Los resultados de las elecciones venezolanas habían sido previstos por todos los encuestadores serios del país.
Resultaba obvio. Si las elecciones eran limpias, la oposición alcanzaría los dos tercios de los escaños y podría hacer los cambios necesarios para desmontar el giro dictatorial procomunista que el chavismo le había impuesto al gobierno.
La clave estaba en el registro electoral. La duda radicaba en cuál sería la reacción del gobierno. También se sabía que Maduro manejaba más de dos millones y medio de cédulas fraudulentas, pertenecientes a muertos y votantes ausentes, que podía distribuir en miles de mesas que los suyos controlaban, pero eso deberían hacerlo tras finalizar la jornada electoral.
No era un procedimiento nuevo. Lo hace el PRI en México y lo hacen los gobernantes en Colombia. En Colombia calculan que hay de más de un millón de cédulas fraudulentas. Las utilizaron, afirman, para derrotar a Álvaro Uribe en el referéndum.
En Venezuela, un general en retiro, Ovidio Poggioli, se dedicó pacientemente a organizar un grupo casi secreto de unos cuantos millares de ciudadanos dispuestos a conservar y transmitir inmediatamente los resultados de las elecciones, mesa por mesa. Él fue el cerebro tras la operación 7K.
La oposición dispondría de los resultados reales a los pocos minutos de terminar los comicios.
Mientras tanto, otro general, ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, se comprometía a impedir el fraude y a que se respetaran los resultados. Padrino tenía en sus manos otra encuesta elocuente: los soldados y oficiales estaban tan disgustados como el resto del país con el chavismo. Colaborar con el fraude era agredir a las Fuerzas Armadas.
¿Estaban de acuerdo los dos generales? No puedo asegurarlo, pero es posible.
A las 6 de la tarde Maduro y Cabello sabían que los habían barrido en las urnas. Trataron de vulnerar los resultados, pero se encontraron al general Padrino, en traje de fatiga y rodeado de otros militares, dispuesto a hacer cumplir las leyes. A media noche Maduro tuvo que admitir la derrota.
¿Qué va a pasar ahora? Es difícil predecirlo, pero vale la pena recordar lo que sucedió en Polonia en junio de 1989.
Tendemos a pensar que el comunismo colapsó en Europa en noviembre de 1989 tras el derribo del Muro de Berlín, pero no es verdad. Su liquidación comenzó en junio, en Polonia, varios meses antes, cuando Jaruzelski convocó a unas elecciones parciales pensando en acorralar a la oposición en unos pocos escaños.
Como en Venezuela, las cosas sucedieron de otra manera. Solidaridad, el partido de oposición dirigido por Lech Walesa, ganó 99 de las 100 senadurías. Los demócratas vencieron abrumadoramente.
A partir de ese momento se desmoronó el gobierno de Jaruzelski, convocaron a unas elecciones generales, ganó la oposición y se acabó el comunismo en ese país.
En Venezuela puede suceder lo mismo. No creo que Maduro logre mantener su gobierno mucho tiempo. Tiene en contra al pueblo, a las Fuerzas Armadas, y su partido está dividido. Tal vez ni siquiera consiga sujetar el poder hasta la inauguración de la nueva Asamblea Nacional, el 5 de enero próximo.
Es la hora de la oposición. Deben actuar con altura y sin revanchismos, pero con firmeza, para rescatar la república, restaurar las instituciones democráticas y seguir adelante, hacia el brillante futuro a que tienen derecho todos los venezolanos.