En febrero del año 2000, Donald Trump tenía hecha la reelección. Pero pasaron dos cosas durante los siguientes meses que le perjudicaron. La más obvia fue, claro, la pandemia. Pero la segunda fue la muerte de George Floyd y los consiguientes disturbios del Black Live Matters, que destruyeron el centro de numerosas ciudades, especialmente Minneapolis, y acabó con la idea de que la ley y el orden reinaban en Estados Unidos.
Donald Trump podía argumentar, y con razón, que aquellos disturbios no eran responsabilidad suya sino de los estados que habían permitido el caos, que estaban todos ellos gobernados por los demócratas. Pero lo cierto es que tenía mecanismos en su mano para aportar la firmeza que, ya sea por ideología, por cálculo político o por ambas cosas, les faltó a gobernadores como Tim Walz, al que luego conoceríamos por ser el acompañante de Kamala Harris como candidato a la vicepresidencia por el Partido Demócrata.
Y cuando la crisis es lo suficientemente importante, da igual el reparto real de responsabilidades, la opinión pública siempre tiende a echarle la culpa a quien esté más arriba en la pirámide, en este caso el presidente de Estados Unidos.
La respuesta de Trump frente a nuevos disturbios
De modo que este fin de semana, en cuanto han empezado a tener lugar disturbios en Los Ángeles para intentar impedir las redadas de ICE, que es la policía federal dedicada a la inmigración, Donald Trump no se ha parado en barras.
Pese a no ser, al menos todavía, tan graves como los de 2020, en cuanto se supo que la solicitud de ayuda a la policía local por parte de las autoridades federales se encontró con horas de silencio administrativo, el presidente anunció que desplegaría inmediatamente la Guardia Nacional sin esperar la solicitud del gobernador de California, Gavin Newsom, y anunciando que si eso acababa siendo insuficiente utilizaría a los marines para reprimir los disturbios.
¿Qué es la Guardia Nacional? Pues se trata de cuerpos militares nominalmente a cargo de cada uno de los estados pero realmente bajo las órdenes del Ejército de Estados Unidos, que pueden desplegarse en el extranjero como cualquier otra fuerza militar pero también se emplean domésticamente cuando la situación desborda a las autoridades locales, casi siempre a petición u orden directa de éstas.
Para entender hasta qué punto la decisión de Trump es inusual, la última vez que el Gobierno federal desplegó la Guardia Nacional en territorio nacional contra de los deseos del estado afectado fue en 1957 en Arkansas para asegurar que los estudiantes negros pudieran acudir a clase en los primeros institutos integrados racialmente.
Las imágenes de vehículos quemados y acoso a agentes migratorios han sido impactantes, pero esta vez Trump sí ha decidido actuar con todos los medios a su alcance.
A diferencia de 2020, cuando su inacción perjudicó su imagen, esta respuesta decidida, junto con la metedura de pata por parte de los participantes en los disturbios de desplegar la bandera mexicana en lugar de la estadounidense, podría revertir la narrativa a su favor, mostrándolo como un líder firme frente al caos alentado por los demócratas.