Ya estalló lo que se sospechaba y temía: el caso de las vacas locas patrias. También en nuestros pagos hay vacas locas. ¿Por qué habríamos de librarnos, cuando nuestros países vecinos las han registrado, y cuando centenares de reses de las que pastan -ojalá pastasen, y no se hayan tenido que nutrir con piensos elaborados con cerebros molidos de otras vacas- en prados nacionales proceden de esos países vecinos.
De manera que era del todo improbable que nos viéramos libres de ese riesgo, que finalmente ha llegado. Y ahora, las tareas son múltiples y variadas: se trata de conseguir que el pánico no cunda, que cunda lo menos posible, que nuestros ganaderos no se hundan o se hundan lo menos posible, que nuestras carnicerías no lleguen al cierre por falta de consumidores de vacuno, y así sucesivamente...
Pero hagámonos a la idea de que ya ha llegado la hora de que los sectores directamente afectados -ganaderos y carniceros, esencialmente, cuando no productores de piensos- empiecen a reclamar compensaciones y subvenciones por catástrofe probable, y una vez que han comprobado que los consumidores se resisten a llevar vacuno al puchero. Las estimaciones oficiales hablan de una caída de ventas de "hasta el quince por ciento". Los carniceros "de confianza" dicen que no venden "ni la mitad" que hace ocho días. Que venden apenas un treinta o cuarenta por ciento de lo que vendían antes...
Pues, ya sabe usted, querido contribuyente. Las vacas locas serán vacas caras, consúmalas usted o pase de ellas...

Vacas caras
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