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Exguardia del corredor de la muerte

"Soy Jerry Givens y ejecuté a 62 personas en Virginia"

Givens pasó 17 años ejecutando a condenados. "He dejado de ser un verdugo" confiesa a LD. Ahora conduce un camión y lucha por el abolicionismo

Givens pasó 17 años ejecutando a condenados. "He dejado de ser un verdugo" confiesa a LD. Ahora conduce un camión y lucha por el abolicionismo

Durante mucho tiempo, Jerry Givens pensó que su trabajo consistía en "hacer efectivo" el suicidio de alguien. Él era el encargado de "pulsar el botón" o aplicar la inyección de los presos condenados a muerte en la prisión de Richmond. El Jerry de hace años creía que quien cometía un crimen en Virgina "ya sabía que existía pena de muerte en el Estado, y por tanto al violar o matar a alguien, se estaba suicidando al hacerlo", explica. Él, sólo ejecutaba. Mientras les rapaba la cabeza antes la ejecución, rezaba por el alma y por las familias de cada uno de los 62 hombres a los que quitó la vida, convencido de que se lo habían buscado. "No me sentía culpable. Creía que lo merecían", reconoce a Libertad Digital.

Pero lo que todo el mundo quiere saber sobre Jerry es si recuerda cuál fue el primer preso al que ejecutó. Lo que sintió al ver cómo tras pulsar un botón, se acababa la vida de un hombre que se había confesado culpable. Pero no puede explicarlo: "Era mi trabajo" dice, encogiéndose de hombros. "Me daba pena la familia suya y la familia de la víctima. Pero no puedo explicarte como me sentía, incluso aunque pudieras ponerte en mi lugar", rechaza. Pero este corpulento sexagenario no ha olvidado el nombre de su primera "víctima", como le denomina ahora. Era 1984 y se llamaba Linwood Briley, uno de los asesinos más famosos de EEUU. Junto a sus hermanos, había matado a 12 mujeres. Él fue su verdugo, y quien le vio morir en la silla eléctrica.

"Yo ejecuté a 62 personas en Virginia"

Tres décadas después, Jerry Givens se presentó ante los asistentes al Congreso Internacional contra la Pena de Muerte que se celebra en Madrid dispuesto a hablar del pasado y de su propia responsabilidad. "Soy Jerry Givens y ejecuté a 62 personas en Virginia", saludó, con un temblor en la voz. Hoy, el que fuera verdugo ha abandonado el corredor de la muerte y conduce un camión. En su nueva vida, se ha convertido en uno de los mayores defensores de la abolición de la pena de muerte en todo el mundo. "Dios me pidió que explicara mi experiencia por todo el mundo", señala a LD.

¿Qué le hizo cambiar de opinión? Además de una fuerte convicción religiosa, Givens sintió que la vida le puso "del otro lado", con todas sus consecuencias. En 1999 pasó cuatro años en la cárcel por comprar un coche con dinero procedente del tráfico de drogas, aunque él defiende su inocencia. "Eso me hizo pensar mucho, plantearme mi vida entera, y también mi trabajo", explica. Incluso, la posible inocencia de muchos presos que son ejecutados. "Sólo en un 25% puede haber alguna duda, el 75% restante llega al día de la ejecución confesando su culpabilidad", relata. Givens recuerda el caso de uno de ellos, Earl Washington Jr, que pasó 17 años en la Milla Verde de Richmon. Días antes de su ejecución las pruebas de ADN que se realizaron por las numerosas dudas que arrojaba el caso, confirmaron su inocencia.

Aunque menciona que "hay que garantizar un juicio justo para todos" Givens continúa confiando en el sistema estadounidense, y cree que "sólo es cuestión de tiempo" que cada vez serán más Estados los que se unan a la causa abolicionista, tras Maryland y los 18 restantes.

Givens, que desprende un tono predicador, está convencido de que nostros "no podemos hacer el papel de Dios", aunque él durante un tiempo así lo creyera. "Esta no es la solución. La muerte para los culpables no es la respuesta", apunta. "Si coges el problema y matas el problema, nunca encontrarás la solución". Y añade: "No podemos tratar de enseñar que matar es un delito, y lo enseñamos matándote".

Además de a Conferencias y citas abolicionistas, Jerry Givens disfruta discutiendo con los defensores de la pena capital. "Juego con ventaja, porque he estado en los dos lados, y entiendo por qué piensan eso", dice. "Pero si yo he podido cambiar de mentalidad, todo el mundo puede". Mientras, exhibe orgulloso su libro Another Day is Not Promised que explora en su conversión hacia el abolicionismo.

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