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Dentista en Rusia, autobusera en España: "Soy rusa y estoy contra Putin. Es un dictador"

Natalia se instaló en Torrevieja en 1999. Desde allí lamenta lo que su país está haciendo en Ucrania. "Me hace sentir vergüenza", asegura.

Natalia se instaló en Torrevieja en 1999. Desde allí lamenta lo que su país está haciendo en Ucrania. "Me hace sentir vergüenza", asegura.
Es de Ulyanovsk, ciudad natal de Lenin. En el colegio, debía llevar un lazo rojo en su honor. | NATALIA

"Me hace sentir vergüenza todo lo que están haciendo (los rusos). Tengo la sensación de que los ucranianos nunca nos van a perdonar. Me da mucha pena ver las fotos. Ciudades destrozadas en las que, cuando hay bombardeos, muere mucha gente... Mucha gente joven, mueren los niños. A la gente la tienen que desplazar, cambiar de viviendas y buscar la vida", lamenta Natalia. Una ciudadana rusa afincada en España desde el año 1999.

Según explica para LD, desde que el presidente de su país, Vladimir Putin, ordenara la invasión de Ucrania, vive pegada al teléfono y pendiente de las noticias. Están siendo días de mucha angustia. "Tenemos amigos ucranianos", dice una y otra vez. Ambas comunidades tienen mucho en común y han hecho piña en la ciudad de Torrevieja, el municipio de la Comunidad Valenciana que más ciudadanos de estas nacionalidades congrega. "Me da miedo llamarlos", reconoce, "no sé cómo me contestarán, cómo van a reaccionar". Aunque sabe que no les culparán porque "son buena gente".

"Soy rusa y estoy contra Putin", dice a boca llena. No tiene miedo. Su vida está en España, donde lleva 22 años con su familia. Le apena que sus compatriotas no puedan expresarse con la misma libertad en Rusia. Desde que el actual presidente del país alcanzara el poder, "la gente no puede decir nada contra él". Al que lo hace, "le ponen multas o acaba en la cárcel". Tampoco los medios pueden informar en libertad. "Están cerrando todo", exclama. Solo han dejado a los voceros del Kremlin.

El poder de la propaganda rusa

"En Rusia hay mucha propaganda, explica. "En la televisión, dicen que estamos luchando por la gente, que vamos a liberar a Ucrania. Sin embargo, nuestros contactos allí nos dicen que están destrozando ciudades, que están haciendo una guerra". Justo ahí está la clave, las palabras son importantes para lograr el apoyo de la opinión pública. Y Moscú lo sabe.

Putin no permite que se usen ciertos términos. "Operación militar" es el eufemismo elegido para referirse a la invasión de su país vecino. "Está prohibido decir la palabra guerra. Ellos (el Gobierno ruso, a través de los medios oficialistas) están diciendo que es una operación militar. No dicen en realidad cuánta gente muere. Dicen que quieren liberar a los ucranianos del nacionalismo, del fascismo y de no sé qué... Se quieren hacer el bueno", exclama Natalia.

El Kremlin controla absolutamente toda la información que se difunde en Rusia. "En la televisión están diciendo que están bombardeando solamente puntos militares", dice indignada. "No es verdad. Están haciendo daño a la gente civil, bombardeando donde vive la gente. Pero allí no hay otra cosa para informarse. Han cerrado programas de televisión y de radio donde estaban diciendo más o menos la verdad, donde podías tener otra opinión. Ahora está cerrado todo".

Ni libertad, ni justicia

Tampoco a los rusos de a pie les está permitido disentir. Putin ha instaurado el pensamiento único, el suyo. "Si tú intentas hablar o decir algo, te ponen multas o te meten en la cárcel. Putin es un dictador. La gente tiene miedo de salir y protestar, porque no sabes qué te puede pasar", asegura.

Por eso, es muy difícil saber qué porcentaje de la población rusa está a favor de la invasión de Ucrania, explica Natalia. Si la gente intenta manifestarse, "enseguida sale la policía y les detiene". "En Rusia, no hay justicia. Está todo corrupto", asegura. Ejemplo de ello -dice- es lo que ha pasado con el opositor Alekxéi Navalni. "Fue envenenado, sobrevivió, y le han metido en la cárcel, porque estaba destapando la corrupción".

Entretanto los rusos sufren por otras tantas cosas, que tampoco salen en las noticias. "No se ocupan de los problemas de verdad. No hacen nada... La gente cobra miseria, los pensionistas viven en miseria también. Lejos de las capitales, la gente vive muy mal", condena Natalia.

España, la vía de escape

Cuando Natalia y su marido Maxim salieron de Rusia, "no había tanta presión". Pero el futuro no pintaba bien. Ellos son de Ulyanovsk, la ciudad natal de Lenin. Vladímir Ilich Uliánov -nombre completo del político ruso- lideró la Revolución de Octubre de 1917 y se convirtió en el primer dirigente la URSS. Tras su muerte, en 1924, Simbirsk fue renombrada en su honor.

Esta bella población, situada a orillas de los ríos Volga y Sviyaga, está a unos 900 kilómetros de Moscú. "Cerca", según los parámetros rusos. Natalia recuerda sus años de juventud con luces y sombras. "Ha ido bien, pero con adoctrinamiento total de Lenin y el comunismo", señala. "Eso cambió con Perestroika", asegura. Pero las reformas de Gorbachov no les trajeron la bonanza prometida.

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Maxim durante el servicio militar obligatorio de 2 años, ante un mural del Kremlin.

Corría el año 1999 y "la situación no estaba muy buena". "Estaba todo desordenado y, como ha salido una oportunidad, decidimos cambiar del país", explica. La primera en salir fue su hermana. Ellos la siguieron, dejando atrás su pequeño negocio y a su familia. "No había ni futuro ni nada", sentencia.

"Con Gorbachov, la gente empezó a hacer negocios de todo tipo pero no fueron muy bien. Había mucha corrupción y no se sabía si puedes empezar un negocio, venir otra persona y quitarte este negocio. La inseguridad era total", relata. "Yo, por ejemplo, he estudiado medicina. Tengo todo dentista y en aquel momento tampoco nos dio futuro por ahí. En Rusia, los médicos y los profesores cobran muy poco".

El salto a Torrevieja

Dada esta situación, el matrimonio se lanzó a la aventura de empezar una nueva vida en España, con su hijo de 2 años. En 1999, entraron en Torrevieja como turistas y se quedaron a vivir. Poco tardaron en enamorarse de este país y su gente, de carácter más abierto y sonriente. Una de las cosas que más gustó a Natalia, a su llegada.

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Natalia y Maxim visitando Cartagena, en el año 2000.

Le impactó la seguridad, poder "salir a la calle sin miedo por la noche" y -por supuesto- "la medicina, los hospitales, el estado de las carreteras... Tranquilidad y comodidad para una vida normal", exclama. Y eso que los primeros años no fueron fáciles. "Fue muy duro porque vinimos sin papeles, sin nada, y trabajamos en lo que nos fue posible para sacar dinero: en el campo, cortando naranjas o limones, en la limpieza, de cuidadora... Teníamos que pagar el alquiler y alimentarnos".

Así fue hasta que lograron la residencia. En un primer momento, ella tenía la esperanza de poder ejercer y prosperar en su profesión aquí. Pero no fue posible. Se encontró con problemas a la hora de homologar su título y -pasado un tiempo- decidió que era mejor cambiar de rumbo. El destino le llevó a conducir autobuses. Y, pasado un tiempo, ella y su marido pudieron traerse a sus seres queridos.

En Rusia, les quedan algunos primos y familiares lejanos con los que apenas tienen relación. Natalia y Maxim ha tenido la oportunidad de comprobar que otra vida es posible. Pero ellos no conocen otra cosa y sus posiciones se acercan más a las de Putin que a la mentalidad europea. Hoy no tienen en común más que sus raíces. "Tienen otro pensamiento. Lo que ven en la tele es mentira, una propaganda total", explica. Y esa es la única información a la que tienen acceso.

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