Llegar hasta esta pequeña localidad del Atlas lleva horas. Destruirla prácticamente por completo a la naturaleza le llevó unos pocos minutos.
Lo único que queda en pie son básicamente algunas paredes, algunos objetos. Todo lo demás es un amasijo de piedra. La asistencia del Estado tiene que ser vía aérea. Las escasas cuadrillas de rescate que vemos buscan rastros de vida sin demasiada esperanza. A su lado observan la nada supervivientes de nada, sentados sobre la nada.
Hay pueblos aún más abandonados, más desgraciados. De uno de ellos llega este joven que suplica delante de nuestra cámara ayuda para su gente, a la que no ha llegado absolutamente nada casi tres días después del terremoto.
En el hospital de campaña se atienden sobre todo crisis de ansiedad. A unos pocos metros, se entierra a los muertos. Sin ceremonias. Antes de que la descomposición de los cadáveres añada una capa más a la tragedia.