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Hillary, Trump y los tontos (in)útiles

Ni siquiera desde el realismo cínico, tan de moda en la derecha española en estos tiempos, Clinton tiene un pase.

Ni siquiera desde el realismo cínico, tan de moda en la derecha española en estos tiempos, Clinton tiene un pase.
Hillary Clinton | EFE

Esteban González Pons, quien otrora fuera una estrella en alza en el PP y que ahora anda relegado a tareas de portavocía en el Parlamento Europeo, anunció en julio que el PP sólo asistiría a la Convención del Partido Demócrata y no a la del republicano, aduciendo su sintonía con la candidata demócrata, Hillary Clinton, y su distancia ideológica con Donald Trump, el candidato del GOP.

A los autores, es decir, a nosotros, nos pareció en su momento una falta de cortesía política del todo innecesaria, caprichosa y contraproducente. Al fin y al cabo, si hubiéramos nacido en Disneyland seríamos tejanos, republicanos y evangélicos. Pero también hemos de decir que no nos sorprendió en absoluto. Empieza a ser una costumbre que el PP se arrastre ante la izquierda norteamericana. Baste recordar cómo tras las elecciones de 2008, que auparon a la Casa Blanca a Barack Hussein Obama ante John McCain, el mismo Esteban González Pons, a la sazón vicesecretario general de Comunicación del PP aquí en España, se jactaba superrequeteorgulloso de haber hecho una contribución monetaria a la campaña de Obama. Sabiendo como sabemos, con la ley electoral en la mano, que ningún extranjero puede donar a la campaña de ningún candidato a presidente, estaba claro que González Pons mentía o había cometido una ilegalidad: pero en todo caso mostraba ya la deriva del PP actual, obsequioso hasta la náusea con los candidatos progresistas demócratas y cobardemente hostil con los conservadores republicanos.

Nosotros creemos que se dejó llevar ingenuamente por su entusiasmo hacia el candidato demócrata, algo que, prácticamente, toda la cúpula del PP del Congreso de Valencia compartía, en la época en que expulsaban a "liberales y conservadores" del partido, primero de Génova y después de Moncloa. De ahí que tampoco nos extrañe ahora que el PP actual y sus intelectuales orgánicos apuesten fuerte por Hillary y se rasguen las vestiduras ante un candidato tan poco ortodoxo como Donald Trump. Hillary les resulta cómoda y acomodada, mientras que Trump pone de relieve su carencias, desnudeces y traiciones. Los pecados de Hillary, su corrupción y nepotismo, les resultan familiares; las verdades del barquero con las que convence a millones de americanos Donald Trump les parecen un asalto al castillo de la corrección política en la que viven instalados.

Estamos expectantes ante el qué dirán nuestros tontos (in)útiles tras el primer debate cara a cara entre los dos candidatos presidenciales. Que sepamos, nadie por estos lares quiere que triunfe Trump. Por tanto, el veredicto del debate está cantado, y los titulares también: ganó Hillary, en el mejor de los casos; tablas entre Hillary y un grosero populista, irascible, racista y xenófobo Trump, en el peor de ellos. No importa que Hillary salga a no perder y que Trump salga sólo a ganar: la derecha española comienza a rivalizar con el progresismo en mostrar las mismas fobias, y en eso hay consenso. También en eso, queremos decir.

Ninguno de nosotros puede saber cómo se desarrollará el debate. Pero de una cosa sí estamos seguros: Hillary no fue quien subió al Everest. Ese mérito le corresponde a otro. Y muy a pesar de quien espera verla de nuevo en la Casa Blanca, su armario está tan lleno de cadáveres como de chaquetas, y muy bien puede ser que no gane esta carrera. En julio, cuando en nombre del PP González Pons renegaba del Partido Republicano por permitir que Trump obtuviera la nominación y loaba a Hillary, el 25% de los americanos afirmaba en una encuesta de las de verdad que jamás, nunca, votaría por ella. Sorprendía el número de mujeres. O no.

Y es que Hillary Rodham Clinton, a quien en España se presenta como una política realista, fuerte, pragmática y amiga de Europa, es vista de manera bien distinta en la otra orilla del Atlántico. Que es como la vemos nosotros.

Para empezar, aquí se suele afirmar que como secretaria de Estado ha hecho maravillas. Desde luego, visitó 112 naciones y pasó tanto tiempo en el aire como en su despacho de Washington DC, con un total de más de millón y medio de kilómetros recorridos. Pero ¿éxitos? Ay, vaya pero, no logró nada. No alcanzó ningún acuerdo de paz histórico, no mejoró las relaciones diplomáticas con Europa o Asia, no supo resolver la patata caliente de Guantánamo, no frenó a Irán y distanció a Estados Unidos de sus aliados en Oriente Medio. Eso cuando no cambió radicalmente de postura: por ejemplo, pasó de apoyar el TTIP a dejarlo caer. Aún peor, bajo su mando se produjo el terrible y vergonzoso asunto de Bengasi, mezcla de improvisación y mentiras, que aún colea... para su pesar, pues ha mostrado a muchos americanos que no está a la altura para ser la Comandante en Jefe de los EEUU.

En segundo lugar, cuanto más se expone su vida al público, más corrupta se la percibe. Mientras estuvo al frente del Departamento de Estado, su marido ingresó más de 200 millones en conferencias y la Fundación Clinton recibió pingües donaciones de potencias extranjeras. Cuando se observa la agenda de visitas de Hillary se puede apreciar una bien visible correlación entre la vida profesional -como orador- de su marido y a quién recibía o veía la secretaria de Estado. Charity Navigator, una organización que evalúa fundaciones americanas, colocó a la Fundación Clinton en una lista negra como organización no recomendable para donantes, habida cuenta de su esquema de negocio. En palabras de Dick Morris, un exasesor electoral de Bill Dick Clinton,

la Fundación es como la Biblioteca Presidencial, que no tiene libros. Apenas concede ayudas, y sólo a familiares y amigos.

El escándalo de los correos electrónicos, la prepotencia en el uso de un servidor privado para asuntos de seguridad nacional, la ocultación de los emails en la investigación, la obstrucción a la Justicia... Hillary Clinton ha mezclado sus intereses privados y los públicos, usado recursos del contribuyente para asuntos propios dentro de una poco disimulada ambición que ni ella misma oculta.

No creemos necesario proseguir en la senda de críticas contra la candidata demócrata. Gran parte de los americanos la consideran una paranoica mentirosa que se ve a sí misma por encima de la ley. Ningún candidato, nunca, ha llegado a la carrera presidencial con tanto escándalo a su alrededor.

Lo peor es que ni siquiera desde el realismo cínico, tan de moda en la derecha española en estos tiempos, Hillary tiene un pase. No parece que, contra lo que muchos creen, Hillary vaya a suponer una corrección de los errores –muchos– de su jefe, el presidente Obama. Hillary será pura y llanamente el tercer mandato de Barack Hussein Obama. En lo exterior y en lo interior. Ya conocemos sus candidatos para el Tribunal Supremo, y son un llamamiento a la reinterpretación progresista de la Constitución.

Claro que a lo mejor es eso precisamente lo que valoran los dirigentes del PP: esa aparente pijoprogresía que enmascara la pura y brutal ansia de promoción personal, de conservar o lograr el poder a toda costa en medio de un océano de corrupción. A fin de cuentas, el tercer mandato de Obama será como el actual tercer mandato de Zapatero: más izquierda y más ansia de poder.

Donald Trump, desde luego, no es un santo. Pero tiene algo que a los partidos tradicionales europeos y a las sofisticadas élites europeas les cuesta entender: piensa lo que el americano medio y dice lo que éste quiere oír. Más aún, lo dice de la forma como quieren escucharlo. Se ha convertido en un ariete contra el despotismo de la corrección política, que ha devastado el discurso europeo y amenaza con destruir el americano.

En Estados Unidos, Washington es un lugar mal visto, símbolo del poder federal sobre los estados y de las fuerzas burocráticas sobre el individuo, todo ello apoyado en lo políticamente correcto. Y Trump no es que lo prometa, sino que resulta convincente en su asalto al establishment y a su forma de hacer política de business as usual. No sabemos si Trump como presidente construirá ese muro en la frontera con México: pero de momento es recibido por el presidente mexicano. Tampoco sabemos si cerrará la frontera a todos los musulmanes de países problemáticos: pero de momento se entrevista con el presidente egipcio, Al Sisi. Ambos saben a qué atenerse con Trump, que es más de lo que pueden decir de Hillary.

Es posible que, acostumbrado a sus negocios, sea impulsivo, le cueste callarse, sea agresivo y machaque a sus rivales hasta conseguir llevarse el gato al agua. Cierto, eso es típico de los negocios en Nueva York y casa mal con la política. Algunos le critican por americéntrico y aislacionista: no se dan cuenta de que han estado durante años criticando a Estado Unidos por no abordar sus problemas económicos internos, como la deuda nacional. Y una cosa es clara, su eslogan "Hacer América grande otra vez" es la envidia de los demócratas. Resuena con fuerza en las mentes y corazones del pueblo americano. Y, de hecho, debería resonar en cualquiera que aspire a que su país sea próspero, seguro y cuente en el mundo.

En España todo esto se entiende mal, lo que no es un problema de Trump, sino nuestro. Es en nuestro país en el que la hermana de un terrorista de ETA humilla al candidato del PP, que balbucea incapaz de ponerla en su sitio porque no ve –y eso es lo grave y lo penoso– la diferencia entre los españoles, el PP, el GAL y la ETA: entre la banda que asesina y el bando que era asesinado, ente la hermana del verdugo y la de la víctima. Esto, tan habitual ahora en el PP light y desideologizado, a Trump no le pasaría. Como no le ha pasado tras los atentados de Minnesota, Nueva York y Nueva Jersey. Mientras los demócratas rehuían hablar de terrorismo o yihadismo, Trump pedía medidas urgentes para atajar el terror islamista. Los demócratas y los progres se defendían con sus tesis del lobo solitario, algo que el propio FBI está vaciando de sentido a medida que avanzan las investigaciones: mientras la corrección política quita hierro a los atentados, gran parte de la población americana ya no lo hace. Como empieza a ocurrir en varios Estados europeos, otra vez por cierto contra el establishment político-mediático.

En última instancia, a los conservadores Trump puede gustarles más o menos. De hecho, nosotros tenemos buenos amigos republicanos que afirman que no votarán por él el próximo 8 de noviembre. Pero se equivocan. Esto es la vida real, la política real: la elección ahora no está entre Hillary y un candidato conservador ideal y perfecto, sino entre la continuidad de Obama y la corrupción de los Cinton, por un lado, y Trump, por el otro. No hay otra vía. Trump es la única carta que los conservadores tienen –tenemos– para intentar atajar las malas políticas de Obama y hacer de América el país que todos necesitamos. Que necesitan primero los americanos y después el resto de los occidentales. El mundo en el que vivimos es el mundo que América hizo tras la Segunda Guerra Mundial. Obama ha hecho todo lo posible para destruirlo, a base de minar la confianza de los Estados Unidos en sí mismos. Una América mezquina como la del obamo-clintonismo puede derrochar oratoria, pero no tiene nada que aportar al mundo. Una América grande sí podrá hacerlo. Por eso creemos que es hora de que Trump la reconstruya y la mejore. También para disfrute de nuestros tontos (in)útiles.

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