No ha querido esperar un solo día. Donald Trump ha pedido su dimisión al fiscal general de EEUU, Jeff Sessions, poco después de terminar la rueda de prensa en la que valoró los resultados de las elecciones de mitad de mandato. Termina así la relación política entre el presidente y quien fuera su primer apoyo político relevante dentro del Partido Republicano. Pese a que Sessions ha sido un fiscal muy eficaz en su labor de hacer cumplir la ley y avanzar el programa político de su administración en materias legales –por ejemplo, enfocándose más en la inmigración ilegal–, no ha sido el escudero fiel que esperaba Trump, lo que ha provocado año y medio de tensiones entre ambos ampliamente aireadas en Twitter por el presidente, lo que hacía su situación insostenible.
Los problemas entre ambos comenzaron cuando Sessions anunció que se abstendría de cualquier posible investigación contra la campaña de Trump por sus posibles relaciones con Rusia, al haber estado involucrado en la misma y haber tenido conversaciones públicas con funcionarios rusos durante esa época. Aunque mal recibida por Trump, esta decisión no tuvo consecuencias prácticas en su momento. Pero entonces el presidente decidió despedir al director del FBI, James Comey, porque se hartó de que no dijera en público lo que le decía en privado, es decir, que Donald Trump no estaba siendo investigado por ninguna supuesta colaboración entre su campaña y el Gobierno de Putin. Y ahí se desataron los truenos.
Presionado por la prensa y los demócratas, el fiscal general adjunto, Rod Rosenstein, decidió nombrar a un fiscal especial, Robert Mueller, para investigar la supuesta trama rusa. Y ahí fue cuando comenzaron los problemas. Trump considera, con cierta razón, que no había ni siquiera el más mínimo indicio para investigarle por esta causa. Además, aunque formalmente tuviera el encargo de investiga la interferencia rusa en las elecciones de 2016, Mueller no ha mostrado ningún interés en indagar a la campaña de Clinton, que pagó para buscar los trapos sucios de Trump a una empresa con numerosos lazos con el Kremlin y cuyo informe contó con informaciones provenientes de un "agente de inteligencia de máximo nivel retirado pero aún activo en el Kremlin" y de un "miembro de alto nivel del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso".
Durante este año y medio, la prensa ha estado intentando salvar por todos los medios la teoría de la conspiración según la cual Trump habría colaborado con Putin para robarle las elecciones a Hillary Clinton, para lo cual ha contado con numerosas filtraciones, muchas de ellas probablemente desde el grupo de 17 abogados próximos al Partido Demócrata que formó Muller, sin que apareciera. Mientras, la irritación de Trump con Sessions y Rosenstein por no poner fin a la investigación, o al menos algún límite razonable, ha sido cada vez más pública y notoria, hasta el punto de hacer inevitable el cese o la dimisión del fiscal general.
"¡Agradecemos al fiscal general Jeff Sessions su servicio y le deseamos lo mejor! Un sustituto permanente será nominado próximamente", ha escrito en Twitter el presidente. Mientras tanto lo sustituirá interinamente Matthew Whitaker, lo que abre un interrogante, porque él sí podrá supervisar al fiscal especial. Quizá por eso la CNN ha informado de "múltiples fuentes" que Mueller habría empezado a redactar el informe final con el que pondrá fin a su investigación.