: en todas ellas un grupo de varios centenares de vándalos ha recorrido las calles entre Gran Vía, Callao, Cibeles y la Puerta del Sol.
Su mera presencia hace que muchas tiendas o bares echen abajo las persianas pero en aquellos en los que, por la razón que sea, el propietario no quiere dar su brazo a torcer se repiten las mismas escenas de violencia: insultos, amenazas, coacciones... la violencia física contra el propio comerciante o su tienda está siempre en el cargadísimo ambiente.
Pero en cualquier caso, y aún en presencia de agentes de policía, los honrados trabajadores tienen que aguantar, como mínimo, la catarata de insultos que sufrió la responsable de un bar en Gran Vía y que registraron las cámaras de Libertad Digital el pasado miércoles 14.
Pero no siempre está la policía y entonces las cosas son aún peores. Una de las escenas de mayor tensión que he presenciado en las tres huelgas fue la invasión del conocido McDonald’s del cruce de Gran Vía con Montera, donde docenas de energúmenos entraron para insultar a los trabajadores y llenarlo todo de basura.
También contra los periodistas
Los profesionales de la comunicación también han llegado a ser objetivo de los piqueteros, a pesar de la sorprendente tranquilidad con la que estos "trabajan" con cámaras fotográficas y de televisión como testigos, determinados medios y algunos periodistas también han sufrido la ira de los piquetes.
Fue, sobre todo, en la ya penúltima huelga general cuando más ataques de estos se dieron, con casos de violencia física como el ataque que sufrió el compañero de Intereconomía José Carlos Rodríguez en Mercamadrid o episodios de intimidación y acoso como el que yo mismo sufrí y que, aunque por suerte no acabó en una agresión física, estuvo lejos de ser un momento agradable.
Y todo esto lo pagamos nosotros
El hartazgo de los ciudadanos resulta todavía mayor cuando se recuerda que toda esa maquinaria de coacción e intimidación la están pagando ellos. Y encima a precio de oro.
El coste para los contribuyentes españoles de nuestro sistema sindical es muy difícil de calcular, pero en cualquier caso es enorme y, sobre todo, sale prácticamente en su integridad del dinero público.
Las subvenciones directas rondan los 120 millones, pero eso sin contar las de las comunidades autónomas, diputaciones y administraciones locales, que además se enmarañan a través de miles de diferentes franquicias para hacer más difícil el seguimiento.
De otro lado, los cursos de formación suponen, también gracias al dinero público, ingresos multimillonarios para sindicatos y patronal. La Fundación Tripartita para la Formación en el Empleo gestiona cientos de millones cada año que se reparten prácticamente al 50% entre CEOE, de una parte, y CCOO y UGT de la otra.
Finalmente, los miles de liberados sindicales en empresas públicas y privadas que cobran íntegros sus sueldos pero trabajan para los sindicatos tampoco nos salen gratis: el coste que se calcula para el conjunto de la economía es de 500 millones de euros.
En resumen, los españoles entregamos centenares si no miles de millones a los sindicatos cada año... para que luego éstos se tomen la libertad de insultarnos y coaccionarnos en cada nueva huelga general.