Carlos Semprún Maura (1926-2009)

El último individualista

Ana Nuño

Con Carlos Semprún Maura desaparece el último español auténticamente "individualista y ácrata", como él mismo se definía. Es una triste noticia, además, precisamente porque, siendo las dos cosas, Carlos Semprún tuvo siempre la valentía de defender sus ideas, sin importarle su grado de corrección política, y de denunciar y fustigar las que el tiempo y su honestidad intelectual le condujeron a descubrir que eran falsas.

El caso de Carlos Semprún es especial, porque sin haber sido nunca un figurón literario o político (o ambas cosas, como su hermano Jorge), es uno de los grandes memorialistas españoles. Cuando logró desembarazarse de las anteojeras de izquierdas, un proceso que inició en la década de 1960, su escritura adquirió la mayor virtud de todas: ser intransigentemente personal. Escribiera lo que escribiera, fuera un comentario sobre la actualidad política francesa o la crítica certera y demoledora de un ensayo sobre Ruedo Ibérico, Carlos Semprún nunca se ponía de perfil y atacaba su tema de cuerpo entero.

Como es lógico, en España ha sido debidamente ninguneado. Por unos y otros. Por "toda la izquierda pazguata y cobarde española", para seguir citándole, pero asimismo por una derecha apocada y acomplejada, incapaz de definirse sin remilgos como liberal. Carlos Semprún no renunció en ningún momento a tenderle a sus antiguos "compañeros de ruta", sucesores y adláteres "progres" un espejo límpido, que les devolvía fielmente la imagen, ni siquiera de su deshonestidad y corrupción, sino de algo infinitamente peor: su profunda mediocridad. Pero asimismo era un temible azote para la derecha española más apoltronada y gallardonesca, y sólo salvaba de la quema, como también es lógico, a Esperanza Aguirre. Para colmo, era uno de los pocos intelectuales españoles que se atrevía a decir, sin pelos en la lengua, que el islamismo es el nuevo totalitarismo al que se enfrentan las democracias.

Se equivocan quienes piensan que Carlos Semprún dejó de ser de izquierdas para convertirse en un derechista. En realidad, su trayectoria política e intelectual lo llevó a acendrar su rechazo visceral al totalitarismo y su detestación de la "mala conciencia" política (así, a lo Sartre), que para él encarnaba en "el centro", "fofo, tibio, timorato". En otras palabras, fue siempre y siguió siendo un radical, afortunadamente ganado para la defensa de los valores democráticos.

Dije al comienzo que Carlos Semprún es el último español auténticamente "individualista y ácrata". Falso: no el último, sino el único. Y tal vez sea esto lo que no le hayan perdonado nunca sus paisanos. Ya se sabe: todos los países segregan sus mitos, como los caracoles sus mucosidades, y en el caso de España, uno de los mitos más tenaces reza que los españoles son individualistas y anárquicos. En los casi veinte años que llevo viviendo en este país (bueno, en caso de que sea posible considerar que Cataluña, que ni es un país ni quiere ser considerada una región de España, forme parte de algo más que de su propio y diminuto ombligo), he conocido españoles inteligentes y burros, bondadosos y canallas, altos y bajitos. Pero hasta la fecha, ni uno solo que se ajuste a la estampa mítica. En realidad, si algún rasgo colectivo puede atribuírsele a tan dispar conjunto humano, apostaría más bien por el conformismo y la sumisión ante el poder... mientras no caiga. Esto permitiría explicar cosas tan absurdas como que, siendo hoy todos los españoles antifranquistas confirmados, la dictadura franquista se haya extinguido solita, sin la ayuda de nadie.

Me consuela saber que Carlos Semprún vivió como quiso, pensó libremente hasta el final, y falleció en su querido París, donde siempre lo recordaré, una de esas tardes de tertulia en Les Ondes, paseando su burlona y ácida mirada sobre las sombras chinescas de la intelectualidad de salón. Pero también esto es verdad sólo en parte. Porque hoy nos sentimos un poco más solos, quienes un día fuimos de izquierdas y tuvimos la suerte de salir de la caverna a la luz de las ideas liberales.

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