
Los recuentos en Estados Unidos pueden alargarse durante semanas. A lo largo de las últimas décadas, algunos estados se han puesto las pilas después de demostrar su poca fiabilidad de forma muy pública y notoria y eso se hace notar. Florida lo hizo después del discutido resultado de las elecciones presidencias del año 2000 entre George W. Bush y Al Gore. Georgia lo hizo el año pasado después de que el gobernador Brian Kemp tuviera que aguantar los gritos de tongo de su rival demócrata Stacy Abrams primero, y de Donald Trump, después. Tras aprobar una ley que provocó las iras en las filas demócratas, quizá porque era eficaz contra el fraude sin disminuir por ello la participación, como ha quedado demostrado este martes, hemos tenido unos resultados fiables a lo largo de la noche electoral. En cambio, en Arizona no sólo han tenido problemas con las máquinas durante la jornada electoral, sino que en estos momentos se estima que están al 70% del recuento.
En esta mañana del 10 de noviembre hay pocas cosas claras. La primera es que no sólo no ha habido tsunami, sino que ni siquiera puede hablarse de "ola roja". Todo apunta a que la Cámara de Representantes caerá del lado republicano por un margen estrecho, pero realmente no lo sabemos aún. El control del Senado depende de tres escaños, de los cuales todo apunta a que Nevada caerá en manos republicanas y Arizona en las demócratas. Así que parece que habrá que esperar al 6 de diciembre para saberlo, porque en Georgia hay una segunda vuelta si ningún candidato alcanza el 50%, y ni el republicano Herschel Walker ni el demócrata Raphael Warnock van a alcanzar esa cifra. Muchas cosas pueden cambiar en la práctica si Walker se hace con la victoria y deja ambas cámaras en manos republicanas, pero no la impresión que dejan estas elecciones: que son una victoria demócrata porque se esperaba que fuera un baño de sangre, como tienden a serlo las elecciones de mitad de mandato.
Muchas de las elecciones locales y estatales que se esperaba estuvieran al menos reñidas han caído firmemente en manos de los candidatos demócratas. De ellas, tan sólo Kari Lake podría decantar Arizona al Partido Republicano, en lo que sería una excepción a la regla general: los candidatos apoyados por Trump, y que en muchos casos recibieron el apoyo en las primarias del propio Partido Demócrata, han fracasado, mientras que otros políticos republicanos, incluso los más cercanos ideológicamente al trumpismo, que se han alejado personalmente del expresidente han obtenido mejores resultados. Especialmente sangrante ha sido el caso de Pennsylvania, donde Mehmet Oz ha sido incapaz de doblegar a un Fetterman que tras sobrevivir a un ictus ha dejado claro, pese a la protección de los medios, que está incapacitado para cualquier cargo público. Oz ganó las primarias por menos de mil votos gracias al apoyo de Trump, y hay pocas dudas de que el derrotado David McCormick sí hubiese podido llegar a la línea de meta.
El éxito más destacado para los republicanos en estas elecciones es también el mejor ejemplo de trumpismo sin Trump: Ron DeSantis. Tras ser elegido gobernador de Florida ganando por los pelos hace cuatro años, en su reelección le ha sacado a su rival 19 puntos de diferencia. Pero también cabría destacar a Brian Kemp, que también logró una victoria por la mínima en las últimas elecciones pero que, enfrentado a la misma rival, esta vez ha ganado por 8 puntos. Mientras, el candidato apoyado por Trump para el Senado, un jugador de fútbol americano sin experiencia política y con algún que otro escándalo a sus espaldas, ha quedado por detrás del senador demócrata.
Esta lectura de los resultados es tan evidente, que se empiezan a leer obituarios por la carrera política de Donald Trump. No del trumpismo, que ideológicamente no es más que un alejamiento de las tesis más liberales en economía y un acercamiento a los votantes de clase baja, y que con tanto éxito ha llevado a DeSantis a una victoria aplastante en su estado y a convertirse en el principal favorito de las casas de apuestas no sólo para ser el candidato republicano a la presidencia en 2024, sino para ser el próximo presidente. Pero es demasiado pronto para declarar victoria. Donald Trump tiene previsto comparecer el martes que viene para anunciar que se vuelve a presentar a las primarias republicanas, y aunque estas elecciones hayan dejado claro que se ha convertido en material radioactivo en las generales, no está ni mucho menos escrito que no pueda ganar la candidatura.
Pero quien se puede poner la medalla de ganador de estas elecciones es sin duda Joe Biden. Es difícil no concluir que, salvo catástrofe médica nada descartable a su edad, se presentará a la reelección dentro de dos años a pesar de su desastrosa gestión, el abandono de cualquier apariencia de centrismo y, en fin, su visible deterioro cognitivo. Estas elecciones han dejado claro que, por muy impopular que sea, es menos impopular que Trump y podría ganarle de nuevo de presentarse los dos. No obstante, no hay que descartar que tenga competencia en las primarias, algo poco habitual con un presidente en ejercicio. El gobernador de California recientemente reelegido, Gavin Newson, es quizá quien más razones tiene para atreverse a dar el salto.