Carlos Semprún Maura (1926-2009)

Adiós a un compañero del alma

Cristina Losada

Creo que no es bueno escribir con un nudo en la garganta y un único pensamiento. Menos que pensamiento, en realidad. Mera y triste constatación es: ya no volverás a ver a Carlos Semprún Maura. No le veía a menudo, cierto. Pero bastaba su columna para saber que estaba ahí, tan lúcido, vital e ingenioso como en persona. Antes de conocerle, le leí. Sus artículos en La Ilustración Liberal, aquellos que escribió bajo el título de "Estafas y mentiras de la leyenda comunista", me abrieron los ojos, entonces aún entrecerrados, a la realidad que no ha querido ni podido ver alguien que ha pasado buena parte de su vida considerándose "de izquierdas" por heterodoxa que fuera esa condición.

Es parte de la ceguera voluntaria, concepto que Semprún Maura empleaba con frecuencia. Él había hecho mucho antes el viaje. Un periplo que empezó en el exilio, cuando la guerra civil obligó a huir a su padre, que pasó por el Partido Comunista, para el que emprendió viajes clandestinos a España, luego por la izquierda disidente tras la invasión soviética de Hungría y, después, por la disidencia de la izquierda. Fue una disidencia a viva voz, sin paliativos, que incluiría también una ruptura familiar. Cuenta todo ello en A orillas del Sena, un español, libro autobiográfico, como no pocos de los que escribió. El exilio fue una fiesta es, tal vez, el más conocido, pero yo le tengo especial cariño a su novela Las aventuras prodigiosas. No sólo por el gratísimo recuerdo que guardo de la obra, sino por la acogida del autor a mi reseña del libro, motivo por el que me dedicó su siguiente libro elevándome, con generosa exageración, a "mejor crítica literaria del mundo" y, sobre todo, a "compañera del alma".

Vivimos experiencias distintas, pertenecíamos a generaciones diferentes, pero éramos compañeros, y es preciso decir que no hay tantos, en la ruptura con ese fraude que seguimos llamando, para entendernos, la izquierda. Semprún Maura arrostró las consecuencias en una época mucho más difícil que la actual para esa clase de aventuras. Aunque uno de los efectos de dichas despedidas, cuando no son silenciosas, permanece: no existirás para aquellos que dominan en el mundo de la cultura, que ayer como hoy dictan la exclusión de los "renegados". Ayer desde la ideología dura; hoy desde el pensamiento flácido.

Poco parecía importarle tal cosa a Carlos. En la política como en la vida no se arredraba. Se crecía ante las imposturas. Cultivó distintos géneros, pero pienso que su aportación más valiosa pertenece a uno que se prodiga muy poco en España: la memoria política. Gracias a su energía literaria, nos queda su testimonio de épocas, ambientes, personajes, ideas e ideologías, para atisbar en los entresijos de unos tiempos de cuyas tinieblas y cenizas supo extraer Semprún el diamante. No sé si se puede decir adiós a un compañero del alma.

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