Como otros cineastas iraníes, entre ellos algunos conocidos internacionalmente como Yaafar Panahí, Vahid Vakilifar fue detenido el pasado mes de marzo, en teoría por su relación con el rodaje de una película sobre los sucesos de la Revolución Verde y sobre la brutal represión ejercida por el régimen a posteriori.
En aquel momento se le retiró el pasaporte, pero al saber que su película había sido seleccionada para participar en el festival donostiarra inició la complicada serie de trámites para tener la posibilidad de viajar fuera de Irán, trámites que le llevaron por una larga lista de organismos oficiales: Policía de Pasaportes, Despacho de la Presidencia de la República, Tribunal especial de la cárcel de Evín, Tribunales de la Revolución...
Finalmente, y aunque en ninguna de esas instancias se le había denegado explícitamente la posibilidad de salir del país, en la madrugada del pasado lunes y ya en el aeropuerto de Teherán, se le impedía subir al avión y se le retiraba de nuevo el pasaporte.
Por si esto fuese poco, y tras una nueva serie de gestiones, las autoridades le aseguraban que todo estaba en orden y podía volar, pero finalmente de nuevo se le impedía coger un avión y, finalmente, en el tribunal se aducía como razón para no dejarle viajar que determinado documento, que el propio cineasta había visto en manos de los funcionarios, no había llegado todavía al tribunal.
El cine, represaliado habitual
Vakilifar no es el primer cineasta iraní que ha sufrido el rigor del régimen teocrático iraní, que tiene en el mundo cultural uno de sus objetivos preferidos, un arriesgado mérito en un país cuyos dirigentes no dudan en asesinar a sus propios ciudadanos por "delitos" como ser homosexual.
Así, figuras de prestigio internacional como Yaafar Panahí o Mohammad Rasulof (cuya película Las praderas blancas se exhibió en la pasada edición del festival de San Sebastián) han visto como se les impedía viajar fuera del país o incluso han pasado, como Pahaní, varios meses en las duras prisiones persas.