Eran años en los que las calles vascas se llenaban de silencios que convertían en cómplices. Por eso cuando alguien alzaba la voz, el sonido era aún más atronador que las bombas de ETA. La del PP molestaba. Así lo atestiguaba el reguero de víctimas que dejaban tras de sí los terroristas después de abordarlas, como siempre, con cobardía y por la espalda.
Así lo hicieron también con Ortega Lara. Era el 17 de enero de 1996. Volvía a su casa, en Burgos, de su trabajo en el Centro Penitenciario de Logroño. Estaba sacando algo del maletero cuando dos hombres armados le sorprendieron, le ataron y le obligaron a entrar en una especie de sarcófago con un tubo para respirar.
Y así llegó a Mondragón. A un zulo de 3 metros de largo y 2,5 metros de ancho en una nave industrial; a 3 metros bajo tierra y con la humedad de las filtraciones del río cercano. Encima, una máquina de 3.000 kilos de peso. Dentro, el secuestro más largo perpetrado por los terroristas de ETA: 532 días. Año y medio en el que cada miércoles, los burgaleses salían a la calle para exigir su liberación.
Fue posible gracias a una operación policial muy dura que el jefe del operativo recordaba como algo personal en una entrevista que años después concedía a Libertad Digital: "La investigación de Ortega Lara y lo que le pasó a Ortega Lara formaron parte de la vida de los guardias civiles de Inchaurrondo durante muchos meses. La espera era algo muy nuestro".
El milagro
El 1 de julio de 1997, la Guardia Civil obró el milagro. Los pelos de todos los españoles se erizaban frente al televisor ante aquella de imagen de Ortega Lara, con 23 kilos menos, mirada perdida y barba poblada. Los aplausos que le recibían aún suenan en el imaginario colectivo y su imagen se sentía como un golpe a la banda terrorista.
No hubo colaboración de los asesinos y tampoco rescate, como recordaría después Mayor Oreja: "No han colaborado absolutamente nada –decía– si por ellos estaba, si no lo encontraba la Guardia Civil iban a dejar que se muriese de hambre". Se detuvo a cuatro de ellos pero la Guardia Civil, aquel día, sólo trasladó a uno a la nave: a Josu Uribetxeberría Bolinaga.
El interrogatorio duró horas pero él no soltó prenda. El entonces juez Garzón a punto estuvo de abandonar la operación para irse a Bilbao a tomar declaración al empresario vasco, Cosme Declaux, liberado también ese mismo día. Sin embargo, la Benemérita insistió en continuar y, donde menos lo esperaban, debajo de aquella pesada máquina, una rendija de luz obligó a confesar al etarra.
Cuando se abrió el zulo allí estaba Ortega Lara desnudo. No quería salir, no se fiaba de aquellos hombres vestidos de guardia civil que consiguieron dar con sus cuatro captores. Uno de ellos, Bolinaga sería puesto en libertad años después, en 2012, durante el Gobierno de Rajoy y del entonces partido de Ortega.
La sensación de victoria que dejaba su liberación quedaría empañada sólo 10 días después por el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco. Nada hacía presagiar entonces que en 25 años, ETA estaría en las instituciones y sosteniendo un Gobierno de España.