Cada vez que desde Occidente, y por supuesto desde España, lanzamos un halago a los dirigentes chinos por su gestión del coronavirus o por la construcción de hospitales en tiempo récord languidece la verdad, invocamos al totalitarismo y cavamos más hondo en los derechos de las incómodas víctimas de la dictadura comunista más larga de la historia, 71 años, cuando Mao Zedong proclamó la República Popular China.
El comunismo chino, único partido legal en el país, ha encontrado la fórmula empresarial mágica: utiliza empresas pantalla cuyo cuerpo laboral son presos confinados en campos de trabajo forzoso a los que paga una miseria, el 70% del salario medio en China, y les concede 15 días de vacaciones al año. Las empresas funcionan con un testaferro que oculta al verdadero dueño y amo del negocio: el gobierno de Xi Jinping. Por tanto, los importadores no compran a los campos de trabajo esclavo si no a estas empresas interpuestas. El entramado empresarial es necesario para cumplir las propias leyes de la dictadura que desde 1991 prohibe comerciar con productos procedentes de trabajo esclavo. ¿Cómo no van a ser competitivos en el mercado internacional los productos chinos con coste cero de mano de obra?
Las víctimas de estos campos, hombres y mujeres, son apresados por la policía sin dar más explicaciones, no pasan por juicio alguno y son confinadas por tiempo discrecional. Su delito, ser delincuentes comunes o haber sido considerados contrarios, o algo desviados, de la doctrina y la obediencia debida al régimen. Estos presos trabajan los siete días de la semana a jornadas de 15 horas. Los cálculos más conservadores estiman que 45 millones de personas han sido asesinadas en estas cárceles de reeducación, como los llama la dictadura.
Los campos de trabajo forzoso y reeducación existen en China desde los años 50 del siglo pasado pero han ido cambiando de nombre y depurando su funcionamiento. Primero fueron los Laogai (término que ahora se usa para denominar a todos, como el genérico gulag), luego los Laojiao y en la actualidad los llamados Jiuye. Aunque el nombre ha ido cambiando los emplazamientos de estas instalaciones inhumanas de tortura y producción son los mismos desde hace 70 años.
Charlamos de todo ello con el investigador y experto Raúl Fernández Vítores, profesor de Filosofía y autor del libro Viaje a Tianjin (Ed. Confluencias).
Mientras la inmunidad de rebaño contra el malvado imperialismo norteamericano está asegurado todo lo contrario sucede con el comunismo, ideología del vicepresidente del Gobierno de España, Pablo Iglesias, por más pruebas que se nos pongan sobre la mesa.