Después de las elecciones los gurús y expertos diversos en política americana hemos salido en tromba a explicar por qué estábamos equivocados el día anterior. Trump ha ganado, y abundan las explicaciones basadas en el hartazgo con lo políticamente correcto, el olvido del trabajador blanco de clase baja y media por parte del establishment o, entre los más tontos y arrogantes, en que los votantes de Trump son todos imbéciles, racistas y machistas.
Pero quizá sea más de fiar la opinión de alguien que, sin ser politólogo ni nada remotamente similar, dijo que Trump ganaría desde el primer debate de las primarias republicanas en agosto de 2015 y, sobre todo, por qué iba a ganar. "Voy a predecir que será nuestro próximo presidente. Pienso que se moverá hacia el centro en los asuntos sociales (ya lo está haciendo) y ganará frente a Clinton en unas elecciones ajustadas", escribió entonces, mientras casi todos los expertos, yo incluido, lo tratábamos poco menos que como un payaso con nulas posibilidades de ganar.
Scott Adams no es un nombre que se reconozca como famoso, pero sí lo es su principal obra: la tira cómica de Dilbert. Adams también es un pequeño empresario y se considera un experto en técnicas de persuasión. Considera a Trump el mayor genio que ha conocido en ese campo, mejor incluso que Steve Jobs, quizá el personaje público que más reconocida tenía ese habilidad. Durante toda esta larga campaña ha intentado explicar en su blog las palabras y el comportamiento de Trump bajo ese prisma. Aunque en octubre perdió algo de confianza en la victoria del empresario porque Hillary comenzó a usar técnicas que, según su punto de vista, delataban que había contratado a consejeros que también se sabían los trucos, algo que no hizo ninguno de sus oponentes en las primarias, finalmente regresó al bando de Trump.
Según explica Adams, para poder convencer a los demás debes estar convencido tú mismo que el 90% de nuestro comportamiento es puramente emocional, no racional. De modo que Trump no ha hecho otra cosa que usar las emociones de los votantes, no su raciocinio. Ha empleado su habilidad para poner motes –desde Jeb 'Low Energy' Bush a 'Crooked' Hillary– para cambiar la forma en que los electores perciben a sus oponentes. Ha dicho cosas absurdas y falsas porque apelaba a las emociones, no a la razón. De ahí que no importase nada que no hiciera los deberes, que no supiera los nombres de los líderes internacionales o ni siquiera los detalles de las políticas que supuestamente proponía en su propia web. Como los hechos y la realidad no importan, Trump no se ha disculpado jamás por nada, porque no podía estar equivocado. Y así todo.
Algunas de sus declaraciones más criticadas han sido una forma de enganchar emocionalmente a los votantes, de modo que cuando luego ha matizado y rebajado sus posturas para llegar a un público más amplio los ha mantenido con él, en lugar de perderlos. Así, ha pasado de prometer expulsar a 11 millones de inmigrantes ilegales o prohibir la entrada al país a los musulmanes a limitarse a expulsar a los inmigrantes que hayan cometido delitos y endurecer el proceso de criba para los que vayan a EEUU. Y no ha perdido con ello a ningún votante, porque después de lanzar la idea más extrema y aguantar el chaparrón ya ha conseguido establecer una conexión emocional –"Trump sí es de los míos"– muy difícil de romper.
Según estas ideas, Trump estuvo en peligro de perder cuando Clinton logró utilizar la herramienta de persuasión más poderosa de todas, el miedo. ¿Cómo un loco racista como él va a tener en sus manos el botón rojo? Pero Trump ha logrado ganar cuando la conversación ha cambiado y no ha girado en torno a tenerle miedo a él. Ahí puede haberle ayudado incluso su ahora famosa conversación privada donde decía que cuando eres famoso puedes agarrar a las tías por el coño y no te dicen nada. Puede darte el asco que quieras, pero eso le convierte en un tipo asqueroso estándar, no alguien que va a provocar la Tercera Guerra Mundial. Además, las filtraciones de Wikileaks, el anuncio de la reapertura del caso de los emails, el insulto de Hillary a los votantes de Trump y otra serie de incidentes habrían rebajado lo suficiente la efectividad del mensaje del miedo.
El caso es que todo esto puede parecer cháchara de chamanes de la autoayuda, y quizá lo sea. Pero lo cierto es que ha servido para acertar el resultado electoral… a más de un año de distancia de las elecciones.