Exceso de liquidez, deuda récord y valoraciones "price-to-perfection" conviven con un rally del oro y euforia minorista. "El único activo que no me preocupa es el oro; lo que se deprecia es la moneda", advierte Carlos Santiso (Andbank) en conversación con Luis F. Quintero.
El mercado vive una fiesta transversal: índices de renta variable en máximos —de Wall Street al EuroStoxx pasando por un Ibex 35 desatado—, Bitcoin cerca de sus techos, materias primas fuertes y crédito corporativo ofreciendo rentabilidades atractivas incluso en high yield. Pero, para el gestor de fondos y divulgador Carlos Santiso (Andbank), el contraste es inquietante: "Está todo en máximos. Lo único que no está en máximos es el dinero". La frase resume el diagnóstico que compartió con el periodista Luis F. Quintero en Con Ánimo de Lucro: el poder adquisitivo cae mientras se inflan los activos, y esa combinación ha sido antesala de crisis en el pasado.
Santiso subraya un síntoma poco habitual: renta variable y oro subiendo a la vez. El metal, recuerda, ha protagonizado un rally extraordinario —"no visto desde los 70"— al calor de compras de bancos centrales y del temor a la devaluación de las divisas fiat. "Más que revalorizarse el oro, se deprecia la moneda", explica, apuntando a la década y media de políticas ultraexpansivas. Desde 2008, tipos cero o negativos, programas de compras masivos y déficits fiscales crecientes han llevado la deuda pública a máximos históricos. "Lejos de contenerse, los déficits se aceleran. Estados Unidos lleva desde 2020 con cifras de guerra… pero con la economía creciendo", añade.
El riesgo no es solo macro: es sistémico. El gestor avisa de "pérdidas latentes" en carteras bancarias de deuda pública contabilizada a vencimiento. La subida de tipos ha hundido el precio de esos bonos, pero las minusvalías no afloran hasta que se necesita liquidez, como demostró la crisis de los regionales en EE. UU. "Se considera la deuda pública ‘libre de riesgo’; hoy cuesta decirlo sin que te dé la risa", ironiza. A esto se suman estándares laxos en el crédito a empresas y un apetito minorista por la especulación —cripto, ‘pelotazos’— que él interpreta como señal contraria clásica.
Las valoraciones añaden gasolina. El S&P 500 cotiza "en torno a 26 veces beneficios frente a una media de 17", un nivel "price-to-perfection" donde todo tiene que salir bien para sostener los múltiplos. Cualquier "pinchazo" —desde un shock tecnológico en los líderes de la IA hasta un evento de crédito— podría desencadenar una reversión violenta a la media. "No estamos en 2008, cuando la burbuja era el inmobiliario; ahora son demasiadas piezas tensas a la vez", sintetiza.
El incentivo político tampoco ayuda. La inflación actúa como "impuesto silencioso" que licua la deuda del Estado a costa de los ahorros de los ciudadanos. "Cuando las élites juegan con fichas de Monopoly y no con su dinero, los incentivos se desalinean: se ponen parches que echan más leña al fuego", cita Santiso.
Conclusión liberal: la prosperidad sostenible no nace de precios inflados por liquidez barata ni de déficits perpetuos, sino de disciplina fiscal, reglas claras y capital bien asignado. Mientras el relato oficial celebra el pleno empleo y los récords bursátiles, la aritmética básica recuerda que no se puede gastar eternamente más de lo que se ingresa ni negar la gravedad. "El mercado puede seguir siendo irracional más tiempo del que uno aguanta solvente", decía Keynes; pero cuando la música para, el coste siempre recae en el contribuyente. En 2025, con todo en máximos y el dinero en mínimos, conviene no confundir euforia con riqueza.

