Pedro Sánchez parece creer, o mejor dicho intenta hacernos creer, que el reconocimiento del Estado Palestino sería una especie de medicina milagrosa que solucionaría sin más el conflicto de décadas entre israelíes y palestinos.
De hecho, durante la gira de varios días por Oriente Medio que ha tenido durante esta semana ha sido el tema en el que ha insistido, al menos de cara a los medios, como una propuesta que quiere abanderar en la escena internacional.
Sin embargo, hay al menos cinco preguntas que el presidente del Gobierno debería hacerse antes de liderar esa iniciativa, empezando por una consideración básica: ¿es posible ese Estado Palestino en ese momento? La respuesta es que no, obviamente, por varias razones que van desde la división entre las distintas facciones palestinas.
También cabe preguntarse si es algo que Israel desea o, mejor dicho, que puede permitirse. Del mismo modo, es muy dudoso que ese reconocimiento internacional sirva de algo a los propios palestinos, sobre todo a la luz de lo que ha ocurrido en Gaza durante los últimos 17 años, en los que no ha sido un Estado reconocido pero en la práctica sí ha funcionado como tal y el resultado ha sido que se han invertido sumas multimillonarias de ayuda internacional en comprar armas y construir túneles.
Quizá la pregunta que más interese a Pedro Sánchez es de qué le sirve esta iniciativa a aquel que la propone. La respuesta no le iba a gustar: de nada, sólo para dejarle al margen de cualquier mesa de negociación y capacidad de influencia.
Por último, la pregunta más importante es, probablemente, si es moral abogar por ese reconocimiento en este momento y como consecuencia, en el fondo, del atentado de Hamás del pasado 7 de octubre. Esto lanzaría un mensaje letal para cualquier intento de paz: que la violencia es rentable y a través de la violencia más extrema se pueden conseguir grandes éxitos políticos.