Ahora que parece que Trump se está bajando los pantalones ante China e incumpliendo todos sus propios consejos sobre negociación por el camino, ha decidido plantarse y mostrarse fuerte contra un enemigo interno: la Universidad de Harvard. Parece que esté presionando a las universidades norteamericanas más prestigiosas, la llamada Ivy League, para procurar que dejen de ser centros de adoctrinamiento progre o, al menos, que dejen de hacerlo con dinero público.
Al contrario que la neoyorquina Columbia, que fue el primer objetivo y esencialmente se dio por vencida en el primer asalto, Harvard sí ha decido luchar para defender su derecho a discriminar por raza a sus alumnos y, sobre todo, en sus admisiones, su derecho a discriminar ideológicamente a su profesorado para asegurarse de que sea unánimemente de izquierdas, así como su derecho a importar estudiantes extranjeros de países musulmanes que pagan una matrícula completa sin rebajas para tener el privilegio de acosar a los cada vez menos estudiantes judíos que admiten en sus aulas.
La lista de demandas de la administración de Trump eran evidentemente negociables, incluían desde la prohibición a lo Esquilache de que sus alumnos se manifestaran con la cara tapada a eliminar los programas de diversidad, equidad e inclusión, conocidos por sus siglas DEI, que no son otra cosa que un barniz burocrático a la discriminación racial, una actividad que Harvard lleva siglos ejerciendo de forma casi ininterrumpida, aunque haya variado su foco y ahora en lugar de discriminar a judíos y negros discrimine a blancos, asiáticos y… judíos. Hay quien nunca se libra.
Harvard contestó a la amenaza de congelación de fondos, especialmente a sus departamentos de investigación, asegurando primero en los medios que eso les obligaría a sacrificar a los animales que emplean en sus laboratorios, en unas declaraciones que recordaron a una mítica portada de los años 70 de la revista humorística National Lampoon, en la cual sacaban la foto de un perro con una pistola en la sien y la amenaza "Si no compras esta revista, mataremos al perro". Luego ha puesto una demanda, que muy posiblemente gane, porque una cosa es cerrar el grifo a futuro y otra dejar de pagar fondos ya comprometidos.
El Gobierno, seguramente cabreado porque esperaba una negociación y no una negativa directa, ha amenazado con eliminar la exención de impuestos de la que disfruta. Una decisión que, en cambio, sí podría ganar en los tribunales, dado que existe un precedente del Tribunal Supremo de los años 80 que permitió al Gobierno eliminar esa exención a una pequeña universidad cristiana (Bob Jones) contraria al matrimonio interracial. Es decir, por discriminación racial. Algo de lo que el propio Tribunal Supremo ha encontrado culpable a Harvard hace un par de años.
Toda esta lucha se engloba en un marco más general de hartazgo de la derecha política con el sector educativo a todos sus niveles, al que acusa de haber dejado de lado su misión para convertirse en una maquinaria de adoctrinamiento ideológico y cancelación del disidente. Harvard, en concreto, que ahora se llena la boca defendiendo su derecho a la libertad de expresión, es la universidad con la nota más baja en la clasificación que elabora la organización FIRE para evaluar el nivel de protección de la libertad de expresión de sus alumnos y profesores.
Pocos ejemplos más claros de esto fue lo que le hizo su entonces rectora, Gay, a uno de sus profesores estrella, Roland Fryer, un economista negro que contaba con su propio laboratorio de investigación pero que tuvo la mala suerte de demostrar que los policías no mataban más a los negros que a los blancos poco antes de que estallara la locura del BLM. Aunque no lo echó, cerró su laboratorio, le montó un caso falso de acoso sexual y le dejó sin fondos para investigar. Es el derecho a hacer estas cosas lo que ahora defiende Harvard. En un mundo ideal, donde las universidades se comportaran como entes más o menos neutrales, las amenazas de Trump sonarían a macartismo. El problema al que se enfrentan las universidades es que quienes han montado esta vez el comité de actividades antiamericanas han sido ellas.