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Diez obras que demuestran por qué Rembrandt es el maestro de las luces y las sombras

Se cumplen 350 años del fallecimiento del artista holandés, considerado como uno de los maestros del tenebrismo. Rembrandt supo sumir de oscuridad la mayor parte del lienzo para dirigir la mirada del espectador a la parte iluminada desde un solo punto de luz. Algunas de esas obras de arte están repartidos en los mejores museos del mundo. Que esta selección sirva tan solo de aperitivo de una producción igualmente reseñable. 

Lección de anatomía, 1632
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Lección de anatomía, 1632

En 1632, el gremio de los cirujanos encargó a Rembrandt, que tenía por entonces 26 años, un retrato de grupo para decorar su sede. En La lección de anatomía del doctor Nicolaes Tulp el artista renovó este tipo de retrato pues rompe con la tradición de colocar a las figuras en fila. Rembrandt ya juega con las luces y demuestra su habilidad con el pincel en los cuellos y atuendos de sus personajes. 

Judit en el banquete de Holofernes, 1634
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Judit en el banquete de Holofernes, 1634

La autoría de Judit en el banquete de Holofernes, antes conocido como Artemisa, estuvo un tiempo en entredicho pero, finalmente, se considera obra de Rembrandt. Forma parte de un grupo de alegorías personificadas por la figura de heroínas de la Antigüedad y del Antiguo Testamento. 

Dánae, 1636
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Dánae, 1636

En esta pintura mitológica, Rembrandt dota de una espectacular luz dorada a su protagonista, creando una escena realmente bella. Lamentablemente, en 1985 un enfermo mental acuchilló la parte central del lienzo y deterioró las capas superiores de pintura. Los trabajos de restauración se alargaron durante más de una década. 

La ronda de noche, 1642
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La ronda de noche, 1642

Su título original es La compañía del capitán Frans Banning Cocq y del teniente Willem van Ruyteburgh y fue un encargo de la corporación de los Arcabuceros de Ámsterdam para el gran salón de su sede. El artista juega con la luz y las sombras de manera magistral. 

Aristóteles contemplando el busto de Homero, 1653
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Aristóteles contemplando el busto de Homero, 1653

En este retrato imaginario, Aristóteles con aire pensativo posa la mano sobre un busto de Homero. Rembrandt ilumina el rostro y vestimenta del filósofo así como el espacio entre las dos figuras,  y deja en penumbra el resto del conjunto. 

Mujer bañándose, 1654
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Mujer bañándose, 1654

Esta maravillosa obra fue una de las joyas que trajo el Museo del Prado para la exposición Miradas afines. Fue pintada en plena transición de Rembrandt, cuando el artista apuesta por unas pinceladas gruesas y anchas en ciertas zonas mientras que en otras sosiega y busca el detalle. 

Betsabé con la carta de David, 1654
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Betsabé con la carta de David, 1654

Rembrandt utilizó una modelo para pintar a Betsabé de tamaño natural. Se recreó en cada pliegue de la piel y aumentó el erotismo de la imagen gracias al contraste de la fina tela que cubre a la joven. El holandés demostró su maestría en las transparencias. El claroscuro resalta el cuerpo de Betsabé. 

Autorretrato, 1658
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Autorretrato, 1658

Rembrandt se autorretrató en numerosas ocasiones pero, quizás, este en particular, pintado cuando tenía 52 años, es de los más reveladores. El pintor estaba acuciado por las deudas y sus obras son más conmovedoras que nunca. 

Los síndicos de los pañeros, 1662
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Los síndicos de los pañeros, 1662

Rembrandt pintó este cuadro en 1662 para la Corporación de Fabricantes de Paños. El juego de luces y sombras da prioridad a los retratos de los síndicos. El artista se esforzó por trasmitir la personalidad de cada uno de ellos.  

La novia judía, 1666
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La novia judía, 1666

La evolución del artista holandés es claramente identificable en este cuadro de Isaac y Rebecca conocido como La novia judía. Rembrandt pinta este tierno momento con una libertad excepcional, con pinceladas gruesas. 

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