El último puesto que quedaba por dilucidar en las elecciones al Senado de este año se ha decantado por fin. El senador republicano número 53 será Dave McCormick, de Pensilvania, que pese a haber ganado las elecciones al demócrata Bob Casey hace semanas, no ha podido confirmar su victoria hasta hace bien poco.
Y esto es lo interesante de esta carrera electoral. Si tenemos que guiarnos por lo que se dice en la prensa socialdemócrata, parece que Donald Trump es el único político norteamericano de la historia en denunciar el resultado de unas elecciones, cuando es algo de lo más habitual. Estas elecciones son un buen ejemplo. McCormick ha ganado un por margen estrecho de unos 20.000 votos. La reacción de Casey ha sido intentar que en varios condados afines a los demócratas se contaran también votos por correo que llegaron después del día de las elecciones sin fecha de envío, que no están firmados o que incumplen algún otro requisito legal. Requisitos que no sólo están marcados por ley, sino que habían sido explícitamente afirmados por el Tribunal Superior de Pensilvania.
Han hecho falta dos cosas para que reconozca la derrota: que el recuento activado automáticamente por ley, al ser la diferencia entre ambos candidatos tan pequeña, haya empezado a dar resultados en algunos condados y se haya visto que la diferencia con el recuento original era casi inexistente, como de media docena de votantes; segundo, que el Tribunal Superior de Pensilvania haya tenido que volver a decretar que está prohibido contar los votos ilegales, en un auto en el que a duras penas aguantaban el cabreo que tenían los magistrados por haber sido desobedecidos por las autoridades electorales locales.
Y aunque sin duda Trump hizo algunas cosas inauditas en su lucha por demostrar que su derrota de 2020 fue debida al fraude, intentar ganar en los tribunales lo que se ha perdido en las urnas no es nada nuevo ni patrimonio de los republicanos. Como nos ha dejado claro el caso de Bob Casey.