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EDITORIAL

Si Zapatero conociera la lealtad

Zapatero es incapaz de llevar a cabo cualquier acción política que empañe la imagen que tiene de sí mismo, que no es sino la de un socialista radical extraordinariamente orgulloso de la ruina que ha provocado a todos los españoles.

Las postrimerías de los mandatos presidenciales son el momento en que el todavía máximo dirigente de un país aprovecha para realizar un último sacrifico personal en favor de sus compatriotas. Con la carrera política consumada, se impone el deber de ser generoso con su sucesor, adoptando aquellas decisiones cuyo coste político las convierte en prohibitivas para un presidente con muchos años de mandato por delante.

Pero por desgracia para el PSOE, lo que no sería preocupante, y para España, que nos duele mucho más, Zapatero es incapaz de llevar a cabo cualquier programa de acción política que empañe la imagen que tiene de sí mismo, que no es sino la de un socialista radical encantado de haberse conocido y extraordinariamente orgulloso de haber provocado la mayor ruina conocida en un país occidental desde la última posguerra europea.

La gira de José Luis Rodríguez Zapatero por extremo oriente, que iba a convertirse en un éxito importante a efectos financieros, no ha servido para nada, salvo para mostrar al mundo la inconsistencia de un personaje que es capaz de manejar las complejas relaciones financieras internacionales como si se trataran de confidencias realizadas en un guateque de adolescentes. El prestigio de España en China habrá de ser recompuesto desde la base tras la atolondrada intervención de ZP en torno a las supuestas decisiones de sus autoridades sobre nuestras finanzas, pero, como hemos visto, eso no es algo que preocupe al peor presidente del gobierno del occidente civilizado.

La necesidad de poner en marcha un conjunto de reformas drásticas para tener alguna esperanza de salir de la crisis antes de que esta nos engulla por completo tampoco parece hacer mella en el ánimo de Zapatero, que, con la facundia propia de los inconscientes, cuenta a quien quiera escucharle que todo lo que había que hacer para recuperar nuestra maltrecha economía ya ha sido llevado a la práctica.

Zapatero causa pavor hasta entre las filas de su partido, porque en el año que todavía le queda de mandato es muy capaz de dejar al próximo presidente del Gobierno una situación irreversible, condenando de paso al PSOE a una larga década en la oposición, espacio de tiempo que, bien pensado, incluso resultará insuficiente para purgar el grave pecado de haber elegido a semejante calamidad pública para regir su destino y el de todos los españoles.

A Zapatero sólo le cabe la opción de retirarse de una vez de la política y convocar elecciones anticipadas en cuanto los socialistas superen el trago amargo de su más que segura derrota el próximo 22 de mayo. Si no lo hace de forma voluntaria, habrá que esperar que sea el propio partido el que le empuje irremisiblemente a tomar esa decisión. Si los socialistas no lo hacen por patriotismo, sentimiento que desconocen, esperemos que, al menos, lo lleven a cabo por instinto de supervivencia, sentido que el socialismo español, como es bien conocido, tiene desde hace décadas hiperdesarrollado.

En España

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