Así están las cosas: Fidel ha muerto y en Cuba regirá la ley seca hasta el 4 de diciembre. El reguetón atraviesa su peor momento desde el cierre temporal del discobar Brisas del Atlántico, en el Paralelo barcelonés. En el salón de la casa de Cienfuegos donde nos alojamos, sentados frente a la tele, María y yo presenciamos cómo, en la televisión nacional, uno de los millares de Mr. Smith que ofician de locutores anima a la población a enviar correos laudatorios del Gran Timonel. Fuera, el chófer del colectivo que nos ha de llevar a Trinidad nos apremia.
Lo compartimos con una pareja de francés e inglesa que, no sin delicadeza, le sacarán los colores a mi inglés. "Living History", le digo a Jean, a propósito del Óbito, y me quedo dudando sobre si ese History va con artículo o sin artículo. María saca el iPhone por la ventanilla y, con su objetivo de ojo de pez, va grabando el paisaje. Es inútil insistirle en que, en uno de los miles de baches que salpican el asfalto, corre el riesgo de que el móvil le salte por los aires. Es, además de una joven cineasta en ciernes, una Espada.
Yasmín, la matrona de nuestra casa en Trinidad, nos conduce a la vivienda desde el parque del wifi, donde nos ha ofrecido sus servicios con afabilidad de testigo de Jehová. De camino, tras 10 minutos de charla, nos recuerda que ha muerto Fidel. María y yo nos percatamos de que, en el instante en que ha pronunciado su nombre, ha bajado la voz. Y María le pregunta abiertamente por el súbito descenso del volumen. "Verán, aquí, en Cuba, hay algún problemilla con la libertad de expresión. No es que no se pueda hablar, claro; es que hay asuntos en los que es mejor no meterse". Por eso Yasmín no se llama Yasmín.
La prohibición de consumir alcohol no ha alcanzado a las casas turísticas. María se abre una cerveza y sale al fresco. En el balcón de enfrente hay dos niñas a las que dar carrete, y nada más justo, para empezar, que elogiar sus meneítos. La negrita Valia (13 años) es nieta de bailadora e hija de bailadora y está firmemente decidida a seguir la tradición, o eso parecen decir sus caderas; la trigueña Elisabeth quiere ser médico, eso es, llegar un peldaño más allá que su mamá, de profesión enfermera. En apenas unos minutos, sabremos por Valia y Eli que en España (en el resto del mundo, en verdad), cuando alguien enferma de corazón y no tiene dinero, no recibe atención médica, y que parir también cuesta dinero. Y que Fidel, que ya era muy viejito, hizo mucho por los niños y por los pobres. Y que Cuba, desde el avión, se ve pequeñita pero luego se da uno cuenta de que es gigante. Al anochecer, lo último que veremos antes de acostarnos es al niño Elián, el hijo pródigo del castrismo. La criatura engendrada por el Pueblo, veintitantos ya, glosa a Fidel entre sollozos. "Vive en Cárdenas, en la provincia de Matanzas", nos dice Yasmín, "y allá donde va, lo hace siempre con escoltas".
La pareja de vascos con los que compartimos el colectivo a la playa de Trinidad, a 8 kilómetros del centro, opina lo mismo que Valia y Eli. A ella le ha dolido la muerte de Fidel "por lo que Fidel representa", pero considera una desproporción que no se pueda beber cerveza. Me pregunta si es nuestra primera vez en Cuba y le cuento que estuve en La Habana en 1994, cuando la rotura de la cristalera del Deauville y el estallido de la crisis de los balseros, en pleno Período Especial. "La situación sigue siendo penosa", le digo, "pero entonces era casi apocalíptica". "Sí, pero aquí nadie pasa hambre y todo el mundo tiene un piso; no como en España, donde la gente se muere de hambre y hay miles de desahucios al día". En la mayor de las Antillas, cualquier "Sí se puede" lleva incorporado un chisporroteo de gramola. A punto estoy de golpearle en la cabeza con las memorias de Abreu, y comprobar de primera mano cómo, al dar con un libro en una cabeza y sonar a hueco, no hay que preguntarse por el libro. Pero a la vuelta hemos de compartir el mismo colectivo y, además (lo lamento, Arcadi, me dejé olvidado en un taxi el libro de Abreu).
El Período Especial. Cuba no sólo es pródiga en metáforas sino también en eufemismos. Lo que en cualquier otro país se llama crisis o colapso, aquí se llamó Período Especial. "En realidad", nos dijo un taxista habanero al poco de aterrizar en la ciudad, "nuestro Período Especial empezó en 1959".
En la playa de Trinidad, ordeno al mozo dos mojitos y frente a la mar más hermosa del mundo (¡tanto que parece una piscina¡) me vienen a la cabeza los versos de Silvio Rodríguez:
Soy feliz, soy un hombre feliz
y ruego que me perdonen
los muertos en este día por mi felicidad.