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Alberto Recarte

Economías de escala y especialización

Hace veinticinco años, uno de los índices que se utilizaban para medir el grado de desarrollo económico y el poderío nacional era el de la producción de acero. Hoy, tras un largo período de reducción de la capacidad, reestructuración, adaptación a la competencia de antiguos y nuevos materiales –como el aluminio y el plástico— y especialización, estas cifras de producción nacional no se utilizan ni para opinar sobre el desarrollo, ni para analizar la fase del ciclo o la coyuntura inmediata a nivel nacional.

Las únicas cifras que importan son las globales, como globales son, de hecho, y jurídicamente, las compañías que ahora se quieren fusionar. Las economías de escala y especialización han dado lugar a las actuales compañías que, simplemente, ignoran las fronteras nacionales.

Los tremendos costes de reestructuración que tuvieron lugar en el sector consumieron los capitales propios y fueron soportados, en última instancia, por los presupuestos públicos nacionales. Este pasado reciente explica, en gran parte, la distancia con que los políticos de cada país han asistido a la consolidación de estas auténticas transnacionales, sin alegar los sempiternos llamamientos a la conservación del carácter nacional, el “efecto sede”, tanto en su aspecto fiscal como de generación de empleo.

En los próximos diez años asistiremos, probablemente, a fenómenos parecidos en el sector eléctrico, en el de las telecomunicaciones, el petróleo y la química. En el sector del tabaco, otro monopolio nacional típico, Tabacalera ha dejado sitio –con mejor o peor fortuna— a Altadis y, tan pronto venzan las correspondientes “acciones de oro”, asistiremos a la desnacionalización de empresas como Endesa, Telefónica y Repsol YPF.

La economía española, con 40 millones de habitantes, y a pesar de un relativamente alto nivel de renta, no tiene tamaño suficiente para albergar empresas puramente nacionales en todos esos sectores, donde se imponen, simultáneamente, la especialización y las economías de escala. Asistiremos al desplazamiento a terceros países de sedes sociales y de algunos empleos relacionados con ello (como le ha ocurrido a los argentinos con YPF), pero no por eso seremos más dependientes o vulnerables respecto a lo que ocurre en el resto del mundo que lo que lo somos en la actualidad.

Nuestra economía es una de las más abiertas del mundo y hace tiempo que vivimos en competencia internacional, que tiene la doble faceta de imponernos disciplina en nuestros costes y permitirnos crecer mediante exportaciones de bienes y servicios (el 30% de nuestro PIB se exporta a terceros países).

Ignoro cómo van a responder al proyecto de fusión las autoridades de defensa de la competencia de la Unión Europea y de la propia España, pero hace tiempo que las compañías que ahora se quieren fusionar –además de tener cruces accionariales— consideran que la lucha por el mercado tiene dimensión mundial y que un tamaño europeo es una necesidad vital.

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