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Testigo directo de las atrocidades rusas en Ucrania: "Hay cosas que no se pueden explicar"

El desgarrador relato de Igor Chumak sobre la matanza de Bucha y las violaciones grupales a menores, muchas de ellas embarazadas de soldados rusos.

El desgarrador relato de Igor Chumak sobre la matanza de Bucha y las violaciones grupales a menores, muchas de ellas embarazadas de soldados rusos.
Libertad Digital | Efe

A pesar de que Rusia sigue negando la masacre de Bucha, cada vez son más las evidencias que demuestran que fue una matanza planificada y que ni es ni será la última. Así lo corroboran conversaciones grabadas por servicios secretos alemanes y así lo constatan tanto las numerosas imágenes que circulan por redes sociales y medios de comunicación, como los desgarradores testimonios de aquellos ucranianos que, día tras día, son testigos directos de la crueldad del ejército ruso: asesinatos indiscriminados, torturas y violaciones que marcarán para siempre a un país que, a día de hoy, sigue sin ver el final de una invasión que comenzó el pasado 24 de febrero.

"He visto muchísima gente muerta en Bucha, muchos abuelos muertos, muchos niños sin papá y mamá, hay cosas que no se pueden explicar", nos cuenta Igor Chumak, uno de los muchos voluntarios ucranianos que estos días ha estado trabajando en esta pequeña ciudad del noroeste de Kiev para recuperar los cuerpos de los civiles asesinados. Su mirada refleja el terror de lo vivido, pero le cuesta verbalizarlo. Y no porque no sepa español -porque habla perfectamente gracias a los veranos que desde que tenía 9 años pasó en Vigo-, sino por el dolor que le produce recordarlo.

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La de Bucha no es la única masacre

A cambio, nos muestra videos irreproducibles, imágenes aterradoras caminando entre restos humanos. "No sabes cuánto me duele que digan que esto es un teatro. Ojalá lo fuera -lamenta mientras su voz se debate entre la rabia y la tristeza, al pensar en aquellos que compran la versión de Putin de que todo es un montaje-. Si no nos creen a los ucranianos, aquí hay muchos periodistas europeos y de EEUU que lo están viendo, que crean a sus corresponsales".

Aunque la prensa internacional ha puesto el foco en Bucha, Igor insiste, además, en que la situación que él mismo ha visto en Irpin y Hostomel es muy parecida y que todo ello "se va a quedar pequeño" al lado de lo que está pasando ahora mismo en Mariúpol y Járkov: "Hay muchísimos muertos y eso que los rusos están quemando los cuerpos para que el mundo no vea lo que está pasando".

Menores violadas y embarazadas

Y, sin embargo, ni siquiera esto es lo peor. "Los animales rusos pueden entrar en Ucrania, matar a tantos civiles y se acabó la historia, pero aquí hay muchísima gente cuya vida está rota para siempre y que no va a ser capaz de olvidar todo lo que ha vivido", advierte en referencia a las torturas y violaciones.

"Sufro más por esas chicas a las que han cogido grupos de 4 o 5 hombres que han hecho con ellas lo que han querido mientras les ponían una pistola en la cabeza. No te puedes imaginar cómo me duele eso", repite conteniendo la rabia. Según denuncia, cerca de Kiev hay una ambulancia a la que acuden muchas jóvenes "de 12 y 14 años" que han sido violadas por los soldados rusos, muchas de ellas, embarazadas. "Yo solo miro a los ojos y ya no me tienen que explicar nada. Lo veo todo en los ojos: un dolor para toda la vida", lamenta Igor.

Su familia en España

A sus 32 años, este joven ucraniano acumula mucho más sufrimiento del que nadie se puede imaginar. Víctima de la catástrofe de Chernóbil, su madre falleció de cáncer. Desde entonces, su única familia es su hermana Inna -hoy a salvo con su hijo de 7 años y su marido, de origen moldavo- y el matrimonio de Vigo que le acogió cuando apenas tenía 9 años.

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Rosa Montenegro, con Igor y su hermana Inna

"Empezó a venir todos los veranos, alguna Navidad y ahora suele venir dos o tres veces al año -nos cuenta Rosa Montenegro, al otro lado del teléfono-. Cuando empezó la invasión, tratamos de convencerle para que viniera a España, pero él es muy creyente y nos mandaba vídeos de 150 personas amontonadas en los sótanos de la iglesia, a los que decía que tenía que ayudar, así que decidió quedarse".

Hoy, Rosa recibe cada noticia que llega de Ucrania "con mucha angustia" y vive literalmente pegada al teléfono. "Por la mañana nos mandamos algún mensaje y luego, cuando él puede, nos llama para decirnos que está bien", nos cuenta la gallega. De sus palabras se desprende un gran sufrimiento, pero también un inmenso orgullo: "Lo que está encontrando es bestial, pero él es muy fuerte y tiene una fe que mueve montañas".

Su fe le empujó a quedarse

Antes de que comenzase la invasión, Igor se dedicaba a la construcción y tenía una empresa con 100 trabajadores a cargo. Tenía los medios para salir de Ucrania, pero, como nos decía Rosa, fueron sus creencias las que le empujaron a quedarse. "Los rusos estaban muy cerca de mi casa y tenía mucho miedo, la verdad, pero yo quiero muchísimo a mi país, con todo mi corazón, y soy cristiano, así que lo primero es ayudar a la gente que lo necesita".

Desde entonces, todas las mañanas sale de su iglesia de Kiev y viaja a donde haga falta. Se encarga de buscar comida y medicinas para soldados y civiles heridos, para niños que caen enfermos en medio de una guerra que les impide llegar a un hospital o un centro de salud. No en vano, Igor nos atiende desde el coche camino a la frontera con Polonia. La conversación se produce de madrugada, el único momento del día en el que puede permitirse atender el teléfono. "Vamos a recoger todo lo que nos trae un grupo de españoles. Podían ir otros amigos, pero quiero agradecérselo personalmente", nos explica.

Su voz es la de un hombre abatido por tanto sufrimiento, pero su determinación nos muestra a ese Igor al que su madre de acogida en España describía a la perfección: "Estoy cansado, tengo mucho dolor, pero estoy muy fuerte. Tengo muchísimas ganas de seguir ayudando a todo el mundo y sé que poco a poco todo va a estar bien con la ayuda de Dios".

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