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La guerra en Ucrania se enquista a la espera de nuevos movimientos militares de Moscú o Kiev

El moderno armamento occidental empieza a llegar a las tropas ucranianas, que esperan poder lanzar una contraofensiva que desnivele la situación.

El moderno armamento occidental empieza a llegar a las tropas ucranianas, que esperan poder lanzar una contraofensiva que desnivele la situación.
Un soldado ucraniano monta guardia en Jarkov (Ucrania). | EFE/Esteban Biba

El tablero estratégico de la guerra en Ucrania está parado desde hace semanas. Ni Rusia consigue avanzar ni Ucrania recupera el terreno ganado por las tropas del Kremlin durante el primer mes y medio de ofensiva. La situación se mantiene en un compás de espera, a la expectativa de que alguno de los bandos consiga reagrupar recursos militares suficientes para lanzar una nueva oleada de ataques a gran escala para tratar de desatascar la situación a su favor.

Rusia decidió cambiar de estrategia a finales de marzo, una vez asumido que su intención inicial de tomar Kiev y poner al mando de Ucrania a un Gobierno títere se había convertido en una quimera por la feroz resistencia ucraniana. Dijo que se iba a centrar en el Donbás, el territorio que sirvió de pretexto para su invasión militar, pero la realidad es que desde entonces apenas ha conseguido ganar terreno en estas dos regiones (Donetsk y Lugansk) y sí ha conseguido un aluvión de bajas.

Los invasores controlan cerca del 70 por ciento de este territorio, pero ahora se han encontrado de lleno con las potentes líneas defensivas que los ucranianos pusieron en pie entre 2016 y 2017 con el objetivo de tomar esas áreas como punta de partida para recuperar el territorio que los rebeldes prorrusos, ayudados por voluntarios llegados desde Rusia, habían conseguido conquistar tras su levantamiento armado de 2014.

En los otros tres territorios la situación está también enquistada. Pocas novedades hay respecto a los oblast ocupados de Jersón, Zaporiya –está dividida entre rusos y ucranianos– y Melitopol, que los rusos tratan de mantener bajo su control por diferentes razones. En el primer caso, el interés ruso está la infraestructura hídrica que permite que llegue el agua potable hasta la península de Crimea, una península ucraniana anexionada unilateralmente por Rusia en 2014.

En el caso de Zaporiya, porque Moscú no solo quiere mantener el control de la central nuclear de Enedogar, una de las más grandes de Europa, sino porque también está tratando de desconectarla de la red eléctrica ucraniana, a la que todavía suministra energía, para engancharla a la red eléctrica rusa y quedarse con su energía. Rusia está buscando desesperadamente técnicos que puedan llevar a cabo esta operación, que es sumamente complicada.

Mientras tanto, la central nuclear se está utilizando como un polvorín, para guardar y proteger todo tipo de armas, municiones y vehículos militares, porque saben que Ucrania no la va a atacar por el peligro de accidente nuclear. Melitopol tiene algunas minas y grano, pero su gran valor real es ser la pieza central del puzzle que conecta a Jersón y Zaporiya tanto con la Península de Crimea como con los territorios ocupados del Donbás.

Rusia ha reconocido que se encuentra en estos momentos en un paréntesis en su ofensiva. El alto número de bajas humanas –el Gobierno de Estados Unidos la cifró este jueves en unos 75.000 efectivos entre muertos y heridos, según el diario The New York Times– y materiales les ha obligado a tratar de reclutar nuevas tropas a lo largo y ancho de todo el país, a la vez que transporta nuevo armamento desde las bases militares que tiene distribuidas por su territorio.

Ucrania está en una situación militar. Hace tiempo que su poderío militar depende casi en exclusiva del armamento que le envían sus aliados norteamericanos y europeos. La buena noticia para ellos es que ya no solo les lleva viejo material de fabricación soviética, sino que está empezando a llegar armamento pesado de fabricación occidental, tecnológicamente mucho más avanzado del que tenían ellos y también que el que están usando los rusos en terreno ucraniano.

Hasta el momento han llegado unidades del PHZ2000 –artillería autopropulsada de fabricación alemana–, obuses remolcados M777 de origen estadounidense y los sistemas Himars –lanzamisiles múltiples ligeros que van acoplados a un camión–, que también han proporcionado desde Washington. Los primeros están haciendo el papel que se esperaban de ellos, pero los otros dos han sorprendido para mal o para bien en el campo de batalla.

Los M777 son una auténtica decepción hasta el momento. Los estadounidenses los habían utilizado en Afganistán e Irak contra milicias terroristas que no tenían capacidad de respuesta artillera, algo que sí tiene Rusia. Lo que se ha demostrado es que los ucranianos son incapaces de cambiarlos de posición con la rapidez suficiente, por lo que una vez que han abierto fuego los rusos están siendo capaces de localizarlos y hacerlos saltar por los aires.

Los Himars son la sorpresa positiva. Los rusos están siendo incapaces de hacer frente a las ráfagas de misiles que lanzan estos sistemas de misiles, que tiene un alcance limitado de 80 kilómetros, pero que es más que suficiente para atacar puestos de mando, áreas logísticas y zonas estratégicas rusas, haciendo un daño importante a los invasores.

El primer gran movimiento ucraniano con este sistema ha sido atacar el puente Antonovski, con el objetivo de aislar a las tropas rusas que ocupan Jersón capital del resto de la región, que está al otro lado río Dniéper. Un paso que una vez que reciban más material occidental puede ser el inicio de una gran contraofensiva en la zona y que puede servir para evitar que los rusos puedan continuar por tierra hasta Odesa, aunque también dificultará que los propios ucranianos pueden pasar el río para recuperar el resto de Jersón –incluida la estación hídrica que abastece Crimea para volver a cortar el trasvase de agua–.

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