Lo que está en juego no es Twitter o Facebook o los mensajes del cuñado en WhatsApp: lo que está en juego es la libertad de expresión y con ella la democracia.
No veo crespones negros en los balcones, ni las imágenes de absoluta desolación que deben estar pasando sus amigos y familiares. España se ha tornado esta vez en un amasijo de bufones, teñido por tributos sensibleros y superficiales.