Han comenzado a circular las estimaciones y cálculos del número de animales de la cabaña nacional que probablemente habrán de ser sacrificadas como consecuencia del mal de las vacas locas: ciento ochenta mil vacas, amén de muchos otros vivientes de dos o cuatro patas. No será un holocausto bovino, como dijo algún obispo alemán en una inoportunísima utilización del lenguaje, pero sí una extraordinaria masacre, una formidable matanza sin precedentes, un homenaje insoportable y un precio extraordinariamente elevado pagado a quienes quisieron cambiar “el tradicional orden de las cosas” y los hábitos más elementales de las vacas mismas, que nacieron para pacer pastos y no para comerse cerebros de sus antecesoras y hermanas de raza...
La ambición rompe el saco, dice el refranero español. Acelerar el engorde para percibir mayores ganancias ha causado una epidemia costosísima, de efectos incalculables, en la economía y en la salud. Sólo dentro de algunas generaciones sabremos el coste final de esta factura.

La gran hoguera
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