Y tiene toda la razón del mundo.
La reacción de los anteriormente premiados por sus méritos, como Andrei Sajárov, o sus familiares, en el caso de haber fallecido, es de todo punto comprensible. A partir de ahora, si ya estaba desprestigiado el Premio, ha caído en picado. Por tanto, deberían devolver al Parlamento noruego las medallas conmemorativas, quedándose con el importe del en metálico del premio y reclamar el decuplo de dicha suma en concepto de daños morales por las críticas que tendrán que soportar, al meterlos en el mismo saco que a los premiados sin mérito, como Arafat y Obama.
Por cierto, si reconoce que no es merecedor del premio tiene el señor Barack Hussein Obama una ocasión de oro para mostrar su integridad: renuncie al premio ante el Parlamento noruego, quede desierto este año el premio, y dedíquese su importe a remediar necesidades perentorias, como el hambre y la esclavitud en Sudán, pero directamente, NADA DE ONGs ni Comisiones Parlamentarias, ni ACNUR, ni gaitas. Vayan tres parlamentarios noruegos, sin dietas, a entregar directamente las ayudas en forma de alimentos, medicinas, ropa, maquinaria, enseres útiles a los destinatarios -que no tiene por qué coincidir con los que sean inútiles a los donantes- etc.
Y a ver si cunde el ejemplo.
Señora, las normas morales, éticas y jurídicas ya se violaron antes cuando se dió el premio a gentuza como Arafat. Considérelo una ironía, como el hecho de que se lo concedieran a su esposo (colaborador en la construcción de una bomba, por muchas otras cosas que hiciera después esto debiera haberle descalificado) o que lo creara el inventor de un explosivo.