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El sorayismo, enfermedad infantil del marianismo

En estas manos, con estos protagonistas, cualquier regeneración del Partido Popular es pura fantasía.

Mariano Rajoy ha vaciado al PP de todo contenido ideológico. Como ya señalábamos en nuestro anterior artículo, "Contra el marianismo", la pasada legislatura pasará a la historia como una prolongación en sus líneas básicas de los dos mandatos de Zapatero. La ausencia de ideas ha llevado a la falta de política, espacio que se ha cedido gratuitamente a las fuerzas que quieren acabar con la democracia –caso de Podemos– e incluso con España –caso de los independentistas–. La falta de un discurso liberal-conservador está en la base del fracaso electoral del 20-D, en el que Rajoy y el PP perdieron el amplio respaldo social que obtuvieron cuatro años antes.

Hay quien dice que el Gobierno no ha sabido comunicar, como hay quien defiende un cambio de liderazgo para afrontar la nueva etapa. Pero si el PP de Rajoy no ha sabido comunicar no se debe a sus relaciones con los medios, sino a que no tiene nada que comunicar. Igualmente, regenerar el PP no va a venir solamente con un recambio de caras, máxime si las nuevas salen del equipo que ha desnaturalizado y hundido al partido en los cuatro últimos años. No es un problema generacional, es un problema de actitudes y de creencias. El marianismo no se puede reformar desde el marianismo. Punto.

Un liderazgo acorde con los retos de los próximos años exige convicciones sólidas, valentía para defenderlas y capacidad de llevar la sociedad a las ideas propias de un partido conservador. Pues bien, lo que caracteriza al equipo nacido y crecido al abrigo de Mariano Rajoy desde el Congreso de Valencia es justamente lo contrario: 1) ausencia de convicciones políticas fuertes; 2) ausencia de cualquier defensa activa de los principios tradicionales del PP; 3) rendición ante los dogmas ideológicos izquierdistas; 4) actitud de recelo y hasta de desprecio por la base social popular. Con este punto de partida, perseverando en estos errores, lejos de regenerarse, el PP sólo puede degenerar aún más.

Pese a que la prensa personifica estos vicios en la vicepresidenta del Gobierno, nosotros creemos que lo que se ha venido en llamar el sorayismo es una enfermedad que no se limita a personas concretas, sino que constituye a su vez un paso más en la degradación política que supone el marianismo. Degradación caracterizada por la pérdida definitiva del ADN ideológico del partido y por el triunfo del puro pragmatismo y la tecnocracia. Una degradación que creemos intolerable para el futuro del partido, de la derecha y de la nación entera.

La ausencia de ideas políticas fuertes en esta legislatura nos ha llevado a un Gobierno escondido tras la tecnocracia. Es verdad que de un Gobierno se espera que cumpla las leyes, no que renuncie a modificarlas o a tumbarlas cuando son manifiestamente nefastas; pero ni los más pesimistas pensaban que un Gobierno del PP se mostrase tan virtuoso a la hora de cumplir las leyes de un Gobierno de Zapatero. Y el equipo de Moncloa ha superado cualquier expectativa, con la Ley de Memoria Histórica, la anticonstitucional Unidad Militar de Emergencias o el engendro diplomático de la Alianza de Civilizaciones. Así, hemos visto a la vicepresidenta utilizar esa fórmula tanto para hacer lo que no se debía como para no hacer lo debido, incluso cuando se trataba de justificar la suelta de etarras por orden de Estrasburgo. Sin ideas propias, escondiendo esa carencia en la necesidad de "cumplir la ley", rechazando preguntarse por la bondad o maldad de la misma, el Gobierno del PP se ha convertido en el frío ejecutor de las leyes de Zapatero.

Los votantes del PP querían que su partido hiciera lo correcto cambiando las leyes heredadas de Zapatero, no que trocara lo correcto por el cumplimiento de las leyes de Zapatero. Sin embargo, hacer funcionar la Administración central heredada del socialista ha sido la gran preocupación del equipo de Moncloa. "Hacer que el Estado funcione" han sido la gran coartada para no hacer política. Las supuestas grandes reformas que viernes tras viernes se afanó en contar la vicepresidenta, con ayuda de muchos números y estadísticas, esconden el hecho de que ni se ha cambiado el Estado socialdemócrata, ni se han introducido correcciones a su desbocada carrera ni se ha trazado una alternativa responsable; simplemente porque un gestor convertido en político es incapaz de concebirlas.

Ni reforma ni cambio: tras cuatro años de marianismo director y sorayismo ejecutor, los españoles no sólo tienen más Estado socialdemócrata: es que éste es más poderoso que antes. Resulta increíble que un partido que se dice liberal-conservador se haya entregado al burocratismo tecnocrático y haya convertido al Estado en un Leviatán con más funcionarios, más legislación, más inspectores de Hacienda y una burocracia más omnipresente y despersonalizada que con Zapatero. Lo malo no es que en 2016 el fofo Estado socialdemócrata esté más asentado y goce de mejor salud que en 2011: lo malo es que el sorayismo-montorismo lo presenta como un logro, y la mejora en su gestión como una referencia para la próxima legislatura. ¿Cuál será el plan, entonces? ¿Cumplir del todo el programa económico-social del PSOE, a expensas de la libertad, la iniciativa y la responsabilidad del individuo? Para el sorayismo, la política es el arte de lo posible, es decir de la continuidad: ni siquiera de lejos llega a concebir la política como herramienta de cambio. Ni la más mínima cercanía a la visión de Margaret Thatcher de que "la política es el arte de hacer posible lo deseable". Mas bien al contrario: hacen imposible lo deseable.

Naturalmente, si no hay ideas difícilmente se puede defender lo que no existe, ni hacer política de verdad. Porque la política es sencillamente eso, la defensa de unas ideas frente a otras y hacer avanzar las buenas mientras, al menos, se frenan las malas. Sin estas convicciones se llega a la política según Moncloa: maniobras de baja estofa ejecutadas a escondidas, en clave de intereses personales y cortoplacistas. Todo ello desde el aparato del Estado y a espaldas de militantes, simpatizantes y votantes del PP. El resultado lo vemos cada día en la sórdida lucha por eliminar rivales para la sucesión de Rajoy. Hoy tenemos un grotesco espectáculo dentro del Gobierno y del PP, que nos recuerda demasiado a los estertores del felipismo en los años noventa: filtraciones, depuraciones, guerras soterradas con información privilegiada. En estas manos, con estos protagonistas, cualquier regeneración del Partido Popular es pura fantasía.

Los miedos están sustituyendo al debate, los dosieres a las ideas, los linchamientos mediáticos al programa. Francamente, no esperábamos de un Gobierno del PP el mismo espectáculo dado por el PSOE en los noventa, un partido desangrándose en la sucesión del líder a golpe de filtraciones; no al menos cuando la regeneración y la transparencia eran antaño banderas del PP.

A cambio de no tener ideas, creencias sólidas, se abusa de la imagen y la propaganda. Cualquier crisis se convierte en plataforma de promoción. Sea la crisis del ébola, un accidente de avión o un atentado en un país extranjero, se sobreactúa y se convierte la gestión de las crisis –reales o exageradas– en un espectáculo televisivo. Por otro lado, se arrastra el partido a la política pop, a la política del famoseo: lo mismo se hacen posados a imagen y semejanza de las ministras de Zapatero en Vogue, que se busca el compadreo con el establishment izquierdista acudiendo a shows nocturnos, como si el liderazgo se lograse dando saltitos con presentadores de TV. Pero el buenrollismo ni es liderazgo ni es política.

Detrás de esta falta de ideas y de esta sustitución de la política por propaganda naif está no sólo la ausencia de convicciones ideológicas y la renuncia a defender un programa fuerte: lo que de verdad se esconde es la rendición a los dogmas políticos, culturales y morales de la izquierda. La obsesión por cuidar la imagen personal sin pensar en las consecuencias ha llevado a una política de medios de comunicación suicida, que ha consistido básicamente en mantener y reforzar la hegemonía mediática izquierdista, a cambio de un buen trato o de no recibir uno malo.

Durante estos años no sólo no se ha liberalizado un sector clave para la libertad y para el desarrollo de una derecha activa; se ha apuntalado un monopolio televisivo entregado a la izquierda con los rescates de Prisa y La Sexta. El resultado es que no hay día, en este periodo tan complicado para España, en el que el PP, la derecha en general y los valores conservadores no sean vapuleados en prime time por las cadenas bendecidas desde la Moncloa. Hasta TVE, dependiente de la Vicepresidencia del Gobierno, es hoy una cadena escorada hacia la izquierda que no desentona con las demás en su antiamericanismo, anticristianismo y antisemitismo.

No nos extraña por tanto que algunos dirigentes del PP, incluso los de la pretendida regeneración, estén más preocupados por caer bien en La Sexta que por defender a sus votantes y simpatizantes. Los guiños continuos al establishment de la izquierda, especialmente en temas como el matrimonio gay, la ostentación del matrimonio civil, la obsesión por hacer de lo marginal lo auténticamente central en nuestra sociedad (como los gestos del Gobierno de la Comunidad de Madrid con los transexuales), ha llevado a que los jóvenes líderes del PP sean indistinguibles de los progres y los socialistas: la misma ausencia de valores sólidos, la misma demagogia, el mismo cortoplacismo y la misma obsesión por la imagen. ¿Van a ser ellos quienes frenen el neobolchevismo de Pablo Iglesias, el radicalismo islámico, el desorbitado gasto público?

¿Quieren los militantes, simpatizantes y votantes un Partido Socialdemócrata Popular? A ello parece abocado el PP. Pérdida definitiva de las ideas, ausencia de cualquier batalla ideológica, entreguismo a los dogmas de la izquierda, traición a la base electoral popular, renuncia a construir una mayoría social conservadora… Estos son los efectos que el marianismo ha tenido en el PP, y también es lo que representa eso que se ha dado en llamar sorayismo como proyecto para el partido. La tentación de enterrar definitivamente la política y las ideas, de convertir al PP en una especie de partido funcionarial para el mantenimiento del poder y del orden, sin más ideología que el Estado burocrático. La negación de la sociedad abierta, libre y dinámica. El paraíso socialdemócrata.

En una época de retos y amenazas esencialmente políticas, el sorayismo, esa enfermedad infantil del marianismo, no sólo no es una solución para el PP y para España. Será su ruina definitiva. Si de verdad se quiere regenerar al PP, la solución no puede venir de los cachorros del marianismo, que son su extensión y degeneración. Hay que buscar lejos.

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